Capítulo Treinta y Dos.

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MARCOS.

En un largo pasillo, hay un bebé que llora. Una puerta se abre y sale un hombre con un tarje blanco de tela impermeable. Guantes amarillos, botas amarillas, y una mascara antigás negra que lo hace lucir como una clase de criatura extraña. Puede también ser una mujer.

Las lentes le cubren sus ojos, pero sé que me mira a mí. Sólo que no logro entender si estoy allí, pero le devuelvo la mirada, aunque sea más que aire en el sueño.

Allí está el símbolo de nuevo, estampado en su traje en tinta negra brillante.

El pasillo queda a oscuras, y una voz grave y reconocida inunda el lugar en cuatro palabras que me congelan la sangre.

—Marcos, eres nuestro salvador.

No puedo contarle a nadie de este sueño. Ni siquiera a Kim.

Tengo la frente bañada en sudor y los vellos erizados, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Me tiemblan las manos, las rodillas. No puedo ni ponerme se pié. Caigo el piso y de pronto la puerta se abre.

Es papá.

Me pregunta si estoy bien, le respondo que sí. Parece no haberle convencido, porque se acerca y me ayuda a levantarme. Se me nubla la vista, y tengo que sentarme de inmediato por temor a volver a caer.

Tú eres nuestro salvador.

Es la primera vez que alguien habla en mis sueños. Siempre ha sido lo mismo, siempre. El pasillo, el bebé, las puertas que se abren y cierra, el hombre con el símbolo estampado en su traje y la máscara que me observa sin mirarme. Sin embargo, esta vez ha sido diferente. La habitación se ha puesto oscura, y la voz inundó mis oídos como si la voz estuviera en mí, y yo, sumergido en ella.

Se me erizan los vellos del brazos al sólo recordarlo.

Mi padre me nota algo perdido, así que vuelve a preguntarme si me encuentro bien, y le vuelvo a responder que sí. Me dice que tal vez deba descansar otro poco, pero no quiero hacerlo.

Y cuando vuelvo a intentar de ponerme de pié, todo se vuelvo oscuro.

Hay un pequeño niño sentado en un columpio. No tiene una sonrisa, no tiene un rostro, siquiera. El columpio va cada vez más alto, y el niño cree que puede volar. Aparecen sus ojos, están cristalizados por lágrimas que no tardan en bajar por sus mejillas.

Está en un jardín detrás de un edificio blanco con ventanillas brillantes a la luz del sol. La ciudad se nota a lo lejos. Helicópteros, autos, más edificios.

Una mano se posa en el hombro del niño.

—¿Estás listo, pequeño?

La voz logra sacarme de lugar.

El pequeño asiente, asustado.

Pasillos, puertas que se abren y cierran, el hombre del traje.

—Marcos, eres nuestro salvador.

Hay una nada oscura. El niño, las puertas, el bebé llorando, el hombre, todo ha desaparecido.

No logro despertar ahora.

La luz no tarda en aparecer. Ha pasado mucho, ha pasado poco.

La mascara está sobre mi rostro. Ahora sé que sí soy yo. Yo soy el niño. Yo soy la luz, yo soy todo. Yo soy su salvador.

Marcos, eres nuestro salvador.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora