Capítulo 24

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Desde la mañana Daniel se para y se dirige a jugar, mientras yo empiezo a acomodar mis cosas sin que apenas se percate de eso. Me dirijo con Eddy a la enfermería, donde me entrega algunas medicinas, vendas, entre otras cosas para primeros auxilios. Los guardo en la misma caja metálica donde traía mis cosas de primeros auxilios, después me voy a desayunar, y ya pasando las doce de la tarde Tomás me lleva a su armería, me da una pistola nueva y un rifle, así como municiones. Después me lleva a su oficina, me da unos mapas, sobre todo el que más me importa es el de la resistencia.

–Espero que el invierno no se adelante, hoy amaneció muy frio –me dice mientras me entrega los mapas–, lo he pensado, y enviaré a Eddy contigo.

–No tienes que hacerlo –le digo–. No hay necesidad, y ustedes se quedarán sin médico.

–Eddy no es el único que tenemos, hay varios médicos, no te dejaré ir solo y a él le tengo mucha confianza. Además, como no pude hacer algo para convencerte de que no vayas, tú no podrás hacer algo para que evites que él te acompañe.

–De acuerdo –le contesto, pensando que tanta carga implicará que venga conmigo. Espero que ninguna.

Ya son las cuatro de la tarde, saldré a las siete para que pueda ir cubierto por la oscuridad de la noche. Me he pasado el día ajustando mi reloj para que no fallé e intentando pensar como decirle a Daniel sobre esto, no quiero que sufra o se enoje conmigo, él solo es un niño feliz aquí. Hasta que ya son las cinco y media de la tarde.

Tomás está en la puerta principal, con Eddy, el cual tiene su mochila preparada para ir. Pero tengo que ir con Daniel, así que lo busco.

Esta sentado, leyendo un libro desgastado, y en cuanto me ve lo llamo.

–Oye, ¿cómo te va? –le pregunto.

–Bien, no me quejo –me contesta como si nada– ¿Qué paso?

Me cuesta trabajo encontrar las palabras correctas, estamos en nuestra habitación, con las luces prendidas, aunque el atardecer está comenzando.

–Nada, tenemos que hablar –le digo mientras me siento en mi cama– Recuerdas a Sara, ¿cierto?

–Por supuesto, es por ella que estamos aquí.

–Bueno, tú conoces la promesa que le hice a mi padre y a mí, y resulta que... –simplemente no encuentro la forma más correcta de decírselo, así que voy directo al grano– Tengo que ir por ella, y lo haré.

–Espera... –tarda un poco en comprenderlo– Entonces, ¿Nos iremos de aquí?

–No, yo me iré, pero tú te quedarás –le contesto mientras bajo mi mirada–. Aquí estás a salvo, y no puedo permitir que sigas corriendo riesgos por cosas que no te corresponden.

–No me puedes dejar solo, no lo hagas –su tono es de súplica y sus ojos se empiezan a llenar de lágrimas–, no me dejarás, no cómo todos, iré por mis cosas y te acompañaré.

Lo sujeto del brazo antes de que continúe.

–Aguarda, Dan, no lo puedes hacer, no te dejaré –se vuelve a sentar mientras me observa fijamente–. No es tu deber, ni tu problema, y tú aquí eres tan... feliz. No puedo arrebatarte eso. Así que te quedarás, y cuando encuentre a Sara, regresaré contigo.

–No puedes hacer promesas que no cumplirás –me dice llorando, pero furioso–. ¡No puedes!, me abandonarás cómo todos lo han hecho, y me quedaré solo, y tú no volverás, tú no puedes asegurar eso.

–Oye –le digo, intentando tranquilizarlo– ¿Recuerdas que yo soy el tipo de persona que cumple promesas?, y te prometo que volveré por ti –bajo mi mirada a ver mi reloj, pero no para ver la hora, me lo quito y lo observo–. Este es el último regalo que mi padre y mi hermana me dieron –le digo señalando el reloj de correa negra y con el cristal roto–. Hay promesas que no se olvidan. Hay promesas que no se rompen. Yo te hago ambas. Y te doy este reloj de garantía, de que volveré por ti –se lo coloco en su muñeca, mientras mi voz me tiembla y tengo la sensación de querer llorar–. Volveré Dan, te lo prometo.

Él está llorando, me observa, se para de la cama, va por su mochila roja con varios dibujos afuera y la abre. Se acerca a mí con su muñeco de un superhéroe azul con capa negra.

–Toma –me dice mientras me lo da–, para que no olvides tu promesa. Para que recuerdes que seré un adulto mientras no estás, que madurare, y que estaré esperándote. Para qué no rompas ni olvides tu promesa. Para qué tengas algo con que entretenerte mientras no estoy –me rio– y para que sepas lo especial que eres para mí.

Sigue llorando, está de pie enfrente de mí, más pequeño que yo, pero más valiente que yo. Y lo abrazo, lo abrazo fuerte mientras comienzo a llorar, porque él se ha vuelto en la persona más importante ahora, y porque tengo miedo de dejarlo.

Se limpia las lágrimas con la palma de su mano y lo último que me dice es: No te tardes, y no olvides ser un ninja como yo.

Lo dejo en la habitación donde lo encontré, y luego me dirijo con Tomás, me limpio el rostro con el brazo y llego con él y con Eddy. Salimos al patio principal, el cual tiene un enrejado improvisado de alambre de púas, y en el techo del edificio hay varios hombres.

–Bueno –dice Tomás–, te veré en unos días, llevan lo necesario para el invierno. Tengan mucho cuidado, y Evan –me voltea a ver con una sonrisa en su rostro–, cuida a este chico.

Solo asiento con la cabeza, lo abrazo por varios segundos y me despego de él, después Eddy lo abraza y le dice unas cosas. Me volteo para ver una vez más el alrededor, pero me invade una sensación desagradablemente conocida.

«Instinto»

Veo como las copas de unos árboles se mueven en el parque que hay enfrente. Me giro a Tomás.

–¿Hay soldados tuyos allá? –le digo señalando los árboles.

–No que yo sepa –me contesta– ¿Por qué?

Se da cuenta el porqué, por mi mirada. Saca un radio de su bolsillo y lo enciende.

–Martin, ¿hay guardias en la ciudad o en el parque?

Una voz le contesta un rotundo no.

Me giro a ver a los árboles, mientras Eddy está confundido y Tomás les grita algo a los hombres que están en el edificio. La oscuridad empieza a caer sobre la zona, no puedo ver nada, hasta que enciende un reflector que ilumina a los árboles.

Antes de que pueda ver algo la luz se va y con ello unas chispas salen del reflector.

–¿Qué demonios ocurre? –les grita Tomás.

–No tenemos idea, no funciona –le contestan.

Por la radio un hombre le dice a Tomás: La luz se ha ido en toda la escuela.

–¿Qué ocurre? –pregunta Eddy confundido.

Esto no puede ser bueno. Nunca lo es. Es de esas veces que sabes que algo va mal, y sale mal. Sigo viendo los árboles, hasta que distingo una forma enorme y gorda. Sé que es y se que no es bueno. Es una parca.

–Maldición –susurro– ¡Están aquí! –grito.

Cuando giro la mirada, alcanzo a ver como una bola naranja brillante vuela por el aire, y cae frente a nosotros, desatando una nube gris con naranja, lanzándonos al suelo. Dejándonos inconscientes.     

La última esperanza Parte 1 (The last hope #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora