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Han pasado dos días y lo único que hago es recordarlo. En mis noches, antes de que se apague la última lámpara, allí está él, dándome la propuesta que acompañarlo a la cuidad. Bueno, no es así en realidad. La verdad es que me puso la opción de llevarme si tanta curiosidad tenía.

Y lo he pensado.

En las mañanas cuando me levanto, o en las noches cuando me duermo, lo pienso. Nunca es fácil, nunca será fácil. Los pensamientos empiezan a brotar. Pensamientos malos y buenos. Y allí estás tú, la persona que tiene el cuerpo, tan pequeña en una guerra sin armas, pero con heridos. También pienso en las ventajas y desventajas. Pienso en ambas con el mismo nivel de interés.

No hay nada allá afuera que me interese, pero hay mucho que me interesa saber. No hay nada que me beneficie, pero también hay mucho que satisface mi curiosidad; y de curiosidad tengo mucho.

Mamá está mirándome desde lo lejos. Su rostro de distorsiona un poco por el humo que sale de las lámparas (el mismo que me ha hecho toser un buen número de veces desde que estamos aquí). No le sonrió, sólo la saludo con un movimiento rápido de cabeza.

Ella lo entiende.

Siento que apesto. Huelo a tierra, a humo, y un poco, sólo un poco, a chocolate. Supongo que es resultado por haberme robado uno de la mesa de suministros rápidos. Ningún crimen es perfecto. Así que ahora apesto a chocolate, así que si se preguntan quién lo robó, sólo tienen que oler a las treinta personas de la Estación Cuatro y ya fue.

—He estado pensando. —Dice una chica que está justo al lado de mí.

Ella es nueva aquí. Apenas y está desde ayer al atardecer. Recuerdo su cuerpecito tiritando de nervios —o frío, no lo sé—, sus ojos brillantes, y su pecho, que subía y bajaba a un ritmo casi inhumano.

No la había escuchado hablar desde ese momento, así que no puedo evitar sorprenderme cuando me habla a mí.

Vuelvo mi cabeza hacia ella y digo:

—¿Qué cosa?

—Cuando llegué aquí me dijeron que estaba en prueba. No quiero estar en prueba, así que tú me ayudaras.

—¿Por qué debería hacer eso?

—Eres joven, yo igual. Tú estuviste en prueba, tú saliste de la prueba. Yo también quiero salir.

Tiene un buen punto. Además, soy (aparte de ella) la única adolecente.

—¿Por qué estás aquí? —Pregunto.

—Antes estaba en la Seis, ya sabes, en la estación. Cuando mi madre había despertado hace dos noches, vomitó sangre. Allí lo entendimos, ella iba a morir, no había nada que hacer —hace un silencio que cae en toda la habitación, como si todos hubieran estado escuchándola, y luego continúa—. Y no me llevaba bien con todos en el Seis, así que me cambiaron aquí. Aunque me siento más segura aquí.

—Creo que ésta gente es mucho más pacífica. Ellos te entenderán si tú los respetas. —Yo digo, y ella asiente levemente.

—¿Cómo salgo de prueba?

—Sólo tienes que permanecer tranquila. No hacer desastres, hacer lo que los superiores te pidan. Ellos son el corazón de todo esto.

Dos horas después, ya se había metido en problemas. Robó, descaradamente, cosas de la mesa de suministros rápidos. Una botella pequeña de agua y un par de galletas con relleno. Si no se la comía nadie, ella lo haría, digo.

El hombre al mando dijo que no podía con su actitud. La sacaron del Cuatro. No sabía cómo sentirme al respecto. Me sentía apenada, y levemente humillada, se supone que eran mis galletas. Pero ya fue. Ya pasó y si miro atrás en el tiempo, sólo me moriré más rápido.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora