Capítulo 3.

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- Lucía, tu hermana quiere que cuides a los niños el jueves. Tienen una cena. – La joven despegó su mirada del libro de textos que estaba leyendo para un trabajo de la escuela y asintió.

- No hay problema. – Su madre siguió hablando de nada con su hermana por teléfono.

Lucía clavó la mirada en Amelia, su madre, un poco risueña. Se podía ver dentro de unos años con la misma apariencia que Amelia, solo que más seria y con ropa menos... colorida.

A sus 47 años, era una mujer demasiado activa y alegre, casi exactamente igual que cuando era una adolescente. Era mitad italiana y mitad inglesa; una peculiar mezcla que había puesto el mundo de Luis, su padre, patas arriba.

Lucía recordaba la historia como si ella misma la hubiese vivido, ya que sus padres eran unos románticos empedernidos y le relataban la historia cada vez que podían.

Luis, había viajado de provincia en provincia, sin asentarse en ninguna, desde pequeño ya que su madre era actriz y su padre se negaba a dejar que anduviera sola. Pero cuando cumplió sus dieciséis años, sus padres decidieron asentarse en la ciudad en la que actualmente seguían viviendo; Mendoza.

Cuando empezó la secundaria, honor que solo tenían unos pocos afortunados con buenos ingresos, conoció a su mejor amigo a partir de ese momento; Pablo Miller.

Pablo, era un rubio con ojos verdes demasiado remilgado que se jactaba de ser un inglés. Su único problema, era que pensaba demasiado y analizaba las cosas hasta decir basta, lo que irritaba a Luis en sobremanera, que aunque se avergonzara de sus raíces francesas gracias a su madre, tenía la misma chispa que ella. Pero se había cansado de intentar retener esa faceta suya, asique ahora solo la aceptaba y se adaptaba lo mas posible a ella.

Cuando Pablo cumplió los veintiún años, y pasaba a ser un adulto responsable, su familia organizó una fiesta, y el agasajado no dudo ni dos segundos en invitar a su mejor amigo. Todo iba bien, hasta que su hermana entró en el salón con su sonrisa perfecta y su vestido de verano haciéndola lucir como una dulce hada de cuentos. Y su mejor amigo también lo había notado. Su mirada se clavó en ella como si hubiese descubierto al mayor tesoro jamás visto. Ahí supo que estaba perdido, iba a perder a su hermana en poco tiempo gracias a un miserable desgraciado.

Luego de un acercamiento fallido a manos de Luis, en el cual termino con jugo en la cara y una sonrisa de bobo, las cosas se fueron tornando más difíciles. Luis, notaba como sus sentimientos iban creciendo a pasos agigantados, mientras que los de Amelia solían variar entre el asco, el desprecio y el miedo. No entendía la fuente de todos aquellos sentimientos, hasta que Pablo se lo explico. Su abuela tenía un odio profundo hacia los hombres por una vieja historia pasada, que no dudo en transmitirle a su pequeña nieta desde niña que vivía tras ella todo el tiempo.

Amelia le creyó, lo que decía la abuela era palabra santa. Si ella decía que los hombres eran el demonio personificado con una hermosa sonrisa engañosa, tenía razón y se iba a regir con ese pensamiento hasta que se muriera.

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