Capítulo 34

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-¿Me pasan la sal, por favor? - La mano de Santiago, el cordobés, se cerró sobre el salero antes que la mano de Federico tuviese oportunidad siquiera.

- Ten, pequeña. - Federico frunció el ceño. Notó como Amelia y Pedro susurraban entre ellos y lo miraban a él para después soltar risitas tontas.

- Y bien... ¿Santiago... no es así? - Preguntó su tío al rubio de ojos verdes que cortaba delicadamente la carne. A Federico se le antojó que ni la misma reina de Inglaterra era tan fina como aquel engendro de Satán.

- Así es, señor. - Se limpió los labios con la servilleta antes de tomar un sorbo de agua. No de jugo, ni mucho menos de vino. Agua. Federico lo fulminó con la mirada. De nuevo.

- No me trates de señor, flaco. Acá somos todos iguales, ¿Eh? Muy bien, te iba a preguntar de qué estabas trabajando.

- Santiago es arquitecto, Pedro. - Dijo con evidente, muy evidente, orgullo la chica. Federico empezó a emplear más fuerza para cortar el trozo de asado. Sin querer un pedazo voló fuera del plato para caer en el mantel blanco cerca del plato de Amelia que le prometió con la mirada que le tocaría a él lavar el dichoso trapo hasta que volviese a ser impoluto.

- Así es. Me gradué hace dos años en la universidad Nacional de Cuyo.

- ¿Estudiaste aquí? - Preguntó Pedro extrañado.

- Claro, solo que me fui a vivir a Córdoba por que tenía la oportunidad de un mejor empleo. Pura suerte. - Lucía se rio por lo bajo.

- No le creas. La suerte no tuvo nada que ver en eso. Es un genio en lo que hace y los directivos de la empresa en que trabaja supieron apreciarlo antes de que alguien más lo hiciera. Están felices con él. - Lucía tocó su mano palmeándola suavemente y Santiago le sonrió tímidamente. Federico tomó más agua.

- ¡Muy bien, pibe! Además de que todavía eres muy joven. Vas a tener mucho futuro, te lo digo yo. ¿Dónde naciste?

- Oh, aquí en Mendoza.

- Ósea que tú tonadita cordobesa es trucha. - las palabras con un evidente tono ácido escaparon de la boca de Federico antes de que las analizara. Sonrió con inocencia a Lucía que lo observaba con los labios fruncidos.

- Oh sí, es que... - Santiago rompió el espeso silencio que pendía de la mesa un poco impresionado. Sonrió con confianza de nuevo. - La tonada es demasiado pegajosa. Pero te aseguro que con dos días aquí voy a volver a ser un mendocino de pura cepa.

- Oh sí. Claro. Sin duda alguna. - Se apresuró a corroborar el chico con una sonrisa falsa en el rostro.

Le caía mal. Su galantería y chulería no funcionarían con él ni a gancho. A pesar de que hasta su propio tío parecía haber caído en las redes del enemigo. Su carisma para dirigir la charla y captar la atención de la mesa con unas simples anécdotas le estaban sacando de quicio.

Y Lucía...

Gruñó interiormente. Hablaría con ella luego.

Se estaba comportando demasiado cercana con este chico.

- No quiero parecer impertinente... Pero, ¿Federico es tú amigo, no? - Le preguntó a la chica. Federico aguardó la respuesta que sin duda lo podría en su lugar.

Es decir, fuera de sus vidas. Ardiendo en el infierno, si fuese posible.

- Así es. - Federico la miró fijamente y Lucía lo observó a su vez impasible pero con cierta incomprensión.

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