Las náuseas o un relampagueo de la sonrisa de Guillermo en mi mente me hacen reaccionar. Lázaro lanza un "¿Qué?" en cuanto lo empujo lejos.
¿Pero qué chingados estoy haciendo?
Me recargo en la pared e intento obtener un poco de cordura. Estoy de verdad borracha, con un solo atisbo de sobriedad que temo que vaya a desaparecer de un momento a otro.
Y aquí viene la reacción corporal. Vomito en el suelo de aquella aula que alguna vez albergó alumnos, ¿Qué clases darían ahí? ¿Filosofía? ¿Letras? ¿Historia? No tengo idea. Esa aula es especialmente pequeña y ya quiero salir de ahí.
Me tomo un último trago de agua mineral y pasó a un lado de Lázaro que tiene una expresión de asco. Tomó mi lámpara y salgo de ahí mientras oigo como vuelve a abrocharse el cinturón.
Al principio creí que las cosas mejorarían, cuando después de un par de días lo encontré. Más flaco de lo que alguna vez lo vi y con el espíritu hecho pedazitos. Al principio creyó que era una ilusión y yo también creí que él lo era.
Mi padre debe estar en este momento en su grupo de apoyo del fin de la humanidad, o algo así le llamamos Walter y yo. Mientras yo bueno, estoy aquí besuqueándome con Lázaro, otra de las personas que menos esperaba encontrar con vida cuando volvimos a la desoladora ciudad que alguna vez fue la más cosmopolita, la más poblada, la más contaminada, pero también el lugar que menos esperarías encontrar así, tan vacío.
Hay basura vieja en los pasillos, por allá una colilla de cigarro y una envoltura de galletas. Me siento mal de verdad, no por nada entre Lázaro y yo nos acabamos una botella de whisky.
Me tropiezo en el último escalón después de bajar muchas escaleras y siento la mano de Lázaro sujetando mi codo para ayudarme a recuperar el equilibrio. Casi estoy a punto de agradecerle cuando su mano va a mi cintura y me acorrala contra la pared intentando besar mi cuello.
―¿Qué eres idiota o qué? Dije que no.
Él lanza una exclamación que puedo interpretar como "estás loca" y sin embargo me sigue. Sé que está enojado porque puede que no consiga lo que quiere y de hecho después de pasar entre los pasillos y bajar otras escaleras para llegar al piso de las bibliotecas, lanza un comentario.
―Eres una calienta huevos.
Solo hago una mueca que él no logra ver en la oscuridad. Creo que ni siquiera me sorprende que siga siendo un cabrón. Antes de que comenzáramos a beber llegó a decir que ahora solo le importaba disfrutar el momento porque la vida era más corta cuando nunca sabías si unos alienígenas iban a llegar a matarte. Tal vez crea en lo que dijo, pero apuesto más a que lo dijo para excusar su comportamiento. No pienso que no sufra, su mamá estaba viva hasta el día de los ataques y él también se ha quedado solo, como mucha gente hasta antes de ese día porque por supuesto que si atacaron las ciudades que eran las más pobladas, la nuestra se encontraba dentro del top.
Una de las primeras cosas que hice después de encontrar a mi padre fue ir a nuestro departamento. Ya no existía, al edificio le había caído una bomba de lleno, tampoco es que quisiéramos quedarnos en la superficie. Todos temen y son pocas las veces en que alguien va y se queda en sus antiguas casas. Eso de encontrarte el cadáver del que fue tu vecino por 10 años no es algo que deseemos a pesar de que a diario convivimos con los muertos. De hecho mañana es mi día de descanso y es por eso que tampoco me importó que pudiera tener resaca.
―¿A dónde vas? ―me pregunta Lázaro en cuanto ve que no voy a la reja por donde entramos.
―A la biblioteca ―señalo hacia el lugar donde hay vidrios rotos como si fuera la cosa más evidente del mundo.
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Propagación
Ciencia FicciónHace exactamente 20 días que dos meteoritos colisionaron casi a la misma hora pero en dos hemisferios diferentes. El primero de ellos llegó a la Antártida. El segundo cayó en Siberia. ¿Hubo muertos? No ¿Un tsunami terrible nos ahogó a todos? Tampoco...