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Volvimos cuando el sol estaba desapareciendo, bajando por la línea curva de la tierra y el cielo. Un crepúsculo naranja y amarillo, era una mezcla de colores abruptamente armoniosa.

Marcos me siguió contando su historia en el camino. Yo lo escuchaba con atención, sobre todo cuando me contó la historia de cómo acabó un arma de fuego debajo de la almohada que usaba su mamá en la tienda. Y, en ese instante, recordé que ella había comentado que no acabaría muerta por la Fiebre, sino a su modo: Un disparo en la cabeza.

—Morir es doloroso, Kim, siempre es doloroso. Ella sólo busca la manera de hacerlo rápido. Por eso me mandó afuera: Para conseguir un arma que ella pudiera utilizar.

—Y, ¿cómo la encontraste?

—No fue fácil, si eso es lo que quieres escuchar. Tuve me entrar a uno de esos puestos policías a mitad de la noche. Estaba vacío, tal vez los tipos habían muerto con anterioridad por la Fiebre, o qué se yo. —Hablaba con una sonrisa en su rostro, como si la historia molara y el mundo estuviera en su mejor momento—. Revisé lo mejor que pude, y no encontré nada, no hasta cuando salí. Los genios habían dejado el arma sobre la puerta. La cogí sin pensarlo dos veces, obviamente hecho un mar de lágrimas porque sabía perfectamente lo que iba a pasar. Incluso pensé en llegar a la estación sin nada, y decirle a mamá que había fallado, pero me daba pánico. Ella pudo haber muerto, y yo no hubiera cumplido mi última promesa. No quería eso en ese momento. También pensé en llevarla, pero esconderla hasta el momento definitivo.

—¿Por qué no quiso quedarse, y ser trasladada a las estaciones de los enfermos?

—¿Preferirías morir respirando aire fresco, o morir junto con otros que igual van a morir, y que te recuerdan constantemente que terminaras muerta, y luego, cuando por fin ocurra el momento, te arrastren por el suelo, y luego te prendan fuego como si fueran una salchicha?

—¿Por qué una salchicha?

—No se me ocurrió otra cosa. ¡Por Dios! Apenas y tengo energías para levantarme en las mañanas, Kim.

No pude aguantarlo, me reí como no lo había hecho en meses. No sé por qué, pero me agradaba ese tío. El mundo podría estar cayendo, y, aún así, él tendría una sonrisa en su rostro. Necesito la formula secreta para ser así.

—Y, ¿estás listo, Marcos?

—¿Para morir, o ver a mis seres queridos morir? De la primera, no lo sé; de la segunda, me gusta pensar que sí. Tengo una buena cucharada de familiares muertos, pero tíos y así. Una madre, o un padre, eso ya es peor, el vínculo se vuelve más fuerte. Ya sabes.

De vez en cuando mi miraba a los ojos, la mayor parte del tiempo, o miraba al suelo, y hacia adelante; casi nunca a los ojos. Yo tampoco lo miraba mucho, se me hacia incomodo. Alice no era mi madre, y aún así sentía lástima por toda la historia detrás de sus palabras. Sólo me ponía en sus zapatos, es todo.

—Ya te conté un muy buen lote de mi historia, es tu turno.

—¿Algo que quieras saber?

—No lo sé, Kim. Ábrete, di lo que quieras.

—Nunca pensé que el mundo acabaría, así que, cuando ocurrió, estaba que me lanzaba de la ventana de mi habitación.

—Yo hubiera hecho la mismo, Kim, lastima que mi habitación quedaba en la planta baja. La suerte no está conmigo.

Esbozó una risa, la primera desde que había estado con él. ¿Cómo es posible que, en unas horas que llevábamos juntos, nuestros lazos se hubieran conectado tan perfectamente? Es algo increíble.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora