Capítulo 22

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Lanzo un grito cuando algo me provoca un ardor en el antebrazo, sé que es mi voz, puedo reconocerla. Mi cerebro está en una lucha constante y esta vez el dolor y todo el miedo está ayudando.

Alguien me aprieta el hombro contra el suelo con mucha fuerza para que no me mueva. Vuelvo a gritar y empiezo a ver una silueta, es un soldado y algo me está diciendo en inglés. Creo que puedo captar la palabra "quieta" y eso intento con todas mis fuerzas, mantenerme quieta mientras el ardor invade mi brazo.

Concentrada solo en eso puedo comenzar a distinguir el tipo de ardor que es, se trata de una quemadura, no debe ser muy grave aunque sí que arde. Me llega un olor medio raro a medicina y en cuanto el soldado vuelve a mirarme sé que ha terminado.

Me reincorporo confundida y observo la venda que rodea mi antebrazo antes de alzar la vista ante lo que queda de Applewhite.

Torres de humo y partículas de polvo se elevan de varias partes, aquel no puede ser el lugar ordenado que era, el refugio de tantas personas. Estoy poniéndome de pie mientras el soldado me hace señas e intenta decirme algo, pero después de un rato se aleja con su botiquín, gritando si hay alguien por ahí entre los escombros de una parte del edificio de 5 pisos donde la nave se estrelló.

A diferencia de momentos atrás, ahora reina una tenebrosa calma. Hay algunos quejidos, algunos gritos, el sonido de pequeñas cosas quemándose.

De un momento a otro estoy caminando mientras el ardor sigue palpitando en mi antebrazo. Sé que todavía no coordino bien y estoy confundida ante todo el panorama.

―Wilhelm. ¡Wilhelm! ¡WILHELM!

Alguien está gritando y sigue gritando, hasta que me doy cuenta que la persona que lo hace soy yo misma. Me está invadiendo una terrible sed y aunque debería buscar agua mi cuerpo me guía ante otra prioridad, ¿Dónde está Santi y dónde está Guillermo?

Una silueta se acerca a mí y oigo la voz de una muchachita.

―My daddy.

Ella se abraza a mí y no entiendo nada. Una sensación viene de mi estómago a mi garganta y tengo que apartar a la chica de un empujón para vomitar a un lado. Es casi nada lo que vomito, más saliva o jugo gástrico o cosas asquerosas. Me dan muchas arcadas y luego de un rato paran.

Hilary me observa asustada y caigo en la cuenta que es ella quien me ha abrazado. Nos estudiamos por varios segundos, ella mi antebrazo y yo su cara sucia y los raspones en sus brazos y en sus manos. Lleva todavía una ropa que parece más pijama, es un pantalón azul de algodón y una playera vieja.

No le digo nada, simplemente me alejo rogándole a mi cerebro que recuerde, ¿Dónde está Santi y dónde está Guillermo? ¿Dónde los vi por última vez? Es tan difícil, la clase de cosa que tienes en la punta de la lengua pero que no recuerdas.

Me detengo de manera abrupta y cierro los ojos, concentrándome en echar atrás una cinta de lo que sucedió y cuando la palabra "lanzacohetes" llega a mi mente, le doy un rápido vistazo a mi alrededor antes de correr a lo que al menos creo que fue la dirección en la que debió ir Santiago, y antes de él Guillermo.

Busco debajo de cada cosa y grito sus nombres hasta donde más puedo, a pesar de que la sed me está matando. Me llegó a tropezar con una piedra y caigo en una de mis rodillas para sentir piedritas clavándose en ella. Es ahí donde me rindo ante la confusión.

Otro grito es lo que me hace entrecerrar los ojos para intentar averiguar de dónde viene. Alguien está diciendo que todas las personas que no estén heridas que le sigan. Me levanto de un brinco y pronto me encuentro alcanzando a un grupo de menos de cinco personas que caminan cabizbajas. Esos minutos me sirven para casi no pensar y despejar mi mente, siguiendo solo los pasos que el grupo da.

Al llegar a una carpa que no está destruida me aparto del grupo y puedo observar el alboroto que se está haciendo. Soldados y personas que parecen paramédicos o alguna cosa que tenga que ver con medicina porque están trabajando con gasas, agujas, alcohol y otros instrumentos, van de un lado a otro entre civiles confundidos, lloriqueos, gritos y sangre.

Comienzo a caminar entre las hileras de personas que se están acomodando para ser atendidas y hay muchas que lucen tan confundidas como debo verme yo o que incluso caminan chueco como si acabaran de salir de un bar después de muchas copas.

Me fijo en cada uno de los rostros y algunos me son familiares porque los veía en las comidas o tal vez cavando. Los nombres de Santiago y Guillermo se repiten en mi mente y creo que hasta muevo los labios pronunciándolos en silencio como si temiera olvidarlos. Busco a un joven de cabello rizado y negro, con la piel bronceada y la nariz media aguileña y también busco a otro un poco más alto que él, con el castaño cabello ondulado y esas cejas bonitas por las que hace tan pocas horas pasé mis dedos.

Una cabellera rubia amarrada en un arruinado chongo se deja ver en algún lugar de mi vista periférica. Giro la cabeza de manera brusca y me abalanzo para seguir a Vivien Radcliffe, que camina entre el caos con prisa.

Ella llega hasta otros soldados que despliegan una camilla y en la que suben a muchacho que está gritando de dolor.

Me precipito hacia Guillermo y tal vez digo algo porque Radcliffe se voltea hacia mí y me detiene con uno de sus brazos. Ella me aparta enseguida pero alcanzó a ver que Guillermo tiene una horrible, por decir poco, quemadura en una de sus piernas y que alguien ya ha comenzado a vociferar instrucciones en inglés.

―¿Qué haces? ¿Está bien? ¿Qué le ha pasado?

Ella no me responde, sus ojos azules me miran casi con tristeza. Me doy cuenta de lo sucia que está su cara, pero hasta donde se ve, ella está sana y salva.

―Necesitamos atenderlo de inmediato y estará bien.

―¿Sabes dónde está Santiago?

Radcliffe señala hacia un lugar a su izquierda y me alejo con dificultad luego de ver que Guillermo se está revolviendo en la camilla y que dos soldados tienen que sujetarlo por los hombros.

Ya estoy de nuevo caminando entre la peor mañana que he tenido, abrazándome a mí misma e intentando ir a cual sea la dirección que me haya indicado Radcliffe.

La razón vuelve a mí y justo comienzo a preguntarme si las naves van a volver, si debemos salir lo más pronto posible de ahí o si hemos logrado matarlos. Justo es eso lo que pienso cuando diviso al General.

Soldados medio mal heridos acomodan cuerpos en una hilera fuera de la carpa. Son cuerpos que no se mueven, algunos tienen telas sucias encima y otros todavía no. Un par de soldados están examinando sus caras, como si quisieran descubrir si pueden reconocer de quienes se trata. El General no está parado con ellos, él está en una posición en la que jamás creí que lo vería; sentado sobre sus rodillas al lado de un cuerpo cubierto por una sábana y mirándolo casi sin mirar.

Creo que ya no puedo moverme de donde estoy pero de alguna manera automática de la que no me doy cuenta, llego a su lado muy segura de que mi corazón se acaba de romper en millones de pedazos porque sé quién es aquel bajo la sábana. Mi amigo, mi confidente, el que le prometió a mi papá que me cuidaría, la mejor persona con la que podía bromear, mi pilar, mi hermano.

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