Capítulo 26 - 54

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Los gritos del soldado pidiendo que me detenga hacen que meta el freno y la cara de Hilary casi se estampe con el tablero del auto.

El soldado abre su puerta, le da una patada para que se abra por completo y baja de un salto. Yo corro hacia una de las puertas traseras y veo a Guillermo acostado. Le acarició la frente y empiezo a pedirle perdón un montón de veces.

Él abre los ojos y medio logra sonreír.

―Has sido la persona más valiente ―Me dice con la voz cansada.

―No, no, no.

Personas llegan de algún lugar, me apartan y se llevan a Guillermo por órdenes de un soldado-doctor sin que yo pueda ver más que su cara agonizante.

Voy corriendo detrás pero Hilary me detiene y siento que he sido llevada de vuelta al pasado. Veo la imagen de una mujer abrazando a su bebé en una fosa y me pongo a llorar.

―Está herida ―Alguien habla detrás de mí y me conduce a algún lugar sin que yo ponga resistencia.

―Por favor ―pido sin fuerzas.

El chico que me lleva no sabe a lo que me refiero, a que le estoy pidiendo que salve a Guillermo. Es un muchacho cuya cara me resulta familiar pues sé que lo vi alguna vez en Cartagena, o tal vez fue en otro lugar, no tengo ni idea.

El dolor comienza a volver recordándome las quemaduras y las heridas que tengo. Empiezan a limpiarme y salto cada vez que el ardor es repentino. No digo nada mientras me curan, por dentro estoy rezando por Guillermo, por Walter, Lázaro, Giselle, Arturo, Dieter, el General, Scott e incluso por Hilary, aunque ella permanece a mi lado.

Cuando recuerdo a Radcliffe me pongo a llorar en silencio, dejando que las lágrimas saladas hagan que me arda la cara pero sin sollozar ni moverme.

No es justo, nada de esto es justo.

No sé cuánto tiempo permanezco en silencio, es hasta que estoy vendada y huelo a medicina que observo a mi alrededor y encuentro todavía a mi lado los ojos triste y azules de Hilary.

―¿Sabes algo de Guillermo?

Niega con la cabeza pero se acerca y no estoy del todo segura, pero creo que me ve con admiración.

―Oí cosas ―Su voz es ronca, como si estuviera enferma de tos―. De la nave.

―¿Qué? ―Me asusto.

―La están destruyendo, a la nave y a todos. Han estado llegando algunos soldados heridos pero deberías ver sus caras María, tenemos esperanza ―Da otra paso en mi dirección y extiende su mano para tomar la mía―. Gracias, hermana.

Una camioneta se frena con escándalo y de ella baja un muchacho. No tardo en reconocerlo, ni Hilary. Scott corre hacia ella y antes de mirarla por completo y asombrarse de lo flaca que está y de que no tiene cabello, le pregunta cómo está, ella contesta abrazándolo.

La escena me conmueve y hace que me ponga de pie, dejándolos. Me muevo entre soldados que gritan instrucciones, que se mueven de vuelta a la nave, que vienen de regreso con noticias. Los cuerpos y los rostros me parecen indescifrables, no sé quiénes son y no sé dónde estoy.

Entonces veo una cara muy conocida, que parece más consternada que yo. Se trata de la señora Terrasco. Parada en medio de la nada perpleja ante todo el movimiento que sucede. Así que después de todo sí nos siguieron cuando huimos de Cartagena.

Quisiera darle un puñetazo, quisiera descargar la furia que se aglomera en mi corazón contra ella. Creo que acaba de llegar porque su hijo Leonardo permanece dentro de un coche con los ojos bien abiertos. También a él quisiera golpearlo, dejarle la cara tan magullada que llorada de dolor.

La señora Terrasco me ve y se acerca casi suplicante, aprieto los puños y me recuerdo a mí misma que suficientes personas han muerto ya. Que no vale la pena desquitarme.

―¿Qué sucede?

―Los rusos ­―me burlo, pero lo digo tan seria que ella pega un brinco.

La dejo con sus propios pensamientos y sigo caminando. Choco con alguien y me lastima el brazo, pero quien sea no se detiene, se trepa a una camioneta que arranca enseguida.

Miro a lo lejos, intentando encontrarle sentido a lo que veo. Sigue habiendo fuego y humo como si kilómetros más allá un bosque se estuviera quemando.

―María.

Siento las manos fuertes de alguien apretar mi cabeza contra su pecho, huele a sudor y a miedo. Me separa tan rápido como me ha abrazado. Los ojos azules de Walter están irritados.

―¿Sabes dónde está Guillermo? ―No tardo ni un segundo en preguntar.

―Ven ―Me hace darme media vuelta―. Será mejor que descanses. Ya has hecho mucho por nosotros.

―Walter ―Me detengo―. Guillermo estaba herido, le disparé. No voy a poder descansar si no averiguo cómo está ni lo que está sucediendo.

―Estará bien ―Aprieta los labios―. Ve a descansar.

―¿Y todos los demás? ¿Qué sucede allá? ¿Se ha destruido una parte?

―Ve a descansar María. Si quieres le pido a alguien que te de un calmante.

―No quiero calmantes ¡Quiero saber si la nave explotó!

―Sí, lo hizo. Y sí, Guillermo estará bien. No sé los demás, es lo que intento averiguar. Aquí están trasladando a los heridos.

Me resigno a saber de momento todo eso. Asiento con la cabeza, le doy una palmadita en el hombro como si él fuera el más pequeño de los dos.

Los soldados siguen pasando a mi lado, gente civil sigue pasando a mi lado. Nadie me presta atención. Vuelvo hacia el auto donde está Leonardo. Abro la portezuela de la parte trasera mientras Leonardo deja caer la mandíbula asombrado de verme. No debo lucir nada bien a juzgar por su expresión.

―Bueno, me voy a recostar aquí. Más te vale dejarme en paz. Hemos volado una nave, ha muerto una amiga y si me agotas la paciencia, te parto la madre. ¿Entendiste?

No espero una respuesta. Me acomodo en los asientos. Las órdenes siguen llegando a mis oídos pero yo apenas si puedo mantenerme en pie ahora que el dolor recorre cada parte de mi cuerpo. He cumplido mi papel y Vivien Radcliffe ha muerto en el suyo.

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