Capítulo 25

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Daniel:

Me limpio la cara con la palma de mi mano antes de entrar al cuarto de juegos. Evan se ha ido, no sin antes dejarme su reloj como promesa, ya son las siete de la tarde, no lo culpo, ni me enojo con él porque me haya dejado, lo comprendo, pero tengo miedo de que me deje solo, como lo hice yo con mi hermano.

«Bien, ahora finge que estas bien, que todo está bien»

Entro a la habitación, Mauricio está jugando con unos juguetes de superhéroes, y me siento a su lado, aún tengo mi mochila puesta. Su madre está ayudando a unos niños más pequeños a dibujar algo, mientras todos los niños a mi alrededor están riendo pero yo me siento vacío por dentro.

–¿Quieres jugar conmigo? –me pregunta Mauricio muy feliz, mientras coloca un juguete en la mano– ¿Qué tienes? –me pregunta cambiando su expresión a curiosidad.

–Nada –le contesto un poco ronco, me aclaro la garganta–. Juguemos.

–¿Cómo están chicos? –se acerca la madre de Mauricio y se agacha a nuestro lado.

–Muy bien –contesta su hijo entusiasmado.

–¿Y tú Daniel? –Me pregunta.

–También –le contesto evitando mirarla a los ojos para que no se dé cuenta que lloré.

Jugamos por un rato, mientras su madre pasa con cada grupo de niños, viendo que hacen. Mauricio se da cuenta de que tengo algo, sin embargo, intenta ignorarlo hasta que me pregunta:

–¿Por qué estas triste?

Antes de que pueda contestarle las luces se apagan. Se escuchan varios gritos al unísono por la habitación.

–¡Tranquilos niños! ¡Todo está bien! –grita su madre en medio de las oscuridad y los lloriqueos de los niños, puedo ver la silueta de la mujer con esfuerzos, las ventanas tapadas y la oscuridad de la noche no ayudan en lo más mínimo, saca algo de su bolsillo y comienza a hablar–. Jesi, no tenemos luz ¿Qué ocurre?

–No sabemos, creo que fue en toda la escuela –le contesta una voz.

–¿Es algo malo? –pregunta.

Tardan varios segundos en que alguien conteste, los niños están llorando, otros piden a su madre a gritos mientras Mauricio está abrazando fuerte mi brazo.

–Tengo miedo –me susurra.

–Es solo oscuridad –le contesto–, no hay porque tenerle miedo.

–Ok –contesta la mujer del radio–. Parece ser que esto es malo, Mario ira por ustedes en unos segundos, esto es el plan bajo tierra.

En cuanto termina de hablar la mujer, la madre de Mauricio comienza a formar a los niños y antes de que termine de juntar a todos, un hombre entra por la puerta, detrás de él, en el pasillo, hay unas luces rojas que parpadean.

–Ok niños –dice lo más fuerte que puede–. Hemos activado las luces de emergencia por el pasillo, síganme y no se separen de los pasillos iluminados, ¿De acuerdo?

La madre de Mauricio se acerca a él y en medio del caos creado por los niños ella le pregunta:

–¿Qué ocurre?

–Nos atacan –le contesta el hombre, entonces llama a los niños y comienzan a salir por el pasillo iluminado por las luces rojas.

Evan se fue hace unos minutos, pero probablemente siga afuera y si nos están atacando, él me necesita, o tal vez no, pero no lo puedo dejar solo, no puedo dejar a nadie solo de nuevo, no cómo lo hice con mi hermano. Así que antes de que la madre de Mauricio se giré por nosotros, me quito a Mauricio del brazo y salgo corriendo por la multitud de niños pequeños, pero en vez de seguir el camino que ellos siguen, tomo el otro lado, con dirección a la puerta principal.

La mayoría de los pasillos están iluminados por unos focos o lámparas rojas, que están parpadeando, es lo único que me permite ver en la oscuridad del lugar, conforme más me acerco, me parece escuchar los sonidos de disparos e incluso lo que parecen ser explosiones. Intento que la oscuridad y los sonidos de la batalla no me atemoricen.

