Capítulo Veintiocho.

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MARCOS

Siento como que he sostenido el aliento mucho tiempo. Desde el primer instante, cuando el Hipo-Rive se iluminó en rojo, hasta ahora, en los pasillos del módulo médico, la vida ha tomado un descanso. Ha tomado una larga pausa. No es que se haya detenido, porque, detrás de estas paredes, las personas siguen haciendo lo que hacen día tras días.

Luvian está a mi lado, jugando con dos paletas de madera que ha sacado del cuarto de revisiones cuando lo llevé conmigo para que Ross me revisara. No es que me sintiera mal, ni nada, es sólo que me vi en la obligación de hacerlo. Papá me dijo que debía, que había estado mucho tiempo con Kim, y que, si su papá tenía la Fiebre, entonces ella podría tenerla también.

Ya sé que suena a exageración, pero lo increíble es que no lo es. Todo lo que ha dicho es cierto. Así que fui a mi revisión, incluso habiendo asistido el día anterior.

—Cuesta imaginar las cosas que están ocurriendo, ¿no es así, Marcos? —Dijo la doctora Ross, justo luego de que yo me acostara en la camilla.

Colocó la punta de sus dedos en mi estómago y presionó hasta que me dolieron los intestinos.

—Estoy preocupado por Kim. —Le dije yo, y ella sonrió de lado.

—¿Hace cuanto que conoces a Kim?

—Lo suficiente. —Respondí, y sabía que ella preguntaría justo lo que me preguntó.

—¿Lo suficiente para qué?

—Lo suficiente como para tomarle aprecio, claro.

—Así que ahora estás preocupado. ¿En qué repercute su problema en ti?

¿Soy yo, o había algo de regaño en su voz? Como si me quisiera decir: No es tu vida. No te metas.

—Sé lo que se siente perder a un ser querido. Mi madre murió a centímetros de mí, no la vi, pero fue terrible.

—Y no quieres que Kim pase por lo mismo.

—No.

—Marcos, no eres el único que perderá a seres queridos en este mundo.

—Preferiría que sea así, a que ella esté mal.

¿Por qué he dicho eso? No lo capto, ahora que me lo pienso mejor.

Levantó uno de mis brazos, y mis músculos dolieron un poco. La práctica de tiro ha gastado mucha energía. Cuando el rifle vibra, el fusil siempre me golpea en hombro con furia. Solté un quejido, y ella me miró a los ojos.

—¿Pasa algo? —Preguntó.

—Duele un poco. Pero, está bien.

Cuando acabó con mi brazo derecho, pasó al izquierdo. No dolía tanto como el otro. Levantó mi pierna y empujó hasta que casi mi rodilla chocaba con mi pecho.

—¿Por qué hace eso?

—La Fiebre afecta gravemente las articulaciones.

Su rostro se veía tan fresco como una gota de agua.

—¿Por qué no usa mascarilla cuando atiende a alguien?

—La gente se lo tomaría como un insulto.

—Pero, ¿qué hay de su salud? Después de todo, es lo que importa.

Sonrió, como si yo hubiera dicho la cosa más tierna del mundo. Pero no, yo hablaba en serio.

—Cuéntame más de Kim. He escuchado que sabe un poco de los secretos de este lugar.

—No soy la persona indicada para hablarle de este tema, no sé nada respecto a lo que ella sabe.

Permaneció en silencio, mirándome a los ojos. Su mirada se sentía pesada, como si yo de pronto me hubiera transformado en un libro, y todos mis secretos salieran a la luz.

—¿Qué crees saber tú?

—No creo saber nada. Tampoco es que me interese, o algo.

—¿Qué te ha dicho a ella?

Me levanté de la camilla. Ya estaba cansado, y no iba a permitir que ella me tratara como un mentiroso. Bueno, en realidad sí estaba mintiendo, pero no por mí, por Kim. Ella me había dicho que no le dijera a nadie que ella me había dicho una que otra cosa respecto a lo que se había enterado.

—Ya le he dicho que no me ha dicho nada.

—¿Sí sabes que su padre será trasladado a otro sitio, verdad?

¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Por qué me lanzaba esas bombas? ¿Qué estaba pretendiendo?

—Dra. Ross, ¿por qué me culpa de mentir, y luego me dice algo de lo que no quería enterarme?

—Tú me has dicho que no te gusta verla sufrir.

—¿Y a usted? ¿A usted le gusta ver sufrir a las personas?

Guardó un silencio diplomático. El único sonido existente, era el de los disparos a través de las pareces.

—Ya sé lo que está intentando hacer. Quiere meterme información para que no esté tranquilo, ¿es eso? No quiere que yo esté en paz.

—¿Has estado en paz alguna vez, muchacho?

No, la verdad es que nunca lo he estado.

Tengo esas terribles pesadillas. Me despierto siempre hecho un mar de nervios.

No le respondí su pregunta. Ya estaba lo suficiente molesto como para seguir. Así que, tomé mi bolso y salí de la habitación lo más rápido que pude.

Cuando corría por los pasillos, sentí un fuerte dolor en el pecho, y me tuve que detener para descansar un poco y retomar el aire que me hacía falta. Mi pecho ardía. Y allí estaba de nuevo esa imagen, la misma que ha perturbado durante años mis sueños.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora