A medida que caminaban por el pasillo blanco atestado de gente, los nervios de Lucía se incrementaban a grandes zancadas. No podía quitar la vista del rostro de Fede, y se negaba a soltar su mano que en este momento, reflejaba la tensión de su cuerpo.
La gente los miraba con curiosidad; eran tres parejas que caminaban juntos pero en fila, dejando en el medio a Fede y Lucía. Como custodiándolo.
Finalmente, Pedro frenó ante la habitación de su madre, provocando que toda la procesión se detuviera. Amelia miró con nerviosismo al tío de su casi yerno, no muy segura de que si estaba realmente preparado para enfrentar lo que había detrás de esa puerta. Pedro asintió imperceptiblemente, él sabía que su sobrino era capaz de afrontar esto y mucho más.
Tocaron la puerta suavemente y la pareja mas mayor entró primero, mientras que Lisbeth y Nicolas se quedaban afuera, para no incomodar a la familia y para que pudiesen moverse con tranquilidad por la habitación ya que era sumamente pequeña. Además podían avisar si Gustavo aparecía.
Según contaba Pedro, aparecía en el hospital día sí, día no, cuando le apetecía. Nadie sabía donde estaba viviendo ya que desde la pelea nunca más pisó su casa. Al parecer quería venderla, incluyendo el mobiliario y cualquier cosa que hubiese allí, y repartirlo en tres partes; para él, su esposa, si es que sobrevivía, y su hijo, si deseaba el dinero. Aunque posiblemente no fuera así.
Esta noticia calmó a Federico al saber que no iba a entrar a esa casa jamás en su vida. Pero aceptaría el dinero, mal que le pesara, lo necesitaba para comprar un modesto departamento pese a las constantes invitaciones de su tío de quedarse en su casa. Pero estaba consiente de que sobraba allí. Sobraba en todos lados de hecho. Además de que se sentía completamente inútil con la pierna y el brazo enyesado. No podía caminar, ni comer, ni bañarse con normalidad. Todo esto empeoraba su estado anímico. Sabía que por más sonrisas que pusiera, el detector de emociones humanos que era Lucía, lo notaba con total claridad. Pero lo dejaba engañarse con tranquilidad. Y se lo agradecía, no quería examinar sus sentimientos. Por ahora no. No lo soportaría.
Concentrándose en agarrar la mano de Lucía, por miedo a que decidiera que fue suficiente contacto físico por hoy y lo soltará, la apretó con un poco más de fuerza.
Traspasaron el umbral de la puerta que daba a la habitación con la chica adelante y procuró no levantar la vista hasta que fuese totalmente necesario.
Lucía lo observó de reojo y notó que miraba sus manos entrelazadas fijamente como si fuese una gran cosa digna de analizar. Frunció el ceño, y negó con la cabeza. Iba a decirle algo, pero su madre negó con la cabeza.
Tenía que dejarlo que lo hiciera todo a su manera.
Suspiró frustrada y decidió que un pequeño empujoncito no haría ningún mal. Se encaminó lentamente pero con decisión hasta la ventana que daba al lado de la cama de Anabel con la excusa de que no soportaba el olor de hospital y necesitaba aire fresco.
Se sintió un poco cruel, al obligarlo de cierta manera a hacer algo que no quería. Y que tal vez no pudiese hacer, porque no estaba preparado.
Reprimió el impulso de sacarlo de allí a rastras, y llevarlo a su casa, sentarlo frente al televisor envuelto en su manta para que vieran nuevamente Shrek.
Lo hecho, hecho estaba. ¿Ya estaban aquí no?
No había vuelta atrás.
Federico caminó detrás de ella hasta llegar a la ventana y sentarse en el sillón gris con el tapizado roído por el mal uso y se sentó, debido al leve dolor de la pierna.
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VORÁGINE
RomanceCon un vida perfectamente normal y controlada, Lucía se sentía completamente cómoda y feliz. Pero lo que no sabía es que el destino llega en forma de Vorágine a arrasar con todo y provocando que solo las cosas buenas y firmes quedan intactas. En ca...