Giro entre pasillos desconocidos, hacia donde me parece que vienen los disparos, hasta que giro una esquina y veo como dos siluetas corren por el pasillo, saco mi pistola y les apunto, me pego lo más cerca que puedo a una columna que hay en el pasillo. Cuando los dos hombres me ven ponen sus manos enfrente de ellos, como si quisieran evitar algo, mientras la otra mano la llevan a su cintura, dónde está su arma.

–Oye, somos de los tuyos –grita un hombre. La luz roja los ilumina, ambos tienen el pelo muy corto, y llevan puestos pantalones de militares y camisas negras, no recuerdo haber visto sus rostros antes, y mucho menos ver a alguien aquí que fuera vestido como militar.

–¿Quiénes son? –les grito, mientras me acerco más a ellos, no están tan altos, y están delgados los dos.

–Aliados –grita el otro hombre.

–No les creo.

Ambos se quedan en silencio, mirándome, hasta que ponen una sonrisa en su rostro.

–Qué lastima –dice el hombre de la derecha–. Pensábamos hacerlo por las buenas.

En ese momento el hombre saca su pistola, y antes de que pueda apuntarme le doy tres disparos.

El otro hombre me empuja contra el muro, tan fuerte que me invade un dolor por toda la espalda, caigo al piso y cuando intento reponerme el hombre me da varias patadas. Alcanzo mi arma que está en el piso y le disparo sin antes mirarlo. El hombre cae a mi lado, inconsciente.

Me cuesta trabajo ponerme de pie, me duele mi pecho y mi espalda. Tomo mi arma y cuando estoy a punto de avanzar una voz me detiene.

–¡Daniel! –grita una voz tierna y débil.

Cuando me giro puedo ver a Mauricio iluminado por las luces rojas, parado ahí, con un muñeco sujetado por una de sus manitas. Aquí estamos, los disparos, las explosiones, la muerte, y un niño de siete años en medio de esto. Corro hacia él, y me agacho a su lado.

–¿Qué haces? –le pregunto algo molesto–. No deberías estar aquí, deberías estar con tu madre.

–Tú también –dice enojado–, me dejaste solo.

–No, no lo hice, ahora vete con los demás.

–No lo haré –me grita mientras frunce su seño.

De repente suelta un grito, y me giro para ver qué ocurre. Los dos hombres se han puesto de pie, y de la nada, su piel y ropa se desgarran, despliegan sus cuatro extremidades de la espalda y sueltan un rugido muy agudo.

Alzo mi pistola y descargo varios disparos sobre uno, después jalo a Mauricio y nos colocamos detrás de una columna lo más rápido que podemos.

–Cuando te diga –le susurro–, corres hacia el final del pasillo y giras en la esquina.

Él solo asiente con la cabeza. Sujeto mi pistola lo más fuerte que puedo y me asomo.

Comienzo a descargar mi pistola contra las sombras en el final del pasillo, mientras Mauricio corre. Una alza su pistola, después suena un zumbido, y una luz azul sale de ella, destrozando toda la columna en la que estoy y lanzándome lejos. Me zumban los oídos, me levanto, solo queda una sombra, sigue de pie, sujeto mi pistola, Mauricio se ha caído al piso por la explosión y se está reincorporando. Veo cómo me está apuntando, escucho el zumbido de su arma, y de un movimiento la esquivo lanzándome contra la pared.

Alzo mi pistola, le apunto y descargo todos los disparos hasta que la pistola deja de disparar. La sombra cae al suelo y no se mueve.

Las luces siguen parpadeando, los disparos han cedido. Busco al niño y lo encuentro. Está tirado en el piso, contra la pared al final del pasillo. Su rostro inexpresivo, sangre a su alrededor, sus ojos vacíos, viendo a la nada. Su cabello rubio sobre su rostro y su boca abierta pero sin emitir ni un sonido. Y un enorme agujero donde antes solía estar su pecho.

La última esperanza Parte 1 (The last hope #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora