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MARCOS

Por cuestión de segundos, pienso en lo difícil que es ser Kim.

Ella no está aquí, pero casi puedo sentir el dolor atravesando su torrente sanguíneo. Si lo hace conmigo, ¿por qué no lo haría con ella?

Me siento terrible y, en parte, creo que he roto con mis palabras. No es que sea mi trabajo, pero se siente como si lo hubiese sido.

Con apenas fuerza, corrí hasta el otro lado de la calle y llegué hasta los cuerpos que cayeron de la sima del muro. No quería creerle a Fire, pero ahora lo hago.

Beatrice estaba mal.

Cuando vi su rostro, sentí como que mi corazón y todo lo que tengo dentro se desplomó. Como si de pronto ya no tuviera energía como para seguir. Quería levantar una bandera blanca y firmar algún documento para sellar la tregua. No teníamos porqué sufrir ésta clase de daño, pero lo hacíamos.

Entonces me agaché a su lado. No sabía ni qué hacer ni cómo hacerlo. Pero ella me miró el rostro de todas maneras y me sonrió, dejándome ver sus dientes manchados de sangre.

—Marcos. —Dijo. O trató decir.

No dije nada. Tenía un nudo en la garganta. Sólo me acerqué a ella, me arrodillé a su lado y, con mucho cuidado, reposé su cabella en mi regazo. Su cuerpo temblaba y bajé la mirada hasta la entrada de bala que tenía en el lado derecho de su estómago, de la cual emanaba sangre oscura.

—Kim... Dile a Kim que no importa —tomó una gran bocanada de aire. Se escuchaba húmedo, como agua hirviendo—, que no importa lo que sea que le digan, que huya. Tú, huye.

No entendía sus palabras. ¿Huir de qué?

Tosió, y su cuerpo se estremeció completamente.

—Dile que la amo, también, ¿de acuerdo? Dile que la amo, sí.

Me desgarraba el corazón. Sus ojos brillaban, como si quisiera llorar, pero la sonrisa iluminaba su rostro, como si fuese más joven que la persona más joven del mundo. Se parecía mucho a Kim, no había duda.

—Algo más —soltó de inmediato—, mantenla a salvo.

—No necesito hacer esa promesa. Hay cosas que simplemente las haces.

Ninguno de los dos dijo algo por un rato, entonces hubo una explosión blanca en el cielo. Yo no lo vi, claramente, pero ella lo hizo. Su rostro lucía como si estuviese observando la cosa más hermosa que alguna vez se pudo apreciar en la Tierra.

—Es hermosa, Marcos.

Con su mano buscó la mía y apretó con fuerza.

—Síguela. Allí estarás mejor.

Silencio. Silencio. Silencio.

Sus ojos se volvieron hacia arriba, y sus párpados se cerraron. Viajó a un lugar donde no existe la guerra, ni el dolor, ni el odio, ni el cansancio. Viajó a un lugar que es feliz.

Una lágrima rodó por mi mejilla y la limpié con rapidez. Tenía que irme antes de que el helicóptero volviese. No debía preocuparme por ella. Ella estaría bien. Estaría mejor.

Fire me tomó del brazo y me gritó que teníamos que irnos pronto. Tomé la cabeza de Beatrice con mucho cuidado y la reposé sobre el gélido suelo. Dejarla allí me rasgaba la vida, pero no podía apartarla y ponerla bajo sombra.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora