Lentamente fue volviendo en sí, aunque se encontraba un poco confundido. ¿Dónde estaba? Recordaba a Lucía vagamente en su casa revolviendo todo buscando algo y acariciándole el cabello.
¿Quién lo había traído hasta allí? Era... ¿Un hospital?
Miró hacía abajo y notó como tenía su pierna derecha y su brazo izquierdo enyesados. Frunció el ceño. ¿Por qué le habían puesto esa cosa tan molesta?
Y de repente recordó todo. Su padre, el choque, y la intensa lucha para conseguir que alguien lo acercase al hospital o la casa de Lucía.
Pequeñas imágenes flotaban en su cerebro medio anestesiado, burlándose de él cuando no podía atraparlas y formar un hilo de pensamiento coherente.
Hasta que se rindió, qué más le daba recordar o no. Miles de personas en su lugar hubiesen querido olvidar todo, y el intentada cazar como un perro sabueso cualquier mínima información que pasara por su cerebro.
Miró a un costado, y apretó los dientes ante el dolor que sintió en su cuerpo por tal mínimo movimiento. Todo estaba en oscuridad, solo una pequeña luz entraba por la puerta que estaba entornada, de lo que parecía ser el pasillo. Trató de distinguir alguna figura en las sombras pero no había nadie.
¿Lo habían dejado solo nuevamente? La rabia volvió a su cuerpo, en una situación normal su madre tendría que estar aquí colmándolo de mimos y su padre muerto de rabia jurándole una muerte sangrienta al que le había causado todo aquello. Pero claro, eso contaría como un suicidio.
Y no era la realidad. Giró su cabeza al otro lado donde distinguió una ventana abierta por donde entraba una brisa de aire que le puso el vello de punta. ¿Quién había sido tan estúpido para dejar la ventana abierta en invierno? Benditos enfermeros.
Pero se sorprendió con lo que notó, a su lado había una figura acurrucada en una silla enrollada en una manta. La distinguió como Lucía. Aunque no podría decirlo a ciencia cierta, su ojo derecho estaba hinchado y veía muy poco por él. Pero el perfume que despedía de su cuerpo, era el aroma de Lucia. No era un perfume, era simplemente su esencia. Y era su favorita.
Alguien prendió la luz, y Federico cerró los ojos ante tanta claridad.
- ¿Cómo está este guapo muchachote? – Una enfermera regordeta con mejillas encendidas entró como un torbellino.
- Haga silencio. – Le murmuró tratando de ver si Lucía se había despertado. Ahora que la veía estaba tremendamente demacrada y con profundas ojeras.
- Oh, al fin se durmió. Desde hacía tres días que la pobre muchacha no pegaba ojo. - ¿Tres días? ¿Cuánto tiempo llevaban aquí?
- Me duele el cuerpo. – Murmuró en susurro suave. La mujer asintió comprendiendo que no le apetecía hablar. Le suministró unos calmantes por vía intravenosa.
- Espere, - La llamó Federico antes de que desapareciera por la puerta. - ¿No podría cerrar la ventana?
- Lo siento, la chica la mantuvo abierta porque no podía soportar el olor a antiséptico. En sus palabras el olor a hospital. Creo que no tiene buen recuerdo de nosotros. ¿Quiere que suba la calefacción? - El chico asintió y miró a la chica.
Algo más que no sabía de ella. Algo más que se sumaba a la interminable lista de cosas por averiguar. Se quedó observándola.
Tenía un pantalón de jogging, y una campera ancha que reconocía como la de su tío. La manta se estaba cayendo y dejando parte de su brazo al descubierto, donde caía una cola de caballo un poco enmarañada.

ESTÁS LEYENDO
VORÁGINE
RomanceCon un vida perfectamente normal y controlada, Lucía se sentía completamente cómoda y feliz. Pero lo que no sabía es que el destino llega en forma de Vorágine a arrasar con todo y provocando que solo las cosas buenas y firmes quedan intactas. En ca...