Capítulo 22

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Nunca había oído cantar tan fuerte a esas avecillas con el pecho rojizo y el plumaje negro. Escuchó lo que le decían y con amarga preocupación, observó a Suigetsu agotado por la pelea y a Kisame sentado sobre una roca con su gran espada a un lado, apoyada en su rodilla, como un manso perrito. Habían pasado horas desde que Sasuke se había marchado y largo rato desde la última explosión o señal de lucha del lugar. Algo en el ambiente no le terminaba de agradar y comprobó su instinto cuando oyó con atención a los pajaritos.

—Los de Konoha están cerca —anunció el pelinaranja con aquella voz grave que lo caracterizaba.

Karin dejó de pasear como león enjaulado y miró preocupada y por milésima vez el lugar donde debía estar el templo de los Uchiha.

—Supongo que es hora de separarnos —Sonrió Kisame blandiendo su arma como si fuera un cuchillito—. Practica un poco más tu defensa y serás más grande que cualquiera de los espadachines muertos —se permitió burlarse de la memoria de los ninjas caídos.

En un segundo, el ninja de la niebla desapareció e instantes después, cual telepatía, los tres restantes se movieron en dirección de la batalla donde esperaban ver a su líder vivo.

—Sasuke es fuerte. Seguro ha resultado victorioso —animaba Suigetsu.

—Itachi es más que fuerte por lo que he oído —acotó Juugo—. Dicen que es una leyenda viva.

—Sasuke puede con leyendas vivas o muertas, idiotas —calló Karin pensando en cada salto en su amor platónico y su boba compañera. De corazón, quería verlos a los dos sanos y salvos.

Mientras se aproximaban a la meta, un grupo de Konoha seguía siendo interceptado por un enmascarado, uno de los miembros de Akatsuki se hallaba perdido en un genjutsu que nunca había conocido, y una muchacha de dorados orbes, que con varios raspones, golpes y quemaduras en su cuerpo, volvía a tener consciencia justo a tiempo para sujetar el cuerpo débil de su amiga.

—No te atrevas a morir sin mí, Hikari Yumi.

La sonrisa de la aludida la hizo suspirar aliviada cuando creyó lo peor. Yumi estaba tan pálida que con los ojos cerrados parecía un cadáver.

—¿Cómo está Itachi-san?

—Él... duerme —contestó ocultando su diversión al oírla usar honoríficos.

Resultaba que Yumi era alguien de modales recatados y no se acostumbraba del todo a dejarlos. Su madre la había criado bien. 

—Me alegro.

Meiri la acostó sobre la arena, dejándola que se ubique en el espacio-tiempo y deje de estar mareada. Los primeros minutos luego de tomar consciencia, ella apenas se había podido mantener en pie, así que entendía por lo que debía estar pasando Yumi.

—Le mostré la verdad... o parte de ella —susurró débil.

Meiri miró al menor de los Uchiha nadando en la inconsciencia y evitó hacer una mueca o decir algo como: "si intenta dañar al niño bonito, lo mataré con mis propias manos". Solo asintió fingiendo estar pensativa.

—¿Meiri? ¿Qué se supone que debemos hacer?

Eso le pareció gracioso. El hecho que Yumi, tan prudente, le esté pidiendo ayuda a alguien que había dejado de lado su misión de llevarla de vuelta a casa y matarla seguramente después. Era una estratega, sí. Era hábil. Pero no la mejor consejera. Al contrario de Yumi, quien era una Hikari pura en todas sus letras, recta, justa, alguien pacifista; Meiri llevaba parte de sangre Uchiha en sus venas, lo cual traducido era haber heredado la tenacidad tanto como la terquedad y las ansias de ser reconocidos o pelear hasta el final por lo que consideraba bueno. Incluso en los rasgos, Yumi era de aspecto delicado, ella en cambio, tenía el rostro un poquitín afilados en la parte de la barbilla y los pómulos más definidos en lugar de redondos y tiernos. Era alta, de piernas largas y torneadas, elegante; no lucía dulce y frágil como su amiga. Sus andares eran ágiles como un leopardo, los de su amiga eran como una gacela. Yumi llevaba el cabello hasta la espalda, ella lo prefería corto por la practicidad. Yumi tenía las pestañas rizadas, las suyas eran tan largas como rectas y proyectaban sombras bajo el sol en sus párpados blancos y pálidos. Eso sí, su piel era más clara que la de su menor y sus ojos más pequeños como sus labios más carnosos. Eran distintas y a la vez parecidas en lo dorado de sus ojos.

Kimi ga suki | Tú me gustasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora