Radcliffe y Guillermo cargan la pesada caja. Yo observo el piso con atención. Cada que veo una luz roja parpadear debemos detenernos porque se trata de un sensor en el suelo, uno que de manera automática activaría su escudo y que pudo haber impedido que cualquier ataque anterior rindiera frutos. Hay que rodear y saltar líneas invisibles, pisar con cuidado, no perder el equilibrio y continuar caminando.
El frío se ha convertido en algo difuso, mi mente ya no lo siente con cada paso que doy. Lo único importante en este momento son las lucecitas rojas en el suelo. Daremos un paso y luego otro.
El silencio es lo único que me perturba, así que oír las respiraciones de Guillermo y Radcliffe detrás de mí me infunde confianza. La nave se acerca imponente cada vez más y no hay guardias como esperaría que hiciéramos nosotros los humanos. No los necesitan, ha dicho Guillermo, sus armas no son estas, su principal arma ha sido biológica desde el inicio. Una enfermedad que se propagó y que intentan mejorar para terminar con los que quedamos.
Intento encontrarle un tamaño aproximado en extensión. Tal vez diez veces más grande que la Alameda Central. El miedo me mantiene alerta y nos agachamos entre más cerca estamos de la nave. Lo más duro debe ser para Guillermo y Radcliffe que traen la caja con las luces de Navidad de Giselle. Van con mucho cuidado, aunque ella ha asegurado que primero hay que quitar una serie de seguros mecánico que ha implementado, sé que les da miedo que explote de un momento a otro. También a mí.
Llegamos a una de las alas y nos cubrimos con la misma nave. No se ve que haya ventanas o algo que se les parezca por donde pudieran mirarnos. Guillermo dice que tienen visores pero no están en esa zona y que solo les servían en los momentos que la nave viajó. Hay un segundo en que me parece imposible que estemos haciendo eso. Miro hacia las estrellas y me pregunto si alguien más está observando la Tierra justo ahora.
Radcliffe saca una pequeña lámpara, apunta hacia donde deben estar los demás y lanza la luz una, dos y tres veces. La deja en el suelo y no podemos hacer nada más que aguardar.
Estamos pegados a la nave y con las yemas de mis dedos recorro la superficie. Es lisa y fría, como sería cualquier metal con el que construiríamos coches, autobuses o aviones. Quiero preguntárselo a Guillermo pero temo interrumpir el conteo que lleva Radcliffe en voz baja.
Llega hasta el número 100 y entonces Guillermo y ella avanzan y ahora voy detrás. Llegamos hasta una compuerta casi invisible, si Guillermo no nos hubiera llevado a ella no sabríamos que existe. Teclea algo en una pared invisible, pero cada que sus dedos hacen contacto con ella se ilumina una parte, de repente se oye un crujir y un pedazo de pared se desliza de manera horizontal. Todos entramos y la sensación de adrenalina se incrementa en mi interior. Acabamos de entrar a la nave y todavía sigo sin creérmelo.
Tanto tiempo, tantas dudas y ahora nos encontramos dentro. No veo nada más que un largo pasillo curveado con esporádicas luces blancas. Luce tétrico pero antes de que pueda prestarle mayor atención Guillermo teclea de nuevo en un panel casi invisible, abre otra puerta y me mete dentro.
La puerta se cierra de manera automática y nos encontramos en un lugar por completo oscuro y hasta donde siento bastante reducido, como si del tamaño de un baño se tratara.
―Hay que darles tiempo ―dice Guillermo y luego de eso hay silencio y nada más mientras esperamos una señal que tarda todavía unos minutos en llegar.
Me pregunto si Radcliffe y Guillermo se sentirán tan inseguros como yo, lo dudo de Radcliffe, es una soldado, la entrenaron para estas situaciones.
Mis ojos se adaptan a la oscuridad y veo sombras más oscuras que otras. Nuestras respiraciones se entremezclan y extiendo mi mano, tanteando detrás de mí. Choco con el límite del cuartito y la pared se siente igual de fría.
Se oye una explosión fuera, lo suficiente lejos pero lo suficiente fuerte para que sepamos que se trata del lanzamisiles que alguien ha ocupado. Dentro de la nave suena una alarma con un sonido peculiar, como de alguien balbuceando cosas repitiéndolo y repitiéndolo.
Guillermo me sujeta la muñeca con fuerza, no sé si intenta buscar fortaleza o impedir que salga del lugar que estamos, como si acaso fuera a hacerlo.
Oímos ruidos lejanos y Guillermo baja la voz al momento de hablar.
―Están saliendo, ese es el protocolo. A los demás los guardan en una parte intermedia.
Seguimos esperando y me empiezo a inquietar, entonces Guillermo se mueve.
―Ya deben haber pasado por donde nos interesa. Hay que ir lo más rápido posible. SI ven a alguien disparen a la cabeza para evitar que alerte a otros.
Vuelve a tantear la pared y la puerta se desliza de nuevo. Nos adentramos en el pasillo que ahora se encuentra completamente iluminado. Radcliffe sujeta un extremo de la caja y Guillermo el otro al tiempo de echar a correr. Voy tras de ellos y de vez en cuando giro la cabeza para asegurarme que no hay nadie.
A mi lado pasan veloces vitrinas o paredes extrañas que no estoy dispuesta a detenerme a observar. Hay un camino que me he aprendido por el croquis de Guillermo, me aprendí las vueltas y hacia qué lado ir. Por eso me quedo confundida cuando en una de nuestras salidas Guillermo tantea cosas del lado izquierdo en vez del derecho. No digo nada, tal vez me he confundido.
La puerta se desliza y vuelve a cerrarse en cuanto paso, Guillermo deja la caja en el suelo y se gira hacia Radcliffe.
―Los cubriré ―nos asegura ella manteniendo sus ojos azules en la puerta que se ha cerrado.
Sigo a Guillermo a través de arcos grises que son un poco bajos para nuestra estatura.
―¿Dónde se supone que está Hilary? ―Observo los arcos pasando debajo de otro. Esta parte no la recuerdo―. ¿Seguro que tomamos el camino correcto?
―Sí.
Ante nosotros se aparece una pared cubierta de un montón de botecitos líquidos que van de un tubo a otro, están protegidos por un tipo de ventanal de cristal. Arrugo el ceño confundida, él no mencionó está parte cuando estuvimos repasando la estrategia. Guillermo se acerca a un panel donde hay un montón de cosas cuyos dedos empiezan a tocar.
―Guillermo ¿dónde estamos?
Toco su hombro y él lo mueve para librarse de mi mano. La adrenalina se hace más presente, algo no está bien.
―Guillermo. ¿Dónde estamos?
―Voy a salvarnos ―me dice ocupado con el panel.
De repente los botes de líquidos empiezan a moverse. Se mueven a otros vacíos, despiden gases dentro de sus compartimientos. Me recuerda a un laboratorio y el miedo se extiende en mi interior.
Sus ojos lucen de lo más concentrados y me asusto tanto que con fuerza lo jalo del brazo para que quede ante mí.
―¿Qué demonios estás haciendo? Esto no era parte del plan ¿Dónde estamos maldita sea?
―Si ha quedado bien hay que soltarlo.
Levanta la cabeza y su mirada apunta a los botes entonces caigo en la cuenta de lo que se trata. Es el virus que han estado modificando con las personas que raptaron. Y lo más importante de todo es que los movimientos que hacen no lucen como un tipo de autodestrucción, Guillermo lo quiere soltar. Acaba de decirlo, lo va a soltar.
Solo que ahora que lo veo y que lo oigo sé que hay algo que no está bien en su cabeza. Recuerdo las palabras del General, recuerdo los raros momentos que ha tenido y recuerdo lo sucedido en el crucero, cuando llegó a decirme que sentía que lo ocurrido con la información de su cabeza lo estaba acabando. Tal vez es esta la forma en que lo acaba.
La única conclusión a la que puedo llegar es que Guillermo está fuera de sí y que no puedo permitir que suelte el virus.
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Propagación
Ficção CientíficaHace exactamente 20 días que dos meteoritos colisionaron casi a la misma hora pero en dos hemisferios diferentes. El primero de ellos llegó a la Antártida. El segundo cayó en Siberia. ¿Hubo muertos? No ¿Un tsunami terrible nos ahogó a todos? Tampoco...