Capítulo 6.

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 - Quédate quieto. Que no puedo sacarte la sombra de ojos.- Lucía tiró el algodón manchado con pintura verde, y le puso desmaquillante a otro. – Te dije que tuvieras cuidado con Penny. – Lo regañó.

- ¿Y que podía saber yo que la niña quería ser maquilladora profesional? – Bufó. Y se movió. la oreja. - Oye. No hagas eso. – Le miró enojado y le dió su mejor mirada desaprobadora.

- Entonces quédate quieto cuando te lo digo. Eres peor que un niño. Cierra el ojo. – Obedientemente lo cerró y aprovechó a sacar la pintura que tenía en el parpado. – No sé porque quieres sacártelo. Te queda divino. – Frunció el ceño. Y abrió los ojos, le tiró de nuevo lo oreja.

- Ok ya. Está bien. – Refunfuñó. - ¿Por qué crees que me lo quiero sacar? Mis padres me ven así... y bueno. Probablemente les importe un rábano como de costumbre, pero ¿Qué van a pensar los vecinos y las empleadas?.

- Que no sabes combinar colores muy bien, cariño. Alguien te tiene que enseñar que el verde y el rojo, con un atuendo azul no pegan ni con moco.

- Se lo tendrán que explicar a Penny, querrás decir. Esa chica es un peligro para la sociedad.

- Y para el buen gusto. Aunque en Panem, la chica marcaría tendencia. – Frunció el ceño.

- En este momento tengo ganas de mandarla a esos juegos.

- No seas animal, es una pobre niña inocente. De seguro, cuando que cuando eras niño, fuiste igual. – Le sonrió y Fede la miró con el ceño fruncido.

- Claro que no. Yo me comportaba magníficamente. –

Luego de sacarle los tres kilos de pintura a Fred, salió huyendo de la casa hogar. Diciendo que los niños son unos demonios, y no sé qué cháchara sobre jamás ser padre.

Después de mandar a los niños a que se bañaran, y de darse una ducha ella ya que tenía que irme en bus, y no me la iban a dejar subirse así, partió a su casa. Donde la esperaba un campo de guerra.

En todo el sentido de la palabra.

Los dos sobrinos estaban saltando en los sillones mientras su mama chillaba y sufría un ataque de nervios, y los niños reían a pata tendida. No había duda, sus pequeños habían salido al padre; les encantaba tocarle las narices a Amelia y ponerle los pelos de punta.En parte era gracioso, porque ella se enojaba con demasiada facilidad, y tenía que admitirlo; cuando se enfurruñaba era bastante graciosa.

- ¡Niños! ¡Cálmense! Les agradecería no matar a mi madre de un infarto. – Amelia resopló enojada. Y los niños se bajaron del sillón corriendo para abrazarle.

- ¡Tía! ¿Me prestas tus juguetes? - Oh, no. Eso sí que no. Mis juguetes no se tocan. Eso si que no. De ninguna manera.

- ¿Para qué le preguntan si ya los agarraron y destrozaron? - Una sola frase bastó para que Lucía entrara en pánico. Ahogó un grito mientras su cerebro empezó a maquinar posibles formas de torturarlos. Las opciones variaban entre destruir (comer) su reserva de dulces para sus visitas, o agarrar a palazos su Play Station. Algo le decía que la última sería más efectiva.

- Ay, no. ¿Porque están aquí sin la presencia de sus tutores legales? - Amelia se encogió de hombros, un poco más calmada.

- Están llevando a cabo un pacífico intercambio de opiniones. – Lucía ahogó una carcajada. Las peleas de su hermana y su marido, consistía básicamente en gritarse hasta desgastar sus cuerdas vocales. Hacer una pausa para comer e hidratarse. Y luego continuar, expulsando su veneno hacía el otro con total libertad

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