Capítulo 12

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- Moza. ¡Un café! – Lucía pegó en su rostro una sonrisa y se acercó a le mesa con cuidado de no derramar café, por mas que ya tuviese un año de experiencia nunca te librabas de los accidentes y había que prevenirse. Además de que cada cosa rota se restaba de tu suelo.

- Aquí tiene. – Colocó todas las cosas que llevaba en su bandeja en la mesa del señor alto con ojos verdes y con algunas canas en su cabello negro. Debía estar rondando los cuarenta, pero su actual apariencia indica que fue bastante considerable en su juventud. Y luego de encontrarle cara conocida, supo quién era.

El hombre que atendió hace tiempo, y que tanto misterio le causó-

- A ti te conozco de algún lado. – Mientras se retiraba, escuchó su comentario y se giró a mirarlo.

- Me debe haber visto en la calle, conozco gente que tiene muy buena memoria visual. No es mi caso, pero al parecer el suyo si.

- No, no. Te he visto antes, pero no puedo recordar en donde. Es extraño; suelo reconocer una cara linda en cualquier parte.

- Gracias por el halago. Aunque claro, es muy subjetivo de su parte, ¿No cree? Estoy segura de que un porcentaje de los clientes no comparten su opinión. Así es la belleza... - Suspiró melodramáticamente, y le sonrió. – Amo la subjetividad, hace las cosas más interesantes. ¿No opina usted lo mismo? No deja que los más agraciados sean tan egocéntricos, y que los menos afortunados, en términos de belleza, no piensen que son un cuco. Ah, Dios sabe como hacer las cosas.

- Siempre hay un roto para un desconocido, señorita. No he podido evitar recodar el dicho de mi madre. Me hace acordar mucho a mi novia, Dios se equivoco con ella. – Negó con la cabeza – Fue muy pronto.

- ¿Falleció no es así? – Asintió con la cabeza. – Se lo que se siente, lo siento mucho. ¿Era una buena chica no es así?

- Ciertamente.

- ¿Entiende mi punto de vista? Este mundo está en decadencia, y Dios se la llevó para que no sufriera y porque ya había cumplido su tiempo en esta vida. Nadie tiene pagada la longevidad aquí. Todo tiene una razón de ser, nada pasa porque si. Las coincidencias no existen. –La miró y negó con la cabeza.

- Eso no quita que me haya destrozado. – Lucía le sonrió tristemente.

- Claro que si, es natural. El humano sufre, pero El entiendo eso. – Suspire – Ah, recuerdo cuando me enseño lo que le acabo de explicar. ¿Dolía?, ¡Si! Un montón, pero el se encargó de limpiar todo eso. Ahora ya no duele, está el recuerdo pero no la herida. La clave no está en olvidar a esa persona, está en recordarla bien. Sin dolor. Olvidar no es buen camino a seguir, solo esconde todo debajo de una alfombra. La clave es aceptar.

- Es gratificante saber que no todos los adolescentes viven en una burbuja, es bueno que haya jovencitas como usted con los pies sobre la tierra. ¿Cuál es su nombre?

- Créame que no ser del montón me cuesta bastante caro. – El rio, y negó con la cabeza. – Me llamo Lucy; Lucía García

- Un placer Lucy, yo soy Pedro. – Le extendió la mano y la chica la aceptó con gusto. Una sonrisa enigmática y curiosa cruzó por el rostro del hombre-

- El placer es mío, Pedro. Espero que no sea un secuestrador o tratante de blancas. Hoy en día uno no sabe con lo que se puede topar.

- Claro que no, niña. Pero cuídate de esa gente. Pero supongo que no hace falta que te lo diga, se nota que no tienes un pelo de tonta. – Le guiñó un ojo.

- Tengo todo el pelo de tonta, pero se disimularlo. Por lo visto soy bastante hábil, gracias por apreciar mi trabajo. – Identificó a un chico en una de las mesas de su zona que la llamaban. – Hasta luego, Pedro. Un placer.

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