Capitulo Treinta y Uno.

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KIM

Marcos pequeño, tirado en el piso, con su cabeza apoyada en mi mano.

Marcos de ahora, una versión joven del Marcos de antes.

Su respiración es suave, al igual que su rostro, bajo la punta de mis dedos. Y no pienso en llamar a nadie. Me concentro en él, en su rostro y en la sensación de que ya lo he visto antes así: Dormido, a merced del mundo, y yo, su protectora.

No tarda en despertar, ¿o tal vez sí? Ni siquiera sé el tiempo que pasó desde que me levanté de la silla, corrí a él, coloqué su cabeza en mi mano, ni el tiempo que pasó desde ese punto hasta que abrió sus ojos.

Sonríe al verme.

—¿Qué ha pasado? —Me pregunta, y yo le respondo con una sonrisa.

—Te has desmayado.

—Tal vez ha sido la avena mal preparada de esta mañana —frunzo el ceño, no lo entiendo—. ¿No la probaste? Horrible, terriblemente horrible.

—¿Estás bien ahora?

—Me siento bien ahora.

Se queda otro rato en la misma posición, mirando mis ojos, que miran los suyos.

—Gracias —dice de pronto, y yo no me lo espero. Y sabe que yo no sé las razones, porque me dice incluso antes de yo preguntar—. Gracias por preocuparte.

—Gracias tú, por preocuparte y venir aquí cuando nadie lo hace.

Se ha quedado un rato más antes de irse, y apenas estable. Pero, me ha dicho que está bien, y le creo, aunque poco.

Dice que se va a su habitación, y yo tomo la misma decisión. Miro a papá una última vez y me vuelvo hacia la puerta. Detrás de ella, hay un par de hombres. El primero nos mira, y el segundo se aproxima más hacia nosotros. El primero toma a Marcos del brazo, pero él trata de escapar. Imposible. Él no lo logra, y yo menos logro escapar. Nos hacen caminar a la fuerza, y cuando pienso en resistirme, noto el rifle detrás de la espalda del sujeto número uno. No voy a ponerme de estúpida y ganarme un balazo. Así que camino tranquila, no muy lejos de Marcos. Él sabrá qué hacer y espero que, realmente, él no esté pensando en "Ella sabrá qué hacer", porque eso lo empeora todo un mil porciento más.

El cielo está siendo rociado por las primeras estrellas de la noche. El frío aumenta, pero no lo siento. Estoy tan nervioso que siento calor. El hombre aprieta su agarre y, cuando seguimos caminando, reconozco el sitio.

He estoy antes aquí, o un lugar igual a este.

Allí está la señora que me sonrió y luego me encontró en el momento y lugar equivocado. Esta vez, no hace más que bajar la mirada e ignorarnos, como si el hecho de que dos pequeños jóvenes están siendo casi arrastrados, fuera algo tan normal como el sonido de un arma.

Y pienso en lo que he dicho y sólo me dan ganas de reír.

«Tan normal como el sonido de un arma», ¿notas lo mismo que yo?

El pasillo se alarga en mi vista. Marcos está gritando algo, y tratando de hacer fuerza en sus pies sobre las baldosas para retenerlos.

—¿Por qué lo hacen? —Preguntan. Lo ignoran.

—¿Hacer qué? —Le pregunto yo, porque de verdad no estoy entendiendo la mitad de las cosas que están ocurriendo.

Llegamos a la puerta, muy tarde para una respuesta ahora.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora