Capítulo 20 - 48

1.2K 212 11
                                    

Los autos van más despacio y en cada uno de ellos hay alguien con binoculares, escudriñando el horizonte. Voy durmiendo cuando nos detenemos, abro los ojos de golpe justo para ver como todos empiezan a salir de los autos. Uno de los argentinos llamado Pablo está al lado del General, señala a algún lugar y platican en voz baja. Guillermo se les une mientras yo me quedo con Walter y Giselle.

―Yo no veo nada ―me sincero.

­―Allá. Al parecer es una mancha que no debería estar ―Giselle me pasa los binoculares.

En medio de toda esa meseta no hay más que tierra árida y fría, intento prestar atención, descanso los ojos y vuelvo a colocarme los binoculares. Hay una mancha, que podría ser una montaña. O una nave.

―Pronto estará oscuro ―Guillermo viene de vuelta―. Veremos sus luces.

Aguardamos a que las pocas horas de sol que ha habido se acaben por completo. Ahí donde antes hubo una mancha se ve ahora un puntito de luz blanca. Entonces todo el convoy se acomoda para repasar las responsabilidades de cada quien.

Los soldados del General y los muchachos argentinos van a crear una distracción y atacarán a los que salgan de la nave, si el escudo se rompe usarán los misiles para intentar destruirla. Giselle nos dará su cadena de granadas que en ese momento está armando con una certeza extraordinaria, pero hay mucha desconfianza, a nadie le gusta tener un montón de granadas cerca. La cadena de granadas debe meterse al interior de la nave, para eso estamos Guillermo, Radcliffe y yo.

Guillermo explica que hay compuertas que requieren de claves que él sabe por la información que le pasó el alienígena que murió. Walter llega a interrogarlo sobre si no cambian las claves o hay acceso restringido.

―No son claves secretas, hay una general, que la saben todos sus habitantes ―contesta con seguridad―. Es como abrir una puerta pero ninguno de nosotros sabría cómo.

Ha dibujado un croquis del interior de la nave. Es semicircular con varias alas dispuestas alrededor, tal como si se tratara de corredores. Intento aprenderme de memoria la distribución mientras él continua explicando que colocaremos las granadas donde se encuentra el Conector, lo que debilitará sus comunicaciones.

―De este lado está una sala ―indica manteniendo el dedo en un cuadrado que ha dibujado―. Si Hilary está viva estará ahí. Entraremos por ella y después haremos explotar la cadena.

―¿Estás seguro que les dará tiempo salir? ―Lázaro está cruzado de brazos, me mira y lo mira poco convencido­.

­―Giselle ―le habla Guillermo―. ¿De cuánto tiempo disponemos entre cada explosión?

―He dispuesto de un seguro extra, es pura mecánica. Les dará 30 segundos antes de la primera explosión después serán 5 entre una y otra, y están colocadas a 30 metros. Será como ver una tira de luces de Navidad.

―Las luces de Navidad no te matan ―murmura Scott pero por suerte Giselle no alcanza a oírlo―. Quiero ir ―alza la voz y todos voltean.

―No ―le contesta el General con firmeza―. Tres son suficientes, si de mí dependiera no dejaría que María fuera, es mucho riesgo, nadie más se arriesgará innecesariamente. Ni tú Dieter ―le deja en claro el General al ver que él está a punto de decir algo.

Las explicaciones y últimos detalles nos toman otra hora más. Lo que sigue es acercarnos hasta el límite que ha dado Guillermo, de ahí él, Radcliffe y yo tendremos que caminar camuflajeados por la noche.

Nos relajamos un momento antes de volver a subir a los autos. Algunos van a orinar, otros a hacer una breve oración como Guillermo, que se aleja unos pasos para tener un poco de privacidad.

Me quedo recargada en un coche junto con el General y Arturo. Es entonces cuando el General se asegura que Guillermo está lo suficiente lejos y dice mi nombre, yo alzo la cabeza extrañada con el tono con el que me ha hablado, temeroso y precavido.

―En Cartagena había otra niña como Guillermo, que decía conocer la vida de uno de ellos ―El General apunta con su cabeza hacia donde se aprecia la lejana luz blanca―. Creían que estaba loca.

―Sí lo oí.

―Lo decían porque intentó matar a su hermano, a su propio hermano, porque balbuceaba cosas acerca de acabar con los de nuestra especie. Tenía algunas... crisis. Me contaron que se desmayó también algunas veces y cuando despertaba no recordaba lo que había sucedido.

―Le conté lo que sucedió en el crucero ―interviene Arturo.

―Ya ―No sé a qué quieren llegar con eso pero aguardo.

―Cuando estés ahí dentro ―El General hace una pausa asegurándose de nuevo que Guillermo sigue bien lejos―, ten mucho cuidado con él.

En cuanto todos están listos nos metemos de nuevo a los autos. Me voy de copiloto de Guillermo, observando su perfil que está atento al camino, pues hemos apagado los faros de los coches y vamos lento.

Llega un momento que se da cuenta de la atención que mantengo en él, voltea hacia mí, me dirige una sonrisa breve y alarga su brazo para estrechar mi mano. Permanecemos así lo más que se puede, las palabras del General retumbando en mi mente y la nave colonizadora frente a nosotros.

La luz se va haciendo más y más amplia y mi corazón palpita más rápido mientras nos seguimos acercando.

Los autos se apagan y salimos en silencio. Los soldados del General no pierden tiempo, empiezan a sacar las armas y todo lo que van a necesitar. Giselle por su parte nos deja una pesada caja donde están nuestras últimas esperanzas.

Guillermo se echa un rifle a la espalda y se guarda dos pistolas en un cinturón. Yo hago lo mismo pero sin el rifle. Ajusto con fuerza las agujetas de mis botas y mientras él observa nuestro objetivo con los ojos entrecerrados. Mis nervios me hace interrumpirlo y tomarlo de la cara para plantarle un beso fugaz.

―Te amo.

―Yo también te amo María. Todavía puedes arrepentirte.

Temiendo que las palabras me salgan atropelladas no le contesto más que con un movimiento negativo de cabeza.

En ese momento una figura nos interrumpe, es Dieter que de la nada rodea a Guillermo con un fraternal abrazo. Él lo corresponde y le asegura que todo saldrá bien, Dieter incluso se gira y me tiende la mano pero lo tomo por sorpresa al abrazarlo.

Luego volteo hacia la nave, una sombra que se presenta ante nosotros, con una luz blanca brillando en lo que parece una cúpula. Me he resignado a las altas probabilidades de morir dentro, en otro momento lloraría del susto pero no en este. Si lo logramos muchos continuarán con vida y podrán reparar el desastre, pero no podemos arrepentirnos ni huir, no se puede continuar nuestra existencia en este planeta de la forma que hemos llevado los últimos meses.

Pienso en mi mamá y en Santiago antes de que Radcliffe se acerque a nosotros. Nadie más se despide. Debemos iniciar.



***

Hola. El resto de los capítulos que faltan (7) los subiré todos juntos la otra semana. Mil gracias por leer esta historia, por su paciencia y por sus increíbles comentarios.

PropagaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora