MARCOS.
Apenas puedo respirar. Estoy muriendo. El aire se escapa de mí, se aleja hasta que la vista se me nubla y mis piernas amenazan con lanzarme de bruces contra el suelo. Mis manos tiemblan, todo mi cuerpo tirita. Apenas sé lo que tengo. La marca en mi pecho arde como si tuviera un montón de cerillas encendidas. Duele, eso es lo único que sé.
A mi lado, papá estira una mano hacia mí y yo se la tomo. La punta de sus dedos pasan con cautela por el dorso de mi mano, y su piel está tan fría que me causa escalofríos.
—Quiero que sepas, Marcos, que todo estará bien. Estás aquí ahora, estarás luego. Siempre estarás. —Me dice un par de veces, muy, muy seguidas.
Me cuesta saber por cuál va, si por el que regresaré o si moriré y él siempre me recordará. Porque él es mi padre, y yo siempre, siempre volveré a él, como el sol al día y la oscuridad a la noche. Siempre volveré.
Me lleva mucho trabajo mantenerme en pié. Abro la puerta y allí está Dean, al otro lado del pasillo. Lleva una sonrisa de superioridad en el rostro y su espléndido traje militar con sus botas negras más relucientes que cualquier espejo. Mi estómago se encoje y creo que voy a vomitar.
Cuando llego junto a él, tengo la impresión de que él está algo nervioso también. Él lo sabe y yo no, él conoce el enemigo al que nos enfrentamos.
Me lo han dicho millones de veces antes, me la ha dicho papá, Dean, Ross, Tysen, Kim, Zelda; incluso yo mismo me lo recuerdo en mis sueños.
Una de las puertas de abre con fuerza y me vuelvo sobre mis talones para mirar a Kim. Luce tan feliz que me sorprende. En su vida se ha visto mejor. Lleva un suéter blanco que hace buen contraste con su piel, y también lleva su cabello castaño atado con una coleta que le cae por el hombro a sobre su pecho.
Me saluda con la mano, yo hago lo mismo. Y debato conmigo mismo en si ir a saludarla o quedarme junto a Dean, quien ha empezado a repartir unas mochilas que lucen algo pesadas al resto del grupo.
¿Desde cuándo me he vuelto tan niño?, me pregunto cada vez que me entran unos nervios que te mueres, y me carcome la ansiedad y el pánico, y el terror me corre por las venas.
De pronto, Kim ya no está en el pasillo, la busco con la mirada y apenas doy con ella. Se dirige hacia la parte trasera del edificio médico. Me pregunto adónde va. ¿Por qué luce tan misteriosa?
—¡Hey, Marcos! —Escucho decir a Dean cerca de mi oído.
Me sobresalto un poco. No necesitaba que hiciera eso.
—¿Qué pasa? ¿Estás nervioso?
Niego.
—No, señor. —Le miento.
—¿Algo que quieras hacer antes de partir? Nunca se sabe si vamos a volver de allí con vida.
¡Ah, gracias! ¡Eso me ayuda mucho!
—¿Puede darme un momento? Necesito hacer una cosa antes.
Frunce su frente arrugada y me mira con esos ojos al igual que cámaras de seguridad.
—Sólo ven aquí antes de los próximos diez minutos, ¿entendido?
—Sí, señor.
Salgo afuera del edificio y me encuentro con un tiempo de lluvia espeluznante. El viento es fuerte y estremece con rabia los árboles que se ven a las afuera de los muros. Las nubes viajan rápido. Sin embargo, aún no hay gotas que se precipiten al sueño.