Capítulo 28

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Aunque le duele mover la pierna intenta caminar lo mejor que puede. Sé que debe doler porque a mí también me duele el antebrazo que no está ni la mitad de mal que su pierna, sin embargo caminamos hasta donde todo mundo se está reuniendo para partir. Algunos tomarán sus propios caminos, otros irán comandados por Radcliffe y otros más con el Coronel.

Vivien Radcliffe aparta la mirada un poco en cuanto nos ve llegar, no sé si está avergonzada o nerviosa. Lo que menos me esperaba de ella era que se comportara como una adolescente primeriza en el amor con Guillermo.

Está hablando con unos militares, y luego de que ellos asienten a un montón de cosas que les dice, se amarra el cabello en un chongo y su formación militar sale a flote mientras camina hacia nosotros.

―¿Estás listo? ―le pregunta a Guillermo quien asiente más normal. Luego se gira hacia mí­―. Aquí tengo la llave.

Pone en mis manos la llave de la Lobo, le dice a Guillermo que en un momento volverá y se aleja sin esperar respuesta. Guillermo observa la llave no muy seguro y entonces le sonrío.

―Sí sé manejar y ahora que casi no hay autos lo haré mejor.

―Lo sé, eres la más lista de los dos.

―No digas eso. Tal vez me di cuenta que Radcliffe está flechada por ti pero eso hasta Beto lo hubiera sabido ¿Dónde está por cierto?

―Se irá con nosotros ―Guillermo sacude la cabeza un poco antes de tomar mi mano―. ¿Qué es lo que harás cuando encuentres a tu papá?

Agradezco en mi mente que no especifique si lo encontraré vivo o muerto.

―No lo sé.

―Se supone que el Coronel tiene pensado ir hacia el campamento que había en ciudad universitaria ―aprieta mi mano más fuerte y no quiero que siga haciéndolo porque en vez de hacerme sentir mejor creo que me está robando la fuerza a través del contacto―. Promete que si te mueves me dejarás una nota, al menos dame la oportunidad de pensar que si no te veo de nuevo estarás bien por algún lugar.

Es suficiente. Me pongo de puntitas para abrazarlo y aunque tal vez haya alguien cerca viendo, no es posible retener un par de lágrimas que resbalan por mis mejillas.

―¿Estás segura que no vienes? Vamos, dejamos a las personas en el refugio y volvemos.

―Quiero regresar a México lo más pronto que pueda, ¿y tú?

―No puedo abandonarla ahora, le prometí a Vivien que la acompañaría.

―A veces odio que seas tan bueno ―estoy sujetando su antebrazo y me siento extraña―. Te veo en unos días.

―En unos días.

Guillermo guiña un ojo y se ve tan bonito como cuando lo hace por más tiempo al apuntar con el rifle.

Poco a poco toda la gente está reunida ahí, me despido de Beto y de la señora Adela, quien tiene un brazo enyesado y se despide con un "Que Dios te acompañe mija". También me da gusto ver que el señor que dormía a lado nuestro está bien junto con sus dos pequeñas hijas que también se van en busca de los refugios.

El Coronel se acerca para entregarme un cinturón y un arma, no me especifica nada más que la pistola tiene el seguro puesto. Me lo acomodo con una sonrisa pero veo la mueca de inseguridad en Guillermo.

―Tú me enseñaste a disparar.

―Y lo harás bien ―no estoy segura que tan sinceras son sus palabras, pero sin que pueda evitarlo se acerca rápido y me da un beso en la sien, lo que provoca un calorcito reconfortante que baja de mi cabeza a todo mi cuerpo.

PropagaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora