Capítulo 32

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Todavía no puedo entender qué pasó, pibe. – Federico bufó y volvió a explicarle la historia a Pedro que lo observaba con una sonrisilla. Que pronto se volvió una carcajada.

- Qué obtuso, flaco. ¡Dios Santo! El bichito de los celos hizo su entrada triunfal. – Se rio y Federico se levantó para irse. – Tranquilo, siéntate flaco. – Su sobrino le obedeció y observó los yesos que tenía en la pierna y en el brazo con renovado interés. - ¿Cómo pretendías desfigurar al pibe con una pata y un brazo enyesado?

- En el momento tuve varias ideas creativas para ellos, y en todos esos planes los consideré de todo menos un impedimento. – Pedro se carcajeó, y se dijo que era el clon de su padre. Pero obviamente no se lo comentó. Sería suicida decir algo así con el temperamento en ebullición de Federico. Y peor aún si daba a entender un parecido con Gustavo.

- En fin, creo que has hecho un mundo de esto. Y que Lucía te va a trocear en cuanto te vea. Yo consideraría la idea del salir del país por una década.

Federico frunció el ceño a punto de insultar a su tío pero alguien aporreando la puerta lo detuvo. Miró interrogante a su tío que parecía una señora expectante por ver el capítulo final de su novela favorita de la tarde.

- ¿Esperas a alguien? – Preguntó y su tío se carcajeó. Su sobrino era un estúpido. Pero confiaba en que su nueva sobrina, y tal vez si el universo estaba a su favor; su hijastra, le bajara los decibeles.

- Nop, creo que es la Parca viniendo por ti. – Fue a abrir la puerta contento con ver semejante espectáculo en su casa. Obviamente que esto se lo contaría a los hijos de su sobrino como la primera vez que su madre le dio el rapapolvo de su vida a su novio.

- ¡Querida, y bella dama mía ahí tienes a tú... - Se frenó en seco cuando vio a Nicolás en la puerta echando humo por la nariz.

- ¿Te falla la vista, viejo chocho? Hay varios centímetros de diferencia entre mi cuñada y yo. Y otras cosas más, te lo aseguro. – Miró detrás del hombre que lo miraba con una sonrisa bordeándole los labios y decidió que no le rompería los dientes o su suegra le pondría arsénico en la comida. Además de que no parecía implicado en el asunto y si interpretaba bien sus palabras, estaba la mar de contento de entregar a su sobrino a la furia poderosa de su Lucía. Aunque distaba mucho de ser arrasadora o algo así, era fría como el hielo. Tan fría que si la tocabas te quemaba.

Estos idiotas creían que Lucía se presentaría en la puerta dispuesta a clamar venganza. Pues no la conocían ni un poco si era así. La furia de Lucía consistía en volverse filosa y helada como un témpano de hielo. No gritaba, no insultaba y muchos menos chillaba o se ponía a llorar.

Claramente, era algo que no había heredado de su hermana se dijo. Lisbeth si se presentaría a clamar venganza, y armada hasta los dientes.

- Algo que no comparto con mi querida Lucía es la inclinación amorosa a aquel energúmeno.

- ¿Inclinación amorosa hacia mí? – Exclamó Federico rojo de la ira, apartando a Pedro del marco de la puerta. - ¿A mí y cuántos más? – Su tío torció la boca en una mueca. Su cuñado le iba a sacar la mierda por los ojos por ese comentario.

- ¿Qué dijiste? – Se acercó intimidatoriamente a él sacando a relucir su viejo temperamento que utilizaba en sus viejas andanzas como motoquero y demás.

- Qué...

- Pese a qué soy un fiel creyente de que quién hace, tal pague, necesito bogar en defensa de mi único sobrino y la posibilidad de tener una sobrina. – Nicolás levantó la ceja intrigado. – Este tarado tuvo un acceso tremendo de celos, y se hizo la película. – Explicó con obviedad. - Spielberg le tendría una envidia horrible si lo viera. Ahora, si lo conozco bien, posiblemente debe haber visto que Lucía miraba a este chico por ser el novio de su amiga para calibrar la reacción de este al comentario de su amigo respecto a sus conquistas y su cerebro empezó a maquinar. Pensó cualquier tontera, y llevó los celos un poco más allá. – Se apartó de la entrada y se introdujo en la casa. – Ahora; pégale. Cuándo terminen me avisan y les sirvo unos mates. ¿Amargos o dulces?

- ¡Tío! – Exclamó ofendido Federico.

- Dulces, gracias. – Nicolás sonrió como un cazador y se dirigió hacia la habitación del chico.

- ¿Qué estás haciendo, flaco? ¡Si no hay paliza; no hay mates!

- Algo mucho mejor que pegarle. Además miré como está. – Los dos observaron a Federico que se acercaba rengueando y con expresión furiosa. – Mi honor no permite pegarle, ¡Si hasta me da lástima! Además, Lucía le va a dar una buena. ¡Ya va a ver! – Exclamó entusiasmado.

- ¿Entonces qué haces? – Preguntó Pedro que iba tras él.

- Algo que de verdad le va a doler. – Dicho esto se acercó a su biblioteca y empezó a romper y arrancar hojas y tapas despedazándolos con las manos. Los gritos furiosos de Federico se escuchaban detrás. Pedro se rió. Los García tenían muy buen ingenio.

- Avísame cuando termines. Voy a buscar los alfajores de maicena o las tortas fritas que hizo Amelia ayer. – Dicho esto se retiró dejando a los dos más jóvenes juntos.

Nicolás paró y observó feliz como diez libros habían ido a parar a mejor vida haciendo sufrir a su cuñado. Se sentó a su lado en la cama no sin antes darlo un coscorrón.

- ¡Oyee...!

- Lo siento, no me resistí. Tu cabeza de chorlito es muy tentadora. – Antes de que terminara de hablar su teléfono empezó a sonar dejando escuchar la canción de Bob Esponja. Federico alzó una ceja divertido.

- Cuando tengas hijos me entenderás. A Celeste le encanta. – Dijo con una sonrisa paternal de orgullo y atendió poniendo en alta voz al ver que era Lucía.

- ¿A qué se debe la llamada de la cuñada más hermosa y dulce del planeta? – Se escuchó un bufido del otro lado del teléfono y Federico prestó atención.

- Nada de zalamerías, estoy enojada contigo. – La voz helada que Lucía estaba usando en ese momento le puso los vellos de punta a los dos. Nicolás hizo una mueca. - ¿Dónde estás? Si has ido a la casa de Federico a montar un escándalo, juro que te destrozaré la moto que tienes escondida en mí garaje para que Lisbeth no la vea, ¿Me has oído? ¡Suficientes escenitas por hoy!

- Escúchame, Lucía...

- No. Ven a casa en este momento y llévate a Lisbeth de inmediato que pasa del ataque de histeria al orgullo, al saber que su marido es todo un "macho" – Dijo imitando la voz de su hermana. Federico vio como el pecho de Nicolás se agrandaba y parecía crecer uno centímetros.

- Dile que su valeroso caballero está de camino luego de domar y calmar al furioso dragón. – Federico le pegó un coscorrón y se escuchó un silencio del otro lado de la línea. Ese tipo de silencio que anticipaba no un chaparroncito, si no una tempestad embravecida.

- Vuelve en este momento. – Sin decir más, y dejando en claro que cualquier tipo de desobediencia a su orden sería cobrada en su amada moto, cortó la llamada. Nicolás suspiró.

- Bueno, como ves el terreno está bien difícil, muchacho. Te va a sacar los ojos. Y con mucha suerte que sean solo tus globos oculares. En fin, ya escuchaste a la patrona. Me voy. – Dijo levantándose y acto seguido se frenó y lo miró. – No es porque te tenga aprecio, pero espera un día o dos a que se calme si no quieres exponerte a una muerte horrible.

Sin decir más se fue, y mientras Pedro le pasaba un mate y le daba un mordiscón a su torta frita pensó que tal vez, y por algún extraño motivo, se había excedido solo un poco con los celos.

Pero solo un poco. Pensó para sí con el ceño fruncido.

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