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MARCOS

La soledad ha empezado a doler.

He gritado, he dado golpes a la puerta y nada. Nadie puede escucharme y el sonido de los disparos no cesa. Algo malo está pasando.

No es la clase de disparos que normalmente se escuchan, esos ya los reconozco. Éstos suenan con repuestas. Así que sé que algo malo ha pasado.

Metido aquí, la vida me ha pasado delante de mis ojos. Me he recordado a mí de pequeño, a mí en el bosque, a mi madre, a mi padre, a mí tratando de huir de un pasado que me atormenta. Me doy cuenta que lo he perdido todo: Mi niñez no es más que un recuerdo, mi madre ha muerto; tengo a mi padre, pero tal parece que él no me tiene a mí. Y Kim, a ella quizá ya no la tengo.

Recuerdo la primaria, la secundaria, la primera chica que me gustó, la primera ruptura de mi corazón. Recuerdo cuando le mentía a mamá para poder salir de casa a estar un rato con mis amigos. Pensar es eso último me hace sentir un poco culpable. Tal vez y estoy pagando por eso, pero de la peor manera posible.

Cuando empiezo a caminar por la pequeña habitación, recuerdo el momento donde estaba junto a Kim. Las conversaciones, las miradas y todo aquello que me decía. También recuerdo a su padre al otro lado del cristal.

¡Claro, Marcos, el cristal!

En la habitación que hay del otro lado hay una puerta. Creo que me metería en aprietos si quiebro el vidrio, pero no sería lo peor que pudiera hacer. Es la única forma, la única manera, y no voy a perderla.

No puedo romperlo con la mano, es un cristal con mucho grosor. Se me rompería la mano en mil pedazos antes de ceder, si es que alguna vez lo hace. Así que tengo que buscar una manera.

Vamos, Marcos. Piensa, piensa, piensa.

Y, tras unos segundos de darle vuelta, consigo la respuesta: las sillas.

Si tomo una desde la parte de abajo, podría funcionar como alguna clase extraña de bate, pero serviría, estoy seguro.

Es un poco pesada, pero puedo con ella. La tomo con ambas manos y me impulso hacia atrás. Un golpe limpio y ya está. Hago un giro de caderas y golpeo con fuerza. Apenas logro hacerle un rasguño. Necesito más potencia.

En el segundo golpe lo intento con más fuerza, como mi padre me explicaba que tenía que golpear la pelota en los juegos de beisbol de la primaria. Y, esta vez, lo logro.

El vidrio cae hecho pedazos al otro lado. Sin embargo, aún no puedo salir. Hay demasiados pedazos filosos incrustados en el borde. Así que uso la misma silla para limpiar un poco. También me veo obligado a quitarme la camisera y utilizarla como una clase de barrera entre mi piel y lo cortante.

Cuando logro pasar, no puedo volverme a poner la camiseta. Tengo miedo de que tenga pequeños pedazos y así. Entonces se me ocurre una genial idea: uso como protección una de las batas azules que le colocan a los enfermos y la ato en la parte delantera, de modo que toda mi piel quede cubierta.

Para mi suerte, la puerta está abierta. Afuera, hay gente corriendo y puedo escuchar disparos y gritos. Quiero preguntar qué es lo que está pasando, pero sé que nadie me respondería. Todos están ocupados estando asustados. Tal vez no lo estén. Tal vez sea sólo yo el que tiene miedo.

Y, de todas las cosas en las que puedo pensar, me concentro en Kim. Sé lo que hizo, sé su plan. Lo sé desde que me di cuenta que iría al mismo lugar donde se supone que está su padre. Por eso me encerró: para tomar mi lugar. No dudo que lo haya logrado, es Kim. Ella logra hacer ese tipo de cosas.

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