Capítulo 20

2.5K 365 19
                                    


El sonido me hace asustarme más y las manos sudan frío. Me quedo un solo instante escuchándolo antes de que Guillermo ponga una pistola en una de mis manos, me coloque la máscara y me sujete la otra mano para salir de ahí. En el hombro se echa una mochila en donde ha metido varias cosas a velocidad luz y abre la puerta para encontrarnos con el cielo a punto de amanecer.

El señor que creo que había golpeado la pared sale al mismo tiempo de la habitación de al lado con dos niños pequeños. Lo había visto antes, también cavando.

―Los vi ―dice clavando sus ojos bien abiertos en Guillermo―. No podía dormir y los vi, vienen del este y no son las que vimos el otro día que lanzan gases.

Oímos un estruendo, como si se tratara de una bomba no muy lejos.

Guillermo me jala sujetando mi muñeca tan fuerte que me hace daño, pero eso no importa como el hecho de que la adrenalina está comenzando a invadirme y que mi corazón late rápido. Alzo la vista de manera veloz para ver lo que se acerca y no tengo tiempo para contarlas.

En el cielo hay una clase de naves aplastadas, no son redondas y son más grandes que las que vimos antes. Algunas no parecen tener intenciones de ir hacia el campamento pero estoy casi segura que otras sí. Podría quedarme contemplándolas pero mi instinto de mantenerme a salvo es más fuerte y acelero el paso a donde sea que Guillermo esté tratando de llevarme.

De repente sucede otra explosión que sacude el suelo y nos hace tropezar y caer.

La gente sale, oigo algunos gritos, sé que por allá hay fuego por la luz que alcanza a ver mi vista periférica. Las naves nos están atacando y Guillermo se echa pecho a tierra y yo junto a él.

Ya no sé lo que ha pasado con el señor que estaba con los dos niños, creí que vendría detrás de nosotros pero no los veo por algún lado y encima ha comenzado a quemarse algo y un humo empieza a invadir Applewhite.

Oigo otro estruendo y me tapo la cabeza mientras mi grito es ahogado por el ruido y caos que nos rodean.

Alzo la vista en cuanto ha pasado lo que parece otra explosión seguida de otra más.

Alguien con algo le ha dado a una de esas naves. Oigo que Guillermo me grita, pero no puedo oírlo muy bien entonces me quito la máscara de la cara pero la mantengo sobre mi cabeza y él en su desesperación se acerca a mi oído muy rápido, besando mi mejilla de manera muy ruda.

―¡Aquí estarás bien, voy con los lanzacohetes!

Se pone de pie de un brinco y echa a correr hacia algún lugar. La impotencia me invade, no puedo ver bien, sé que se está exponiendo al salir así corriendo. Todas las cosas están sucediendo muy rápido y mi mente intenta reaccionar y enfocar mi reacción ante el miedo.

Me giro hacia el edificio de 5 pisos de donde se oyen órdenes y gritos ininteligibles. Pienso de inmediato en Santiago y entonces me impulso con los brazos entre la tierra rasposa y salgo corriendo en dirección a la habitación donde debería estar mi amigo.

Solo vi escenas de guerra en películas, porque por suerte había nacido en una época y un lugar en el que nada de eso pasó ante mis ojos, hasta ese amanecer. No pienso mucho, mi cuerpo solo se mueve por ese instinto que aún conservamos ante el peligro.

Ninguno de los soldados que salen del edificio me presta atención y yo solo los observó tan rápido, sabiendo que ninguno de ellos es Santiago.

Estoy subiendo las escaleras a una velocidad en la que nunca creí que sería capaz de moverme cuando me encuentro con él.

―¡María! ―un abrazo rápido sucede antes de que me miré con los ojos bien abiertos―. ¿Dónde está Guillermo?

Me quito la máscara con un tiro violento que me debe haber lastimado pero que no siento el dolor en esos momentos.

―No sé, no sé, dijo algo de unos lanzacohetes y se fue corriendo ―hablo tan rápido que no sé si me ha entendido―. Nos están atacando.

―Los lanzacohetes, es cierto, ven.

Bajamos corriendo las escaleras en medio del caos y órdenes en inglés. Por una fracción de segundo mi mirada se cruza con la mirada azul de una soldado, es Radcliffe que se queda con la boca semi abierta y mi cerebro procesa enseguida que ella debe estarse preguntando donde está Guillermo.

Otra explosión sacude el edificio y oigo que alguien grita "fuego".

La alarma no ha dejado de sonar ni un minuto y eso activa más mis sentidos. Quién sabe si es inducido o si en realidad nuestros cuerpos reaccionan de manera natural ante ese tipo de sonidos.

Salimos del edificio y nos detenemos segundos para observar a nuestro alrededor. Los rayos del sol intentan entrar entre el humo, el fuego y los gritos.

Otra explosión nos hace voltear al lugar de los hechos, algo ha sido arrojado a la parte de motel que había sido mi pequeño refugio por varios días y que deja escapar llamas al cielo. No sé si se ha destruido la habitación en la que estaba pero eso me hace pensar de manera muy rápida en mis momentos con Guillermo y por supuesto en Guillermo.

―Hay que ir a buscarlo ―le digo a Santiago.

―Aléjate de los edificios, voy por él.

En ese instante una de las naves bolas que habíamos visto antes pasa cerca dejando caer ese mismo gas. La reacción de Santiago y la mía es instantánea y tenemos las máscaras en nuestras caras en fracciones de segundo.

Santiago me hace señas y a través de todo puedo entender que va a ir a buscar a Guillermo y que me aleje del edificio. Aprieto su mano porque no quiero dejarlo ir, no me parece buena idea de ninguna manera. Creo que le entierro las uñas porque él con su otra mano quita mi agarre y a través de una mirada dura y una seña me ordena que me aleje del edificio.

Lo pierdo de vista enseguida y comienzo a trotar lejos del edificio justo cuando sucede otra explosión, esta vez algo ha caído y derrapa hasta estrellarse con el edificio. Es una de aquellas naves.

Me detengo casi como si el tiempo hubiera hecho lo mismo. Y mi cuerpo avanza en dirección a la nave que ha comenzado a incendiarse. Nadie hace lo que yo hago que es acércarme.

Mi corazón late con muchísima fuerza y puedo oírlo en mis sienes. Me detengo a escasos metros de un compartimiento que de repente se abre como si fuera una cabina con asiento. Ante mí hay unos ojos grandes de un azul increíble que parece casi blanco y que me miran fijamente.

La cosa esa aún respira y casi puedo oler su miedo como él debe estar oliendo el mío.




PropagaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora