En proceso de cumplirse las diez semanas, y aún no entiendo la vida en los demás sectores. Me han dicho que los hombres del Cinco salen a superficie para reabastecerse. Nosotros podríamos hacer lo mismo, pero el hombre a cargo en un gallina. Siempre con su cara compasiva nos dice que si salimos, nos enfermaremos, y si nos enfermamos, sólo hay un final: la muerte. Creo que alguien debería decirle a este tío que las personas también mueren de hambre. Pero volviendo al tema, también me han dicho que los del Dos crían a sus propios animales. Es algo difícil de creer, pero papá me cuenta que es cierto, que él lo ha visto. Me dice que tienen un par de cabras, y que con ellas hacen un caldo que reparten a los sujetos del la última estación, donde están los enfermos.
Ni mamá ni papá me dejan ir a las demás estaciones. Dicen que es peligroso. Ellos sí van, sobre todo los sábados, cuando hacemos el Intercambio. Así es como hemos logrado llegar hasta acá: Cambiando lo poco que tenemos por lo poco que necesitamos.
Mamá me cuenta que es mejor así. Siempre me habla de las ventajas de llevar a cabo el Intercambio, y pienso que quizás fue ella la que inició el movimiento. No sería la primera vez que mamá mete las narices para el bien de muchos. Ese es su espirito. La esencia que la hace una buena madre. Ella podría cuidar a una multitud y todos estarían felices.
Justo ahora tengo un par de dudas. La primera es saber si alguna vez saldremos de aquí abajo; la segunda abarca un poco más de mis pensamientos, me pregunto si todavía quedará alguien fuera de estas vías de tren.
Nosotros pudimos sobrevivir, pero me pregunto si habrá alguien más allá, más de nosotros, preguntándose que habrá más como ellos. No todos pudieron haber muerto. Dos días y un anfitrión portador muere, otros dos días más, mueren otros cientos. Sin embargo, no pudieron haber muerto todos. No aún.
Papá está sentado a un par de pasos de mí. Noto que de vez en cuando me lanza la mirada, aunque podría estar viendo más allá de mí, para ser específica, mirando al grupo evaluador; que son los encargados de todo aquí abajo.
Papá ha estado trabajando con ellos las últimas tres semanas, dice que son buenas personas, haciendo buenas cosas. Yo ese cuento no me lo trago. Algo malo deben de tener. Todos tenemos ese ser oscuro habitando en lo más oscuro de nuestra alma. Ellos lo liberarán tarde o temprano, y el mundo caerá a tirones. El orden se quebrará, y los pocos supervivientes caeremos por las gritas de la realidad.
Ellos son la base que nos mantiene en pies. Sin ellos, sólo caeríamos al vacío sin fin.
—Ayer platiqué con mamá. —Dice papá.
Está jugando con sus dedos. Está nervioso, está tranquilo. Es una burbuja de estrés, es una bolsa llena de tranquilidad.
—¿Respecto a qué?
Tarda en responder. Lo adivino antes de que me lo diga.
—No deberías andar por allí, solo. Sabes a lo que me refiero. A veces te desapareces. Nos preocupamos por ti, Kim. Ya no queremos eso. Sabes cómo están las cosas ahora. No actúes como si no lo supieras.
Hay algo en su mirada, un brillo, en vacío infinito.
Sé de lo que me está hablando. No puedo ser la chica rebelde. No puedo serlo, no quiero serlo. Pero, eso que hago, eso de salir, no lo hago por mí, lo hago por ellos (y por mí), y por los siete mil billones de humanos muertos. Tienen que darse cuenta qué soy capaz, tengo que darme cuenta de qué soy capaz. Tengo que despejar la mente. Tengo dieciséis años, siento que si no lo hago, voy a estallar en cualquier segundo. Así son los humanos: Si se ahogan en sentimientos, estallan.