Capítulo 46.

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Narrador externo.

El rostro del Capitán América, empezó a contraerse, nervioso. Estaba teniendo un extraño sueño. Había una guerra en Nueva York, todos luchaban contra todos, pero lo más sorprendente es que Bucky, su mejor amigo, luchaba a su lado. Lanzaba su escudo cabreado. Golpeaba a quien se metiera por en medio, hasta que apareció su pequeña Allie. Le miraba con frialdad. Cerró los ojos, y se encontró en Asgard, asistiendo a un funeral. Se acercó hacia el hermoso carro con flores que paseaba por la ciudad y se encontró con una escena desgarradora. Allie, pálida y muerta, sostenía en brazos a un pequeño bebé de cabello dorado. Los dos, estaban más muertos que vivos. De pronto, los guerreros de armadura dorada, alzaron sus arcos al cielo y prendieron fuego a sus flechas para lanzarlas hacia el carro que poco a poco se sumergía en el agua.

- ¡No! -gritó levantándose agitado de la cama.

- Señor Rogers, la reina le espera -dijo un sirviente quién le miraba entre confundido y asustado, se arrodilló y salió de la habitación.

Steve se llevó las manos a la cabeza. Inspiró y expiró, así un par de veces. Cuando su respiración se tranquilizó, se levantó de la cama y caminó hacia un cuenco que descansaba al lado de la ventana. Agarró un poco de agua y se mojó el rostro aún con las manos temblorosas. Se aseó lo mejor que pudo. Se acercó a una silla de madera dónde ahí descansaban una extrañas ropas de tonos dorados y azul marino. Con esfuerzo, se cambió y salió por la puerta, rumbo al balcón principal. Su mente divagaba de un sitio a otro. Pensaba en el extraño sueño que había tenido y al mismo tiempo pensaba en no tropezarse por el camino, pero en ningún momento se acordó del hecho que la reina le hubiera llamado a altas horas de la mañana por un motivo en especial.

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Empujó las grandes puertas de madera, para dejara atrás los largos pasillos dorados repletos de guardias con grandes armaduras del mismo color en cada puerta. Al fin sentía el frescor del viento sobre su rostro, lo echaba de menos. Las baldosas de piedra blanca contrastaban con sus ropas azules. Caminó y caminó hasta que de lejos vió el gran cerezo. Decidió apresurar el paso para no hacer esperar a quienes le habían llamado.

Subió lentamente las escaleras y al llegar arriba del todo, se detuvo. Miró a izquierda y derecha, pero sus ojos regresaron al primer sitio en el que miró. Había dos mujeres. La primera sin dudar, era la reina fácilmente reconocible por sus ropajes. Ella ayudaba a una joven muchacha a peinarse. Le estaba haciendo dos trenzas a los lados, las cuales acabaron ocultas bajo una redecilla dorada. Steve se permitió observar a la joven. Vestía un largo y delicado vestido de tonos dorados con flores violetas y toques en amarillo. Algunos mechones rebeldes caían por sus lados, delineando su rostro, haciéndolo ver delicado bajo la luz de la mañana. Su tez se veía un poco pálida pero sus labios eran increíblemente rosados. La muchacha se dió la vuelta para agradecerle a la reina. El corazón de Steve se detuvo y sus ojos la miraron sorprendidos. Los ojos azules de la chica se alejaron del rostro de la mujer para mirar los azules del capitán. Ella se levantó rápido, pero no logró caminar más de un metro, pues sus piernas flaquearon y cayó al suelo. La reina se agachó rápido y Steve, después de vacilar unos segundos, se arrodilló a su lado. Sentía la calidez de su cuerpo bajo sus brazos, no era un sueño, ella estaba allí, no en la mejor de las condiciones, pero estaba viva. Los ojos azules de él buscaron los de ella. Se miraron cómo si hiciera siglos que no lo hacían. Se acercaron lentamente mientras cerraban los ojos y finalmente juntaron sus labios en un dulce beso. Todo a su alrededor desapareció, solamente estaban ellos dos. Se habían encontrado de nuevo. Después de mover sus labios dulcemente encima del otro, se separaron. Cuando se alejaron, la calidez que poco a poco había inundado sus corazones, desapareció, convirtiéndose en un gélido frío.
La reina ayudó a levantar a Allie del suelo, y empezó a caminar con ella tomada de su brazo. Detrás de ellas venía el Capitán, quién andaba sumergido en sus pensamientos. Después de pasear por las calles de Asgard, llegaron a un gran prado verde, cercano a un lago, donde había una gran casa. La reina se despidió de ellos y les permitió pasar todo el día allí, tanto en el prado como en esa casa.

Never Let Me Go (Steve Rogers/Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora