Capítulo 28

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La negrura se había extendido cubriendo todos los rincones de su visión. No veía. No escuchaba. No percibía. Era como si hubiera sido atacada por el dojutsu de su clan y le hubieran anulado los sentidos.

La parte razonable de su cerebro la empujaba a creer lo contrario, que alguien más la había atacado y debido a las escasas energías con las que contaba se había desmayado. Mientras que la parte que se centraba más en la desesperación por estar en ese limbo, le hacía creer que estaba en mitad de un entrenamiento con quien había sido el tirano líder de su clan, y si no se movía rápido, la atacarían por detrás y moriría como lo habían hecho otros niños.

Debía despertar o Ryoto la asesinaría, o peor aún, obligaría a un inocente a hacerlo.

Después de todo lo que había pasado para llegar a ese punto, no podía simplemente morir. No aún. Al menos debía asegurarse que él estuviera bien. Pero, ¿quién era "él"?

Lo recordaba vagamente como si fuera el sueño de un sueño. Era una sombra oscura y enorme que se proyectaba mirase por donde mirase. No importaba qué hiciera, no podía escapar de su presencia y de lo que eso conllevaba. Los ojos de esa persona la hundían en un pozo sin fondo del que no quería salir y su poder era tan grande e intimidante que su piel cosquilleaba con tan solo tenerlo cerca... como en ese momento en el que su columna lanzaba corrientes a su cuerpo entumecido como advirtiéndole... ¿pero de qué?

Si no estaba en mitad de su pueblo, a la espalda de una montaña y entre árboles altos que rodeaban el perímetro como si fuera una especie de claro, ¿dónde estaba? ¿Qué era esa sensación de mal augurio que se alojaba en su boca?

Casi podía ver a través de sus párpados el rostro de su hermana pequeña llamándola con insistencia, zarandeándola temerosa, rogándole porque vayan a casa y deje que su madre cure sus heridas. Casi podía ver a Ryoto sonreírle burlón antes de dar por finalizado el entrenamiento diario. Casi podía sentir los toques del paño de su madre al sanar sus cortes y escuchar la risa de Meiri provenir de afuera.

—Debes cuidar mejor tu cuerpo. Es tu herramienta de trabajo. Lo quiera o no, así son las cosas.

Su madre repitiendo lo que en otras ocasiones le había dicho, llenó su cabeza tranquilizando la nada que la embargaba. Eso era lo raro. No le dolía ni un dedo.

Quiso decir algo, pero ninguna palabra brotó de sus labios, ni nadie se percató de cuánto se esforzaba por pedir ayuda. Ni siquiera Sorato, que parecía no quitar la mirada de su rostro, se daba cuenta de su lucha interna.

El estallido de algo remeció entonces todo su interior. No sabría decir si debido a una explosión o a un temblor. Nada le interesaba menos que averiguarlo, pues cuando su cabeza sufrió esa vibración, fue capaz de sentir golpes invisibles en su torso y pesadez en la que debía ser su garganta. Era como si se hubiera tragado polvo y arena en un acto de locura. La lengua la tenía pastoza, los labios resecos y las ganas de sacar la arena imaginaria de sus pulmones causaban tos que oprimía aún más sus costillas.

Estaba cayendo. Caía a un mar de dolor y lasceraciones físicas. Su sistema se bloqueaba intentando no ser torturado por el cansancio, por los golpes de su cuerpo, pero algo se lo impedía. Su mente. Esa misma mente que la instaba a despertar cada que se dejaba llevar por la inconsciencia y se perdía en el tiempo y el espacio.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero intuía que no poco. Cuando al fin la consciencia ganó sobre lo carnal y logró tomar posesión de su sistema, no se encontró con algo que le preocupara o la empujara a intervenir. En realidad, había un gran vacío de lucha allí. Solo podía diferenciar a algunos cadáveres sobresalir de entre las rocas caídas o el suelo irregular, agujeros en las paredes y sangre. Demasiada sangre.

Kimi ga suki | Tú me gustasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora