Capítulo 28

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Luego de varias discusiones más, Federico accedió a que Lucía lo acompañase al hospital a ver a Analía. Pero cuando su tío y su casi suegra se enteraron, no dudaron en imponer su compañía, quisiera o no quisiera. La noticia llegó a oídos de su casi cuñado y del ogro celoso que tenía como marido, y esta se sumó sin pensarlo arrastrando a regañadientes a Nicolás.

Federico pensó seriamente en que si no frenaba esta divulgación toda la familia de Lucía se enteraría y convertirían su visita al hospital en una maldita salida de camping.

- Deja de gruñir, despertarás a mí madre.

Federico miró mal a su, bueno, su lo que sea. No pensaba ni por asomo poner una buena cara a su madre, suficiente con que la iba a visitar cuando podría haberse quedado en su casa durmiendo.

Por el amor de Dios, si eran las siete de la mañana. Y Lucía había llegado al apartamento que compartía con su tío aporreando las puertas, arrastrando cosas y haciendo el desayuno provocando el mayor ruido posible a las seis y media de la mañana.

Analía estaba casi dormida, y se tiró en el sillón excusándose por un fuerte dolor de espalda. Cosa que no le creyó ni por asomo, pero para Lucía la excusa fue válida y la dejó hacer. En cambio con Federico no, no hubo alegato de dolor de estómago, o de la pierna para no asistir al bendito reencuentro. De hecho le dio las pastillas para el dolor y siguió con lo suyo.

No parecía que hubiese fuerza humana que la hiciese cambiar de opinión o alterar sus planes aunque sea en el más mínimo detalle.

Finalmente se dio por vencido cuando subió al auto de que iba a encontrarse con su madre.

Pedro manejaba en silencio, de vez en cuando haciendo algún comentario con respecto a lo mucho que había cambiado la ciudad en el tiempo que estuvo en Buenos Aires, y recordando las cosas buenas de aquella ciudad, que pese a no ser su pueblo natal le había tomado cariño. Aunque apreciaba estar lejos del ruido.. Y le parecía reconfortante volver a las calles mendocinas llenas de hojas secas en otoño y las baldosas rotas, junto con los grandes árboles en las veredas y las casas antiguas mezcladas con edificios totalmente nuevos. Extrañaba, además, las escapadas que hacían con sus amigos para ir a las Dunas de Arena, pequeñas montañas que se formaban de pura arena, Las Leñas, Villavicencio, o Penitentes que eran las montañas. Era majestuoso verlas repletas de nieve.

Lo que no extrañaba ni un poco, era el bendito Viento Zonda, una especie de aire caliente que bajaba por la cordillera mezclado con tierra que siempre le provocaba alergías. Pero tenía buenos recuerdos de cuando las clases se suspendían debido a este. Muy distinto a Buenos Aires, que llovía casi todo el tiempo.

Miró por el espejo retrovisor para ver que hacia su sobrino y su, bueno suponía que amiga y algo más que tal vez ni ellos podían definir, lo que quedaba demasiado claro a simple vista era que se querían mucho.

Federico había apoyado su cabeza en la ventanilla y miraba por esta con expresión ida. Jamás podría ni sospechar en lo que estaba pensando.

En cambio, Lucía lo observaba en silencio con expresión preocupada pero decidida a llevar a cabo sus planes.

Nunca hizo ningún gesto de cariño hacía su sobrino, ni tan poco de él hacía ella, pero el cariño mutuo que sentían por el otro era casi palpable. Se notaba tanto que ni siquiera hacía falta expresarlo o demostrarlo. Estaba ahí. Su chico había logrado encontrar a una buena chica, complicada pero buena al fin. Esperaba que pudiese conservarla y no echar todo a perder.

Pedro fijó su vista, estaba vez en el asiento del acompañante donde iba sentada Amelia completamente dormida. De tanto en tanto, pestañaba o se sobresaltaba cuando agarraba algún bache con la rueda del auto, por lo tanto trató de evitarlos.

Se merecía ese pequeño gesto, o todos si se lo preguntaban. Había ayudado a su hijo, e inclusive a él, poniéndose como voluntaria para hacer algo que ni siquiera le gustaba solo para facilitarles un poco el camino a ellos dos.

Además de que era una buena artista, había visto sus bocetos cuando los dejaba olvidados en algún rincón de su apartamento y con solo ver uno de sus trazos, inclusive el más sencillo, se denotaba una pasión y un talento incalculable.

En ocasiones la había visto dibujar o pintar, y veía como literalmente parecía dejar algo suyo en cada obra. Se concentraba por completo en su trabajo, y le dedicaba cada pizca de amor que habitaba en su ser a lo que estaba proyectando o llevando a cabo.

Era sorprendente, ella era sorprendente.

La admiraba mucho, era una mujer que se había conservado a pesar de los golpes de la vida. Su sonrisa seguía intacta, igual a la que tenía a las fotos de su juventud. Y su mirada, lo más importante, mostraban afecto, lealtad, sabiduría y cierta alegría todo el tiempo. Los años lejos de deformarla, de arruinar su carácter como casi siempre pasaban, lo habían formado y mejorado aquellas cosas que parecían estar mal y potenciar aquellas que siempre habían sido su virtud.

En su opinión, una jovencita difícilmente podría competir con la madurez y la elegancia de un carácter refinado y pulido por los años. Tal vez no tuviese el peso ideal, o su cuerpo no haya sido el mismo después de varios años y dos embarazos, pero seguía siendo hermosa. Por que su alma lo era, y cualquier cosa exterior era opacada con respecto al brillo de esta. Y si algo exterior brillaba su brillo neto solo se potenciaba aún más.

Desde que la vio notó algo distinto en ella, tal vez por que lo trató como un igual sin tirársele al cuello. Tal vez porque después de todo era una persona relajada, pero muy profunda y dentro de su cabeza parecía haber un mundo distinto. No lo sabía, pero que le mataran, si ya con casi cincuenta años no sabía reconocer una mujer de verdad cuando la veía y sobretodo, no sabía aprovechar la oportunidad.

Amelia estaba a la altura de él, y él estaba a la altura de ella. Sus personalidades congeniaban, solo faltaba algo. El interés de la mujer en él. Pero no sería imposible, con perseverancia la conquistaría. El verdadero reto, sería mantener conquistada la atención de una mujer que ya ha sentido y vivido todo. Y que a decir verdad, no se conformaría con algo hecho a la ligera y ordinario.

Porque ella misma era intensa y extraordinaria.

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