Lo siguiente que hice, luego de escabullirme por la ventana, luego de quitarme la ropa y meterme en la ducha, lo siguiente que hice, decía, fue empezar a llorar. No tenía mis pensamientos claros. Sabía que no lloraba por lo que acababa de hacer, sino por la razón que me llevó a hacerlo.
Había mandado al sentimiento de culpa al demonio hace ya mucho tiempo atrás, así que sabía que no lloraba por eso. Era algo más profundo. Algo que generalizaba todo. Algo que sólo yo lograba entender.
Lavé mi cabello. Me hice un lavado corporal completo. Al final, logré quitarme todo rastro de sangre.
Bajé las escaleras y me encontré a mamá sentada en el sofá de la casa. Sus piernas estabas recogidas y las estaba abrazando a la altura de su pecho. Tomé asiento a su lado y le preguntó por papá. Me respondió que él estaba dormido. Le pregunté por qué no estaba dormida también, y me respondió que tenía insomnio. No me pregunté por qué yo estaba durmiendo, y, aunque lo hubiera hecho, tampoco le hubiera respondido con la verdad. ¿Qué iba a decirle? ¿"Salí de casa. Una mujer intentó matarme, pero fui más rápida"? No podía hacerlo.
-No quiero alterarme por esto, Kim. –Confesó.
Yo la entendía, en serio lo hacía.
-No tienes que hacerlo, mamá.
Cerró sus ojos.
Se supone que yo debía de estar con ella en ese momento, pero mis recuerdos estaban abrazados a los hechos que acababan de ocurrir hacía un par de horas. ¿Por qué no sentía nada? ¿Acaso me estaba transformando en una piedra fría?
-Tu padre quiere salir mañana. El vecino le metió en la cabeza la idea de una huelga. Saldremos temprano. Si no quieres ir, no puedo obligarte.
-No hay problema. Claro que quiero ir.
Y eso fue justo lo que hicimos. Nos metimos en el auto y nos pusimos en movimiento. Por las ventanillas miraba un poco de todo. Y allí estaba la sangre y el cuerpo sin vida sobre mí.
Al llegar, nos colocamos nuestras mascarillas y nos unimos al grupo de personas que gritaban cosas. Incluso hacían cantos al unisono. Había algunos con carteles gigantes y otros con altavoces.
Si vas a hacer algo, entonces hazlo bien.
Al anochecer, no solo se habían unido muchas más personas, sino que llegaron los oficiales y nos mandaron a salir. No lo hicimos.
Ellos debían entender que nosotros necesitábamos levantar la voz. Necesitábamos respuestas. Queríamos una cura para que todo terminara.
Y nos lanzaron bombas de aire lacrimógeno.
Se acabó la fiesta.
Volvimos a casa a la mañana siguiente, no porque queríamos volver, sino porque papá no quería que nada malo me pasara a mí. Me mandaron a bañarme, y luego de hacerlo, descansé.
Aún necesitamos respuestas. Y, por como van las cosas, supongo que jamás las tendremos.