Capítulo 11

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El único momento tranquilo en el día de Lucía fue cuando estaba haciendo su turno y nadie la conocía; ni a ella ni a su artículo. Y estaba sumamente agradecida por ese pedacito de cielo en la tierra, pero obviamente cuando su turno terminara, tendría que asistir al colegio y la tortura volvería a comenzar.

El segundo día después del fin de su vida anónima, había sido un caos. Y no para bien, constantemente recibía insultos o bromas que no eran para nada graciosas para ella. Salvo para los demás que se reían en su cara continuamente.

Se había convertido en un chiste con dos patas y nadie se lo comentó.

Además Ana se carcajeó en su cara sobre lo anticuada que era, y de como tenía que adecuarse al siglo veintiuno. En su opinión personal, no había nada malo en su artículo. Ni siquiera era anticuado, anticuado sería decir que las mujeres no debían mostrar sus tobillos ni mirar a los ojos a los hombre para no provocarlos.

Simplemente, hablaba de valores y de cuidarse a sí misma. Tampoco era una desfachatez.

Y para empeorarlo, Federico no apareció en todo el día.

Algo dentro de ella dolió pero se obligó a ignorarlo por el bien de su salud mental. Su lema era "Niégalo, hasta que te lo creas". No funcionaba, lo sabía. Pero no tenía otra opción factible.

Cuando el timbre de salida sonó, su trasero cobarde y ella salieron disparados hasta la puerta. Y rechazó la idea de ir en colectivo nuevamente, ya que eso solo empeoraría la situación.

Asique solo camino por quince minutos mientras escuchaba música y reflexionaba en lo horrible que se había vuelto su vida en dos míseros días.

Gustavo abrió la puerta de la habitación de Federico de un portazo, con lo cuál el joven se sobresaltó. Pero no se sorprendió, desde que le comentó que iba a quedarse unos días con su tío cuando el se instalara mañana en la ciudad estaba irracional.

- ¿Qué quieres? – Ya ni se molestaba en ser agradable. El joven sabía y tenía asumido que su familia estaba rota y que jamás sería una familia normal.

- Lee esto. – Le lanzó un periódico de la escuela arriba de la bolsa que estaba preparando y extrañado lo empezó a leer. – Oh por favor, no lo leas entero. Mira el autor del artículo para chicas.

Su vista viajó hasta el pie de la página y vio el nombre de Lucía al final. Su puño se apretó en el papel, y vio rojo.

De nuevo no le comentaba nada de sus planes. Ni de ella.

- ¿Qué tiene de malo esto?

- ¿Qué que tiene de malo? ¡Federico, por favor! Te quiero lejos de esa chica, vive en una burbuja y no te conviene. Solo serviría para alimentar esta locura que tienes de ser escritor.

- Gustavo, por el amor de Dios, mis gustos son muy anteriores a mi amistad con Lucía.

- ¿Realmente es una amistad? – Preguntó con una ceja alzada igual que lo hacía el.

- Eso a ti no te incumbe desde el momento en que dejaron de ser mis padres. No te metas en esto, por favor.

- Voy a meterme en esto todo lo que quiera, porque estoy aquí para velar por tu futuro. Esta chica es una don nadie, una pobretona sin nombre que aspira a conseguir algo más y se va a colgar de nuestra fortuna.

- ¿Nuestra fortuna? Tu fortuna, Gustavo. No la quiero. Es dinero sucio, está manchado con sangre. Por culpa de ella mataste a nuestra familia. – Federico le estampó en su pecho el periódico escolar y se dirigió hacia la puerta de entrada. Tenía que hablar con Lucía pero primero quería saber como había repercutido todo esto en la escuela. Si lo habían tomado mal, no había forma que le permitiera dejar seguir con esto.

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