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Puede que me esté equivocando, porque en eso soy bastante buena: En equivocarme. Es lo que he estado haciendo desde que nací. Bueno, estoy exagerando un poco, me equivoco desde que supe que la realidad de la vida se dividía en lo bueno y lo malo.

No sabía lo que hacía, y ahora, diez años después, me sigo equivocando.

Dicen que los humanos se equivocan, pero me equivoco tanto que ya no es humano.

Revisemos los hechos desde un principio. No debería ir a la ciudad por razones obvias, aquí se las planteo: 1. Nunca se sabe lo que habrá fuera de la zona de seguridad. 2. Las respuestas a mis preguntas podrían destruirme y 3. Estoy inseguramente segura.

No sé por dónde empezar, pero cuando empiezo a caer en cuenta, ya estamos a mitad del mismo bosque donde habíamos estado tres días atrás.

Su mochila hace un sonido gracioso, como si ambas telas estuvieran húmedas: La de su mochila, y su camiseta. Creo que sí es así, porque yo también he empezado a sentir el sudor bajar por mi espalda. Es incomodo.

Hace un día caluroso. Se supone que los árboles nos están dando la sombra que necesitamos, pero se siente como si estas sombras irradiaran calor. Entonces, con el dorso de la mano, limpio el sudor de mi frente antes de que se me meta en los ojos. Es allí cuando Marcos voltea a mirarme. Primero sonríe, sus dientes son tan parejos que me recuerda a una línea de dominós.

—¿Quieres descansar? —Inquiere, pero sigue caminando de espaldas.

—Estoy bien. —Le miento. No es que quiero dármela de la chica fuerte, pero es que en serio no quiero parar. Sólo quiero llegar lo antes posible.

—Luces como si fueras a morirte en cualquier momento.

Y suelta una risa baja, luego, se gira y da frente al camino.

Estamos bajando por el mismo sendero por el que habíamos bajado para visitar a su madre. Me entras ganas de preguntarle por ella, pero no lo hago. Nunca sacaría el tema sin que él quiera hacerlo. Sería bastante incomodo, incluso para él, si la respuesta no sea la que yo espero.

—¿Qué quieres hacer al llegar? —Pregunta, colocando sus manos en las cintas de su mochila. No tengo ni idea de qué responder. Él continúa solo—. ¿Sabes qué es lo más grandioso de esto? Que seremos como las únicas dos personas en una ciudad, literalmente. La vista no es muy buena, pero será un gran día.

—Pinta como si lo fuera.

Seguimos caminando, salimos del bosque y levanto la vista, los edificios se acercan cada vez más, como si tuvieran pies y caminaran hacia nosotros. El sol está en su punto más alto y brilla con tanta fuerza que siento mucho calor. Es entonces cuando saco una botella de agua de mi mochila y le doy un pequeño sorbo, es la única que traje, así que tengo que saberla usar.

—Hay un lugar al que quiero llevarte antes de que acabe el día, Kim. —Él dice, y afloja el paso para que, cuando yo pase junto a él, quedar justo a mi lado—. ¿Has escuchado alguna vez hablar de Tonny's Toy?

No tengo ni idea de lo que es. Es como si fuera nueva en esta ciudad, y él fuera algún guía de turismo.

—¿Qué es?

—¡Oh, vamos! Dime que me tomas el pelo.

—No lo hago.

—Tonny's Toy es mi niñez. —Dice esas palabras como si le doliera.

Te entiendo, yo también extraño mi niñez.

—Es un parque de diversiones —continúa—, ahora está abandonado, y los juegos no sirven, puesto que nada tiene electricidad, o tal vez sí, no sé. El caso es que no soy tan loco como para encender uno de esos juegos, pero el punto es que podemos montarnos, e imaginar como si se movieran. Recordar los buenos momentos, Kim, eso es la vida ahora. A eso se ha reducido nuestra existencia, recordar todo aquello que nos hizo feliz.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora