Mamá está sentada de cuchillas junto a mí, que estoy echada en el piso con mi espalda apoyada en la pared de baldosas blancas. Esta es la superficie que cubre toda la estación Cuatro.
La estación Cuatro es nuestro nuevo hogar. Aquí vivimos un cierto número de personas (quince, para ser exacta). No es la única ala existente. Somos siete en total, y, en las última dos, están los infestados. Los que ya están marcados por el Virus.
Sé que suena a locura, ambas cosas: que estemos viviendo en una estación de tren, y que convivamos con los infestados. Pero la cosa va algo así: estamos bajo tierra porque el aire es peligroso, y no podemos deshacernos de los marcados porque la única forma de hacerlo es quemarlos, pero muertos; y aún no lo están.
El hombre al mando, el que se llama Walter Ethan, se negó completamente a enterrar a los cadáveres. Según él, eso recurriría al contacto con el virus. Así que es mucho más fácil arrastrarlos hacia fuera y bueno, prenderles fuego. Lo único malo, y lo que nos molesta a todos, es el olor. La carne humana quemada no es el cielo.
-Mamá, me siento bien. –Digo, cuando noto que me ha estado observando mucho.
-Has estado allí todo el día. –Dice, sonriendo de lado.
Simplemente puedo responderle "No hay nada que hacer", pero jamás lo hagan. Es una condena.
-Solo estoy descansando un poco.
Luego, en un instante, mi mente empieza a trabajar, pensando en lo que responderé si llega a preguntar por qué estoy cansada.
Parece que tengo suerte, porque solo se limita a asentir. Apoya las manos en sus rodillas y se impulsa. Cuando logra incorporarse, me inclina hacia mí y me besa la frente.
Cuando me deja sola, y noto que nadie me está observando, me levanto y empiezo a correr. Sé exactamente adónde voy. Es mi lugar, mi espacio. Sólo yo sé de su existencia.
Cuando llego, noto que todo está tal y como lo dejé. No hay más huellan en la tierra que las que he dejado yo. Mi sitio no es más que un círculo casi perfecto de tierra roja, y, sobre mi cabeza, hay un círculo que me permite ver hacia el cielo. Creo que, si mis padres se enteraran de que vengo acá, me retarían. Sé que estoy rompiendo una de las principales reglas: no tener contacto con el aire natural. Pero, estoy en esos momentos donde ya estoy aburrida de toda esta mierda. Ya me da igual, todo.
El aire que logra filtrarse es fresco. Me da en las mejillas y, por alguna razón, sonrío.
Me siento realmente libre. Siento como si nada de lo que ha pasado hubiera pasado. Es la mejor forma de no sentirme tan paranoica: vivir como si el peligro no existiera.
No hay ruido alguno. Estoy yo, y el silencio. Nunca ha sido así. Nunca ha habido tanta solidez en el silencio. A veces, el aire suele traer el ruido de algún auto, o, simplemente, ruido de las personas.
¿Qué ha pasado afuera?
Trato de no esforzarme en pensármelo mucho. De lo contrario, el miedo dentro de mí me ganará. La mayoría de las veces que me pasa, no puedo descansar en las noches.
Pero, ¿por qué no hay ruido alguno? ¿Acaso ya no queda nadie para hacer que el mundo suene?
Esto ya me ha pasado antes. Durante toda una semana no hubo electricidad alguna (me refiero a toda la semana antes de que el Virus apareciera). Había tanto silencio que escuchaba a mis vecinos pisar la madera de las escaleras. Escuchaba la ciudad que estaba a kilómetros de distancia. En las noches era peor, predominaba el sonido del silencio. El pitido infinitamente continuo en tus oídos, a eso me refiero. La melodía de la tranquilidad.
Creo que el bajón de electricidad fue lo que causó el caos. Eso también lo plantearon en las noticias. Decían que los sistemas de los laboratorios habían sido dañados por eso, y se liberó el Virus.
-Pero, ¿por qué tienen ellos un virus letal encerrado allí adentro? –Le pregunté a papá, que estaba junto a mí en el porche de la casa.
-A veces, la cura está en el propio virus, por eso ellos lo cultivan. Si sus estudios no funcionan, lo dejan, tratan con otras cosas, Kim. Pero lo hacen por el bien de nosotros.
Su respuesta me dejó satisfecha. Sus respuestas siempre lo hacían. Papá es un tipo bastante inteligente. Según mamá, esa característica de papá fue lo que la enamoró.
-Así que por el bien de todos, ponen en peligro a todos. –Dije.