Capítulo Treinta y Cuatro.

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MARCOS

En las próximas semanas, ya he mejorado lo suficiente en mis prácticas de tiro. La bala siempre da donde coloco la mirada. Unos tantos se han retirado de las clases; los demás, siguen intentando.

En la tabla de posiciones soy el número cuatro. No el mejor, pero sí uno de ellos.

Luvian está casi al final. Y, según Zelda, si no sube en los próximos días, no podrá cuidar de los muros de Metrópolis. Esa noticia nos la han dado esta mañana. Fire dijo que estaban sacando a los mejores en las diferentes disciplinas y poniéndolos al mando en los puntos débiles de nuestra pequeña comunidad.

Hoy se suspenden las clases. No sé por qué. Simplemente, Fire se ha echado su fusil al hombro y se ha ido, dejándonos a todos con la duda. Sin embargo, Zelda se ha quedado recostada del cercado, de modo que no dudo en ir con ella para hacerle un par de preguntas.

Luvian está al otro lado del banco, está limpiando su arma con mucho cuidado. El pañuelo en su mano ya está lo bastante manchado de grasa. Me regala una sonrisa y me hace una pequeña seña para que me acerque.

Y eso es justo lo que hago.

—Vaya manera de comenzar el día, ¿eh? —Lleva la mirada hacia el cañón de su pistola. Tal vez espera ver la suciedad dentro de ella, por más imposible que sea.

—Hace rato que me di cuenta qué tan raras puedes llegar a ser las cosas o las personas aquí.

Cuando me lanza una sonrisa de lado, puedo notar lo cansado que anda: la sonrisa que no extiende a sus ojos, y el brillo en ellos es tan opaco que siento lastima por él. Es tal como ver un atardecer tras los vidrios ahumados de un auto.

—¿Cómo está la chica?

Me toma sólo un segundo caer en cuenta que habla de Kim.

No es que yo haya corrido la noticia de lo que pasó con su padre. Es más, ni siquiera lo he hablado con alguien.

Luvian me conoce lo suficiente como para saber cuando algo me trae mal, así que le conté la versión corta de la historia. No fue ni la mitad de lo que me dijo Kim. No tengo ni la mínima idea de cómo voy a lograr olvidar esa noche: Sus ojos cristalizados, su cuerpo temblando por los sollozos, sus mejillas rojas, su cabello en una coleta. Lucía tan bonita y tan mal a la vez que me produce dolor.

—Sigue igual a cómo seguirías tú si perdieras a tu padre.

Y justo cuando termino de hablar, siento como si recibiera mil disparos en el pecho: él ha perdido a su familia, también.

—Vaya, entonces supongo que ha de estar terrible. —Se coloca de pié y asiente levemente—. Entonces, ¿nos vemos mañana?

—Nos vemos mañana.

Cuando se gira sobre sus pies para marcharse, sé que tengo que decir una última cosa. Así que agrego rápidamente:

—Y, Luvian...

—¿Sí?

—Ten un buen día.

—Igual tú —hace una pausa casi infinita—, amigo.

Ahora soy el único en el campo de tiro. El día apenas comienza a marcharse y no tengo ni la mínima idea de lo que voy a hacer.

Tal vez pase un rato con papá o tal vez me encuentre con Kim al atardecer. No tengo idea del por qué, pero casi siempre me la encuentro es al atardecer. Y, casi siempre, un poco antes de la cena.

Fiebre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora