Integrarnos no fue tarea fácil.
Estuvimos a prueba por unos días. Los diez días más difíciles de mi vida. Ellos necesitaban saber de íbamos en serio, o no. Necesitaban saber si éramos buena gente, o si íbamos a ser un estorbo.
Durante esos días ciegos (esos días donde éramos nadie), nos dejaban siempre al final. A la hora de repartir la comida, cuando íbamos a tomar agua, a la hora de la revisión médica. No necesitábamos ser excluidos siempre, bueno, en realidad, yo era la que no lo necesitaba. Me estaba volviendo loca.
Papá sí estaba de acuerdo. Él solía decir que era mejor al final que nada, lo decía con una sonrisa de oreja a oreja. Él es así.
Así que en las mañanas solíamos ponernos al final, pero no porque quisiéramos, es porque allí nos colocaban. Y esperábamos, cuando teníamos suerte comíamos, sino, no. La comida era por raciones, y la comida es algo que se acaba. Y al día siguiente volvíamos a crear la columna de personas y así podíamos llegar por nuestra porción. Había veces donde durábamos dos días completos sin comer. Ya no podía vivir así, pero, tampoco podía hacer algo.
De modo que salía a caminar para despejar la mente. Ya sabes de lo que hablo, una caminata reflexiva. Y, por una décima de segundo, el recuerdo de lo que había pasado en la tienda abandonada llegaba a mi mente y empezaba a ahogarme la desesperación. No sabía exactamente qué era lo que me estaba pasando. Yo no era así. Jamás lo había sido.
Me golpeaba la cabeza con el fin de olvidar, y lo único que lograba hacer era recordar el golpe que me di al impactar con el suelo, como también lograba crearme una jaqueca horrible.
Esa chica no era yo. Ésta chica, lo que soy ahora, tampoco soy yo.
Me perdí entre mi propio ser. Esa buena chica quedó atrapada en la desesperación. Quedó camuflada por una chica que no le importa matar por obtener lo que quiere.
Vivir es lo que quiero. Y, si tengo que matar para lograrlo, entonces lo haré.
Así fue como nos logramos integrar: Cambiando.
Mi padre solía decir que hacer el bien te hace bien. Pero ahora esa frase ha tomado mucho más importancia que antes. Ahora hacer el bien es un acto heroico. El Mundo se ha modificado. Ahora tienes que hacer eso que ya habías dado por sentado que no harías jamás. Por "Eso", me estoy refiriendo a algo que no haríamos diariamente. Por "Eso" me refiero a un acto digno de un paso directo al infierno.
Dios dijo que matar era malo. Pero resulta que no es tan malo cuando tu rival está dispuesto a matarte a ti.
Pasó una noche en donde, por alguna razón, yo no podía dormir. Estaba en la absoluta oscuridad de la nada. Mis ojos estaban enfocados en un punto que da al infinito. No había sonido alguno. No había luz alguna. Estoy casi seguro que hubiera podido escuchar un alfiler caerse a más de un kilometro de donde me encontraba.
Y algo rasguñó el suelo. Me concentré en descubrir que era.
Había (y hay) muchas ratas por doquier. Pudo haber sido eso, pero la idea no me convencía; así que le toqué el hombro a papá y éste no tardó en despertar.
-¿Qué pasa? –Preguntó, en voz ronca.
-Escuché un ruido. –Le susurré.
No sabía cómo iba a justificar el hecho de estar despierta cuando todos dormían. Quizá podría, simplemente, decir que el ruido me levantó. "Claro, muy convincente, Kim. Tú sola te despertaste". No tardo en darme cuenta que desperdicié seis segundos de mi tiempo pensando en algo que ni siquiera iba a suceder. Papá enciende la lámpara y aparto la vista por el estimulo luminoso.
En la habitación todos duermen. No hay nada más que cuerpos descansando.
-¿A qué se viene todo esto, Kim? –Me pregunta papá.
¿Qué está pensando? ¿Qué lo he inventado todo yo sola? Va.
-Lo siento. Quizá fue una rata, vuelve a dormir.
Un soplido, y nos traga la oscuridad.
[...]
Disculpen la tardanza por el capítulo.