Capítulo 6

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2 días antes.

No pasamos por la ciudad de Querétaro, queremos evitarla sí se puede. Santiago consulta su GPS pero está bastante extraño, funciona y no funciona, de repente nos dice que estamos en algún lugar de Colombia y luego nos cambia la ruta.

Por suerte yo sé que camino tomar para pasar un poco más lejos y ya después nos guiamos por las señalizaciones en la carretera. Ahora voy de copiloto y de vez en cuando echo un vistazo a la cabina de atrás.

Guillermo va observando por la ventana casi sin moverse mientras que Daniel no mantiene la calma ni un instante. Lo entiendo a la perfección, está ansioso por llegar.

Por el camino nos encontramos alguno que otro auto en la carretera, algunos van hacia el norte como nosotros y otros van hacia el sur, pero también hay autos abandonados e incluso algunas personas caminando que no se molestan en hacer autostop, aunque dudo que Santiago quisiera subirlos. Tenemos la parte trasera llena de cosas y no creo que ninguno desee subir a un extraño en el lugar que se ha desocupado por Carmen.

Pienso en mi abuela y en nuestro abrazo de despedida, pero procuro no hacerlo porque eso me pone triste, así que hago la cosa favorita de Guillermo: buscar estaciones de radio, aunque cada vez se escucha menos.

Todo va muy tranquilo, hasta que vamos entrando a San Luis.

Primero varios autos abandonados en ambas direcciones que van aumentando cada vez más, la planicie se extiende a derecha e izquierda con algunos árboles y arbustos.

Santiago frena suavemente y eso hace que Guillermo se asome con nosotros.

—¿Qué pasa?

Santiago no contesta, me señala la guantera y sé lo que me pide: la pistola.

Luego me dice que me quede en la camioneta y él se baja. Guillermo no espera nada y también lo sigue.

—¿Qué sucede? —Daniel tiene la cabeza cerca de la mía y está mirando a los otros dos a través del parabrisas.

—No lo sé, creo que es... —un nudo sube desde mi estómago al observar el pavimento entre los autos que han quedado ahí—, creo que son personas.

No me importa desobedecer a Santiago, yo salgo de la camioneta con un salto y voy detrás de él.

Son cadáveres.

Hay cuerpos ahí tirados entre la carretera. Me llevó una mano a la boca y decido no acercarme más. Puedo ver las siluetas y las moscas. También a lo lejos hay unos perros que pasan cruzando la carretera de este a oeste y se pierden sin más entre los arbustos.

—No puede ser —Daniel también ha salido de la camioneta y se posiciona a mi lado.

Santiago y Guillermo están caminando más allá pero luego dan media vuelta y regresan.

—Daniel, vas conmigo —le ordena Santiago con un poco de brusquedad—. Vamos a ver que hay por allá antes de seguir.

—¿Yo?

—¿Sabes disparar?

—Una vez lo hice, en Año Nuevo.

—Con eso es suficiente.

Voy tras de ellos porque Santiago está husmeando en la parte trasera de la camioneta y le da una pistola a Daniel. Guillermo también se cuelga un rifle al hombro con naturalidad y luego se pone un cinturón donde coloca otra pistola.

Nunca he visto tantas armas juntas en hombres tan cerca de mí. Me pongo nerviosa y mi voz suena rara cuando pregunto.

—¿Qué hago yo?

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