Capítulo 32

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El hombre le tendió otra botella de cerveza por encima del mostrador con una mirada claramente desconfiada.

- ¿Cuánto es? – Pronunció tratando de mantener su voz clara.

- Treinta y tres pesos. – Gustavo hizo una mueca. En ese país hasta emborracharse salía caro. Le tendió un billete de cincuenta pesos.

- ¿No tendrá un billete de dos pesos? – Gustavo se rió.

- Esos son los únicos cincuenta que me quedan. – El hombre negó con la cabeza.

- ¿Qué le quedan? ¡Dios Santo! Con la situación financiera del país usted despilfarra la plata de esa forma. Disculpe que me entrometa... - Pronunció con un tono que indicaba que deseaba meterse en sus asuntos de todas formas. – Pero, ¿Acaso usted no piensa en su familia?

- No tengo. O bueno, ya no la tengo.

- No me extraña que con ese comportamiento decidieran no quedarse a su lado.

- Se equivoca. – Frunció el ceño consiente de que su expresión se tornó amenazadora. – Hice lo posible por darles el mundo, pero no lo aceptaron.

- ¿Está seguro de que era lo que ellos querían? Los humanos podemos ser muy retorcidos.

- Oh de seguro que no. Ellos querían "amor". – Pronunció con un claro gesto de asco. – Pero, creo que se olvidaron de que el amor no les llenaría el estómago.

- Estoy seguro, Señor. – Dijo el vendedor con un asentimiento de cabeza. – De que podría haber combinado las dos tareas. Es difícil, claro. Pero se puede lograr, yo llevo cuarenta años de casado y...

- Lo siento por usted, pobre diablo. Le deseo suerte. – Tomó la botella y el cambio que había quedado en el mostrador. - ¿Sabe? Creo que no está tan mal vivir así. No le rindes cuenta a absolutamente a nadie.

- No se equivoque, hombre. – Una mueca de lástima y compasión surcó su rostro envejecido por los años. - Estemos en dónde estemos, en compañía de quién sea, aún le tenemos que seguir rindiendo cuentas a nuestra conciencia. Y suelen decir por ahí, que no solo te quita el sueño, si no; hasta el alma.

- Le aseguro que puedo dormir completamente tranquilo- Mintió con expresión de desagrado.

- Gracias a eso... - Señaló la botella con un gesto. Se encogió de hombros. – En fin, es su vida. Muchas gracias por su compra. – Una sonrisa burlona se dibuja en la boca de Gustavo.

- ¿Acaso no me va a desear que vuelva pronto? – El hombre lo miró fijamente a los ojos.

- Yo no miento. Ni siquiera por cortesía. O, lo que es más peligroso, para engañarme y zafar, de mí mismo... - Gustavo se dio la vuelta con expresión adusta. El viejo sabía que había mentido. Y qué su alma vieja y más sabia había tenido razón.

Salió del local cerrando de un portazo y al pasar por la vidriera le sacó el dedo del medio al vendedor. Este ni se inmutó.

Otro pecado que agregar a la larga lista que tenía. Uno más no marcaría la diferencia. Sabía perfectamente que estaba condenado. ¿Qué más daba ya a esas alturas?

Llegó hasta la plaza del pequeño pueblo y se dejó caer en una banca. Observó el lugar, los niños aún podían jugar con libertad. Y reírse. Se burló de ellos internamente. Dentro de unos años su vida apestaría y ya no serían capaces ni de sonreír.

La vida tenía ese gran don de absorberte la felicidad de un tirón. Y sabía, por experiencia propia que no valía la pena luchar contra esa fuerza. Era en vano. Tarde o temprano te despojaría de todo vestigio de alegría sin compasión. O, tal vez, solo te llenaría de recuerdos agrios hasta eclipsar por completo aquellos momentos rescatables de tu vida.

Hubo un tiempo en el que creyó que todavía podía albergar aunque sea una ínfima cuota de esperanzas. Qué estúpido había sido. Estaba luchando una guerra que ya había acabado. Y que había perdido.

Los resultados fueron claros. La vida se rió en su cara anotando varios tantos, y él solo podía quedarse en la banca mirando como derrumbaban su historia, su ser, sin la más mínima piedad.

¿Qué sentido había tenido seguir peleando? Ninguno. Ahora lo sabía. Pero era joven e ingenuo y creía que podía cambiar al mundo si tenía un poco de fe y esperanza. Tal vez no tuvo las suficientes.O sus cualidades para ser alguien en la vida y resistir no fueron suficientes. No lo sabía en ese momento al igual que una década y varios años atrás. No había avanzado ni un centímetro. Era un fracasado borracho que terminaría consumiéndose solo, haciendo el ridículo delante de todo el mundo.

Bah, que importaba. De todas formas su familia y sus esfuerzos para aparentar que su existencia era perfecta e idílica habían sido el hazme reír de todo su barrio.

Bueno, al menos le había quedado en claro algo.Si algo no existía, era estúpido fingirlo. Además de agotador.

Era mejor ser un desgraciado y que todo el mundo lo supiera. Se ahorraba el trabajo de plantar una sonrisa que no existía en su cara todos los días. O bueno, siendo sinceros consigo mismo, intentar fallidamente sonreír todo el tiempo.

Miró la botella en su mano. Esperaba poder emborracharse. Demonios, ahora entendía un poco a Analia. Tal vez ella solo quisiese olvidar. De todas formas no interesaba. Ya nada le interesaba.

La abrió e hizo un brindis a una señora que jugaba con su hijo para después dar un gran sorbo.



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