Capítulo 4

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El ruido en la puerta me hace sobresaltarme. De un momento a otro entra Santiago y nos echa un rápido vistazo. Guillermo está sin playera y cuando me doy cuenta soy yo quien la tengo. ¿En qué momento sucedió eso? ¿No es esa mi blusa y no su playera?

—Lo siento mucho —nos dice intentando sonar serio, pero sé que por dentro se está muriendo de risa. Luego alza el reloj que se ajusta a su muñeca y me dirige una sonrisa enorme.

Sale de ahí tan rápido como llegó y Guillermo se agacha a mi lado asustado.

—¿Qué significa eso?

Se lo explico rápido mientras me quito la playera y me pongo la ropa correcta. 

Desde que los secuestros se volvieron un día a día en nuestro país, Santiago carga consigo un montón de formas de hacer llegar a su padre el lugar donde se encuentra. Su reloj es una de ellas, por lo que es posible que ese convoy que se acerca, sea un convoy donde viene su padre.

No quisimos decírselo a Guillermo y de hecho tampoco guardamos muchas esperanzas, no desde que nos dimos cuenta que el GPS que tenía no funcionaba muy bien y que los teléfonos tampoco.

Cuando llegamos a la primera planta ya se ha estacionado una camioneta militar enfrente de la casa. Santiago está muy quieto en el umbral y con la mirada nos pide que no salgamos más allá. De otra camioneta cerrada descienden dos personas, están vestidas con un traje de protección blanco que a través de la parte transparente de los ojos deja ver que también llevan una máscara.

—La mano, joven —le pide uno de ellos a Santiago.

Él la extiende y el hombre le pone algo encima. Santiago no se mueve pero sé que le acaban de sacar un poquito de sangre, como cuando los diabéticos se miden su nivel de glucosa.

El aparatito que tiene el hombre empieza a emitir un montón de sonidos mientras que el otro hombre también le pide con un gesto su mano a Guillermo, que duda un instante pero es la expresión de Santiago la que lo tranquiliza.

—Limpio —deja escapar el primer hombre en voz alta antes de dar unos pasos decididos hacia mí— Señorita.

—¿Qué es eso?

—Su mano por favor.

—¿Es para saber si estamos infectados?

—Sí —me contesta sujetando mi muñeca con fuerza.

Siento un pinchazo y doy un brinco por instinto mientras el otro hombre que ha hecho lo mismo con Guillermo deja escapar también en voz alta.

—Limpio. ¿Hay alguien más en la casa?

Es Guillermo quien le responde que hay una niña y un niño. El hombre le hace una seña a alguien dentro de la camioneta cerrada y otro personaje desciende también protegido por el uniforme blanco.

—Limpia —habla de repente el hombre frente a mí y es entonces cuando un militar uniformado desciende de otro auto que acaba de llegar—. Mi General, todavía no es seguro.

—Me importa una chingada. Es mi hijo.

Es el padre de Santiago que camina firme y se funde en un abrazo fraternal y de alivio con mi mejor amigo.

Santiago es el hijo predilecto. Tiene un hermano mayor que hace como un año le confesó a toda su familia que era gay y desde entonces el General no le habla, por lo que Santiago pasó a ser todo para él. La mamá de Santiago murió hace ya como 15 años, tenía leucemia y el General nunca se volvió a casar. Ha tenido lo que a Santiago le gusta bromear como "sus muchachonas", pero nada en serio en realidad.

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