Capítulo 30

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- Explícame de nuevo, Lucía. ¿Por qué mierda tengo que hacer un asado para el intento de ser humano al que llamas Fede? – Preguntó con desagrado Nicolás mientras se dirigía hacia el patio con la carne en una fuente y Luci detrás gruñéndole.

- Dios santo. Porque es mí... Es mi amigo, y está pasando por un momento difícil. ¿Qué hay de tus obligaciones de buen cristiano? – Su cuñado se paró enfrente de la parrilla y bufó.

- Con el no hace falta emplearlas, lo dice la Biblia. El libro que le sigue a Apocalipsis. – Lucía rodó los ojos.

- Deja de usar la Biblia para tu propio beneficio, muy subjetivo por cierto. – Nicolás se carcajeó y empezó a ubicar la carne.

- Lisbeth me dice siempre lo mismo. Es tan irritante, jamás entiende mi sarcasmo. – Lucía sonrió con comprensión.

- Tampoco el mío, no te preocupes. De pequeña me preguntó dónde había dejado el teléfono fijo de la casa. Con mis escasos diez años, sabía que el bendito aparato iba conectado a un cable y luego a la pared. Le dije que estaba en la heladera. Me retó por hacer bromas de mal gusto y fue a buscarlo ahí. Mamá se rio por una semana, y Lisbeth seguía sin encontrarle la gracia. Estuvo ofendida por insultar su inteligencia casi por un mes.

- Conmigo se enoja siempre, si eso te reconforta. Muchas veces creo que hasta ella desconoce el motivo. Supongo que no tiene nada más que hacer, y decide que es hora de enojarse.

- ¿Nunca te molestas en preguntarle qué le pasa?

- ¿Qué? ¿Estás malditamente loca? ¿Sabes lo que puede provocar eso? – Exclamó su cuñado con los ojos abiertos.

- ¿Qué... te cuenta que está mal con ella?

- Eh, no. – Nicolás bufó. – Llora. Malditamente llora por una hora. ¡O más! Asique como buen esposo que soy, le ofrezco soluciones efectivas para resolver la situación. ¿Qué crees tú que hace?

- Em, te agradece por haber pensado en algo que ella no.

- ¡Ja! Ya quisieras. Todo lo contrario, se enoja, vuelva a llorar, me insulta, dice que soy un insensible, vuelve a llorar, a proclamar su odio hacia mí y a insultarme. Luego se va a seguir llorando a la habitación. Y, ¿Adivina quién duerme en el sillón por una semana?

- Oh, ya entendí tu dolor constante de espalda. Y yo recomendándote que mejoraras la postura. – Nicolás chasqueó la lengua.

- Está como una cabra. Es la criatura más voluble y emocional del planeta. O llora a mares, o se ríe a carcajadas todo el día. Siempre se maneja en los extremos.

- Y tú amas la calma. – Recordó Lucía. – El estado neutro; normal. La tranquilidad. Bueno pues queda bastante claro porque están juntos ustedes dos.

- ¿La vida tiene preparada una muerte prematura para mí debido a un infarto? Qué bueno enterarme de eso justo ahora. – Lucía se rio.

- Claro que no, tonto. Viviendo por separado y viviendo con personas que sean iguales a ustedes, solo se aburrirían hasta decir basta. Admítelo, con Lisbeth no puedes aburrirte. – Nicolás se carcajeó y negó con la cabeza.

- Tienes un poco de razón, enana. Supongo que el torbellino que es tu hermana me tiene bastante entretenido, aunque me frustre y me ponga de los pelos todo el tiempo. – Lucía sonrió débilmente.

- ¿La quieres mucho, no? – Su cuñado miró hacía la ventana del comedor que daba al patio, donde su esposa ponía la mesa y se reía de algo que decía su madre.

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