Capítulo 22 - 50

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En cuanto él vuelve a poner las manos sobre ese panel lo empujo. Guillermo cae y por un momento espero que diga si me he vuelto loca pero en vez de eso se pone de pie de un brinco y me empuja también.

No salgo del asombro cuando lo veo darme la espalda como si nada y clavar sus ojos en sus manos moviéndose a velocidad por un montón de símbolos y botones. No se trata del Guillermo que yo conozco y debo impedir que termine de hacer lo que intenta.

Me abalanzo hacia él intentando obtener el control del panel, alcanzo a darle un puñetazo en la cara y justo siento un golpe en el estómago que me deja sin aire. El golpazo me toma por sorpresa, esto no puede estar sucediendo.

Vuelvo al ataque, dispuesta a detenerlo y cada intento de golpe que quiero dar me duele, no solo por el movimiento o porque mis puños no están acostumbrados, sino por lo que está sucediendo. La desesperación se incrementa en mi interior, gritando que pare, que lo deje de intentar golpear, pero otra parte en mí me dice que me detenga, que él no es él.

Guillermo me sostiene de las muñecas y me tumba contra la pared. Mis brazos están aprisionados con tal fuerza que aunque forcejeo no puedo librarme. Nunca había sentido el alcance de su fuerza bruta, porque en definitiva tiene más que yo.

―Déjame ―le pido asustada.

Pero él no afloja la potencia que ejerce. En una fracción de segundo su mano me suelta y estoy segura que va a darme un golpe en la cara.

Su puño vuela a mi rostro, el dolor me marea, veo lucecitas y también líneas borrosas y siento el sabor de la sangre por haberme mordido la lengua o el interior del cachete, no lo sé. Me turbo un momento sin poderme creer todavía que se ha atrevido a pegarme. Veo que su puño se levanta de nuevo y que otro golpe vendrá. No lo voy a permitir. Reacciono tirando una patada en su entrepierna, me suelta por instinto y se dobla con un quejido.

El reflejo es mayor que las razones, le araño la cara e intento correr hacia Radcliffe pero con uno de sus brazos logra sujetarme a duras penas. Me tapa la boca y yo le muerdo la mano. Las cosas están fuera de control y no puedo pensar, nada más actuar.

Aprovecho su momento de debilidad mientras se deja caer en el suelo por el dolor de la patada, la mordida y los arañazos y desenfundo la pistola que llevo.

―Te dispararé ―le advierto con todas las emociones a flor de piel―. Si te acercas te dispararé, lo juro.

Alza los ojos con el sufrimiento reflejado en ellos y las manos intentando aliviar el dolor de mi patada.

―Guillermo por favor ―gimoteo en una última oportunidad por demostrarme que es él.

Se impulsa dispuesto a volver a atacarme y yo empujo el gatillo. El disparo retruena y lo único que puedo ver es a Guillermo caer y soltar un alarido de dolor.

Las manos me tiemblan, no sé qué hacer, lo veo intentar ponerse de pie pero no puede. De su pierna empieza a brotar sangre. Él aprieta los dientes, se tumba en el suelo y recarga la espalda en la pared.

No soy capaz de moverme. Oigo la lejana voz de Radcliffe preguntando si todo está bien pero en ese momento no puedo contestar. Acabo de dispararle y la sangre está ensuciando su pantalón.

Él se queja de nuevo, echa la cabeza hacia atrás mientras a duras penas controla su respiración.

―No puedo hacerlo ―musita antes de abrir los ojos y dirigirme una mirada triste cargada de un montón de cosas que me estremecen―. No puedo acercarme al panel, no me puedo controlar.

Las palabras no salen de mi boca, el miedo sigue siendo intenso pero en su voz hay algo que me dice que tiene una lucha interna que no puedo comprender. No sé qué Guillermo es el que habla.

Alza las manos y las lleva al cinturón donde tiene las pistolas. Yo me inquieto y él lo nota, deteniendo sus manos a medio camino.

―No te muevas ―ordeno sin dejar de apuntarle.

―Me lo quiero quitar ­―me asegura.

Mi cerebro me grita que no, las manos me sudan, un dolor en el pecho hace que los latidos se incrementen. Todavía sostengo la pistola entre las manos pero el ver el pantalón de Guillermo tener una mancha oscura ahí donde he disparado me hace dudar si podré hacerlo de nuevo.

―María ―pide casi implorando.

―¡No eres tú!

―Lo sé. Por eso déjame darte el cinturón. Apunta a la cabeza, si dudas que te dispararé hazlo tú primero.

―No juegues conmigo.

No espera una palabra más, sus manos se mueven veloces y se quita el cinturón de las pistolas antes de empujarlo hacia mí. Me siento estúpida y aliviada. Pudo haberme disparado y no lo hizo, aliviada por eso. Las manos me tiemblan todavía más.

―En el panel hay una serie de símbolos triangulares, ¿los ves?

Tomo el cinturón de pistolas y me asomo al panel sin darle la espalda a Guillermo.

―Moví algunas cosas, ahora tenemos que hacer que los sueros vayan a desintegración, así los gases no saldrán expuestos cuando volemos el lugar.

Él empieza a decirme un montón de instrucciones que no sigo. Lo observo desconfiada porque no estoy segura que pasa por su cabeza ni quién es él. Extiendo una mano en dirección al panel mientras la derecha sigue sujetando la pistola que tiembla con peligro.

―¿Cómo sé que no me estás diciendo lo que debo hacer para liberar un nuevo virus?

―No te enseñé a disparar para que dudes ahora ―contesta mirando mi mano temblorosa.

―¡Contesta maldición!

―Si quisiera hacerlo en este momento seguiríamos peleando. Supongo que nada más te queda confiar en mí María ―se queja por el dolor, la sangre empieza a escurrir y mancha el suelo―. Agradecería que te apuraras.

Veo su herida, veo sus manos sujetándose la pierna y sigo subiendo la mirada hasta sus ojos. Hay algo del niño Guillermo en él, y algo que no conozco, toda la pena con la que carga. Pero no puedo arriesgarme.

―Él de la fe soy yo ­―habla pausado, casi como si también me tuviera miedo. Tal vez lo tiene, ya he demostrado que si me asusto lo suficiente puedo dispararle―. Y confío en que me escucharás.

Sus ojos se ponen llorosos y me doy cuenta que le duele la herida en la pierna. No me queda mucho tiempo y debo hacer un salto de fe.

―Has un torniquete con tu chaqueta ―le pido señalando con la mirada la mancha de sangre―. Dímelo de nuevo ¿qué debo hacer?

Las instrucciones se repiten, sigo cada uno de los pasos asegurándome que he oído bien. Un segundo miro el panel y el siguiente a él para volver al panel de nuevo. Aprieto símbolos y los botes se mueven. Hay ruidos como si de engranes se trataran.

Con la última instrucción aguanto el aliento. Varios de los botes con líquidos se mueven y empiezan a dirigirse hacia un extremo. El primero desaparece como si hubiese sido succionado por algo. Luego otro y otro. Empiezan a desfilar uno a uno hasta que el último desaparece.

Mi cuerpo aguarda la muerte, aguarda un montón de gases asfixiándome por haber sido una ingenua.

―¿Dónde están? ―Dejo de vigilar a Guillermo y me siento aterrorizada. No quiero morir ahogada en un virus.

―Los has mandado a desintegrarse químicamente. Te lo dije, un poco de fe.


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