MARCOS
El agua me empapa el cabello lentamente, me corre por las piernas y no tardo en estar mojado a cuerpo completo. El agua está fría, así lo decido. Es más reconfortante para mí. Me hace recordar a cuando era pequeño y me despertaba —todos los días— a las seis de la mañana para ir al colegio. Mi madre me decía que el agua fría me ayudaría para poner mis huesos duros. Así que me metía de lleno al chorro de agua fría y se me erizaba toda la piel.
Cierro mis ojos y levanto el rostro. Me paso las manos por los ojos y quito el agua para abrir mis ojos de vuelta.
Alguien toca a la puerta de la habitación. Recojo el paño que está en la barra de metal afuera de la ducha y me doy un par de vueltas en la cintura con la tela. Hay una señora con una mochila verde oscuro en la mano, me dice que son los suministros que se nos están regalando. Me acerco a ella y tomo la pesada mochila entre mis manos, ella se acerca a la cama y deja algo de ropa doblada allí. Le doy las gracias, y se despide con la mano.
Termino de secarme, y me coloco la ropa. Hay un pantalón negro; un suéter blanco y unas botas militares. Es así como se viste aquí. Los he visto a todos vestir así desde la ventanilla de la habitación.
El pantalón me queda bastante bien, pero mi problema es con el suéter: se pega mucho a mi piel, y me gusta vestir algo holgado.
—Bueno —digo para mí mismo—, este es el nuevo comienzo. La vida se mejora ahora.
Termino de sacar lo que hay dentro de la mochila y me echo un poco de todo. Hay pasta dental, la caja tiene pegada a sí un cepillo dental. Hay jabón, desodorante, crema para el cabello. Crema de afeitar, una maquinilla de afeitar, también. Hay un frasco de una loción que huele a alcohol, es un desperdicio.
Termino con todo. Huelo a humano.
El chico ogro, el que estaba cubierto de hollín, de ceniza, y olor a cadáveres incinerados, de sangre; el que olía a infestación, por su madre; el que tenía el aliento horrible, ese chico, ha muerto.
Soy una especie de Marcos renovado. Me agrada pensarlo.
Es como solía ser. Es como debe ser.
Ningún mundo se acaba por completo, no con humanos en él.
Me lanzo en la cama a esperar que algo ocurra. A esperar que llegue papá y preguntarle cómo le fue, y por qué ha tardado tanto en volver, tomando en cuenta que mi revisión sólo ha tomado unos diez minutos.
Papá llega medio hora después de que yo me durmiera. Sé que me quedo dormido.
—¿Dónde estabas? Te estuve esperando.
—Había mucha gente en la fila, ya lo sabías. Además, la doctora me hizo unas preguntas que tuve que responderle, luego, un interrogatorio con Dean.
—¿Qué te dijo?
—Pedirme disculpas por cómo había actuado allá, cuando me rompió la nariz. Es un buen tipo. —Termina con un mohín.
—Supongo.
—¿Cómo estuviste tú? —Se acerca en la cama para dejar su mochila a un costado de ésta. Ya está suministrado, como yo.
—Bastante bien... —hago una pausa pensando en qué decirle luego. Termino diciéndole una burrada—: Hay agua caliente, está muy genial, ¿no?
—A mamá nunca le gustó el agua caliente, ¿lo recuerdas? Estas cinco semanas sin ella ha sido algo caótico.
«No, papá, no son cinco semanas, son dos días y unas horas.»
Quedamos en un silencio imperial. Veo mis uñas, vuelvo a levantar la mirada. Lo noto distinto, él siempre tiene cosas que decir, pero guarda silencio. Tengo las terribles ganas de preguntarle qué es lo que le ocurre, pero no lo hago. Lucho contra mi fuerza de voluntad para no hacerlo.
—Ya, ve, báñate. Apestas. —Le digo para después reír.
Él me hace caso. Se levanta y se pierde tras la puerta.