- Y quiero un cappuccino. Con facturas, por favor. – Lucía suspiró y asintió amablemente a la señora que esta vestida extravagantemente, pidiéndole una orden.
Por lo menos es educada y no te trata como una cucaracha.
Caminó hacia la cocina con la orden, fijándose en las mesas que habían sido ocupadas recientemente y que tenía que limpiar. Ignoró el cansancio mientras ubicaba la taza de café y las facturas para llevárselas. Sacó del bolsillo su celular para ver si Fede dejó algún mensaje.
Nada.
Desde la pelea de ayer; no contestó a sus mensajes, ignoró sus llamadas y tampoco, apareció en su casa rogándole por un poco de comida a Analía.
Suspiró nuevamente, hoy era el día de los suspiros. Negó con la cabeza, contrariada y desilusionada.
- ¡Lucy! Atiende las mesas que te faltan y después limpia los baños. – La chica ahogó un gemido de cansancio y se dirigió hacia las mesas que le faltan para cumplir con el trabajo que le había impuesto su jefe, Jorge.
- Si, ya voy. Termino esto y lo hago. – Pero no quería hacerlo, limpiar los baños era la peor cosa que le puede pasar. Porque el trabajo era demasiado... ¿Asqueroso? El estómago se le revolvía al pensar en lo que encontró la última vez que le tocó limpiarlos el mes pasado.
No era su culpa tener un estómago tan sensible, aunque cualquiera se hubiese descompuesto con eso que había allí.
Le dio el café a la señora que se lo agradece con una bonita sonrisa, opacada por el exceso de labial que sabía que iba a dejar marcado en la tacita de porcelana blanca, que de seguro iba a tener que lavar. Atendió rápidamente las otras mesas para limpiar el baño lo más rápido posible, y deshacerse de la tarea rápidamente.
Cuando terminó de limpiar los sanitarios ya era la hora de salida, dejó el delantal colgado en el perchero que había en la entrada de la cocina y saludó a Francisca y Lorenzo, los cocineros.
Entró a la pequeña habitación que estaba destinada para guardar las cosas personales de los empleados, donde había casilleros y todo eso. Sacó su bolso y se cambio la camisa blanca impoluta y el pantalón negro de vestir, por un jeans roto en las rodillas y una remera que, irónicamente, tenía una leyenda que decía "Problemas en el paraíso" en inglés.
Después de decidir que el universo se reía en su cara, caminó hacia la parada del ómnibus con completa calma mientras escuchaba una canción. Su auto estaba roto nuevamente. Y Federico seguía sin responder sus mensajes.
Luego de esperar por lo menos media hora a que el transporte público hiciera acto de presencia en su vida, lo vio aparecer por la calle y cuando para frente a ella, se internó en el con acostumbrada rutina.
Miró hacia las personas que estaban sentadas en los asientos, por si reconocía a alguien y se encontró con el rostro conocido de Estefanía que la saludaba emocionada, Lucía correspondió a su saludo aunque con menos euforia. No estaba de humor, y el mundo tendría que entenderlo y compartirlo.
- ¡Lucy! ¿Cómo has estado? Hace tanto tiempo que quería hablar contigo, nunca te di mí número de celular nuevo. ¿Te lo puedo dar ahora? ¡Así hablamos por whatsapp! – La chica asintió en automático, dejándose llevar por su actitud y dejó que sea ella la que dirigiera la charla hacia los derroteros que ella deseara.
- ¿Y cómo estás tú con este chico? – Preguntó Lucía con curiosidad y la expresión de Estefania cambió.
- Oh, sólo...Lo terminamos, ¿Sabes? Queríamos cosas distintas, el deseaba viajar con su banda, y a mí me parecía una pérdida de tiempo. Yo amo la rutina y la tranquilidad, y no está mal. Él es a su manera, toda alocada, sin horarios, y yo a la mía. Simplemente no funcionó. Pero, creo, que no es culpa de ninguno. – Se encogió de hombros y ella la abrazó suavemente.
La entendía demasiado bien.
¿Fred y ella terminarían así dentro de un tiempo, siguiendo cada uno su camino porque era imposible que hubiese compatibilidad entre ellos?
Eran muy distintos, tenían diferencias abismales. El amaba hacer cosas todo el tiempo y estar en movimiento, y ella adoraba la tranquilidad y tener todo bajo control. Quería creer que eran la horma del zapato del otro, pero eso solo pasaba en las novelas, y esto era la vida real, donde se supone que los finales felices no duraban mucho tiempo. O simplemente jamás llegan.
Volvió a tierra cuando Estefanía le llamó la atención y siguieron hablando de cualquier cosa. Hacía tiempo que no hacía esto, más específicamente desde que Ana se había convertido en una completa perra sin sentimientos. No se había parado a pensar en eso, pero tampoco quería hacerlo. Sabía que si lo analizaba le iba a doler demasiado porque habían compartido varios años de amistad, aunque era una amistad extraña que se centraba en ella y su novio, y muy pocas veces en Lucía. Y cuando lo hacía, sentía que lo hacía por cumplir o porque se suponía que era lo que tenía que hacer, para cumplir con un mínimo hacia ella, y así ella pudiera seguir hablándole y centrándose solo en ella con la conciencia tranquila.
Tal vez, y solo tal vez, después de muchos de años de verla, realmente ahora veía a Ana. A su verdadera actitud, y que lamentablemente, era una que le lastimaba más de lo que ella creía. Creía que obró acertadamente al poner distancia entre ellas, o por lo menos no tratar de destruirlas para volver a ser amigas.
No lo sabía, y tampoco quería hacerlo. Estaba un poco cansada de analizar las cosas en profundidad, simplemente quería actuar más espontáneamente y no pensar las cosas tanto. Empezaba a sentir que al estudiar las cosas y las situaciones tanto, perdían emoción, estaba perdiendo el tiempo y sus ganas en algo, ciertamente, poco útil.
No se equivoquen, su idea no era salir a la calle un día y no medir en absoluto sus actos. Si no, pensarlos menos. Al final se atrevía a hacer las cosas, pero el periodo de evaluación de las situaciones era demasiado estresante y le empezaba a resultar tedioso. Después de todo, seguía siendo adolescente, y eso es lo que se supone que hacían los adolescente, meter la pata, equivocarse, no preocuparse.
¿Qué demonios pasó con su yo adolescente? ¿Dónde la dejó tirada? Las ansías por ser perfecta y excelente, la estaban obsesionando y destruyendo el goce de las distintas etapas de su vida. No se confundan, con esto no quería decir que iba a salir corriendo a emborracharse y drogarse con lo primero que encontrara a mano, solo anhelaba ser un poco menos rígida consigo misma. Pero no sabía cómo hacerlo.
Tal vez, Fred tenía razón. Era un casquete polar sin corazón que confundió la madurez con ser una persona seria y perfecta, le había errado bastante al objetivo de madurar. Después de todo, seguía siendo una niña fingiendo ser adulta.
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VORÁGINE
RomansaCon un vida perfectamente normal y controlada, Lucía se sentía completamente cómoda y feliz. Pero lo que no sabía es que el destino llega en forma de Vorágine a arrasar con todo y provocando que solo las cosas buenas y firmes quedan intactas. En ca...