Capítulo 32.

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Poner canción cuándo lo indique :)
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Abrí los ojos de golpe y miré a mi lado. Steve tenía un brazo rodeando mi cintura y nuestras piernas estaban enredadas. Sonreí e intenté levantarme de la cama, pero él aumentó la fuerza del agarre. Después de un par de maniobras para liberarme de su fuerte brazo y de sus piernas, lo logré y le puse un cojín entre sus brazos y este se acurrucó en él mientras sonreía tiernamente. Me encerré en el baño con la ropa y me metí dentro de los pantalones tejanos, de un tono oscuro, y me puse la camiseta blanca, por la parte trasera estaba abierta con un poco de encaje que mostraba mi sujetador. Me miré en el espejo y sonreí. Al salir agarré las gafas, las llaves, la chaqueta y las deportivas. Intenté no hacer crujir alguna madera pero era imposible. Al llegar a la cocina, bebí un vaso de agua y miré el reloj, eran casi las siete de la mañana. Salí al porche de la casa para ponerme las deportivas mientras observaba a mi alrededor. Caminé hasta el antiguo establo y empujé las puertas, allí descansaba una hermosa Panigale 899 blanca. A su lado descansaba un casco negro, lo limpié con un pañuelo y me lo puse en la cabeza. Me monté en esa hermosura y encendí el motor, sonreí y aceleré para salir al camino que conducía a la carretera.

Los árboles pasaban veloces a mi lado y yo trataba de mirar los nombres de los carteles para no perderme. A lo lejos vi un pequeño cartel blanco, con alguna que otra mancha de lo antiguo que era, Canajoharie, a la derecha. Tomé el camino y aceleré por la solitaria carretera. Diez minutos después, ante mi apareció una pequeña ciudad. La gente que paseaba por las calles, se dio la vuelta y me miraban confusos, por lo que creo no era normal que se acercaran extranjeros a la ciudad. Continué un par de metros hasta que encontré una floristería. Apagué el motor y bajé lentamente mientras me colocaba las gafas de sol. Empujé la puerta de cristal y un increíble olor a rosas me inundó.

- Buenos días -saludó la anciana.

- Hola... Me podría dar esas, ¿por favor?

- Claro que si señorita... ¿Viene usted de vacaciones a la ciudad? -preguntó mientras las arreglaba.

- Voy al cementerio... A visitar a unos familiares... -dije sonriendo con cierta nostalgia.

- Si no es problema, ¿podría decirme a quién viene a visitar? -preguntó cobrándome por las flores.

- No, Frank Hamilton y Juliette Hamilton...

- El señor Hamilton -dijo sonriendo.

- ¿Lo conocéis? -pregunté asombrada.

- Murió dos meses después de terminar la guerra, murió de pena al enterarse dos años después de la presunta muerte de su hija Allie Hamilton... Era lo único que le quedaba... Su mujer falleció cuándo la pequeña solamente tenía 7 años...

- ¿De que conocéis a la familia Hamilton? -pregunté con cierta curiosidad.

- Yo era amiga de su pequeña hija... Me llamo Elizabeth Reevers...

Mi corazón se paró por unos instantes y mis ojos se abrieron enormemente. Lizzie, mi gran amiga Lizzie, se encontraba ante mis ojos con un rostro muy cambiado a la última vez que la vi. Sus ojos eran negros y alrededor de estos había manchas y arrugas por la edad, su cabello no era rubio, ahora era plateado y sus dientes, algunos, habían sido sustituidos por dientes dorados. Una lágrima resbaló por mi mejilla pero la quité rápidamente al ver cómo ella me devolvía el cambio.

- Deles un saludo tanto a los señores cómo a la pequeña... -dijo con cierto tono de melancolía.

(Poner canción)

Asentí y salí de allí con el ramo en brazos. En la entrada había un gran ángel con las alas desplegadas y las manos juntas, leí el texto que tenía escrito en la piedra.

Aquí descansan aquellos que dejaron este mundo atrás,
entra, saluda, llora y habla con aquellos que has perdido, pero no te sientas triste,
pues nosotros los estamos cuidando.

Moví lentamente la cabeza hacia abajo, a modo de saludo, y continué mi camino. Me detuve a un lado del camino y caminé dirección a las tumbas. Una vez llegué miré las tumbas que se encontraban allí. Agarré dos de las siete rosas rojas que había comprado y las dejé en la tumba de mis abuelos.

- Lamento todo el dolor que les causé, no era mi intención que todo terminara así, no era mi intención que la guerra acabara conmigo... Fuisteis de lo mejor en mi infancia. Me disteis amor incondicional, me enseñasteis a ser amable, a tener paciencia, a sacar sonrisas en los peores momentos, me enseñasteis lecciones de vida que en ese momento no comprendía... Lecciones que ahora mismo entiendo.

Me levanté del suelo y me acerqué a la tumba de James y Lupita. Miré la lápida, según esta se habían casado durante la guerra... Sonreí por unos segundos. Lupita era la mejor averiguando si le mentían, pero ella no sabía mentir, se le notaba a millas cuándo mentía. Ella nunca había querido confesarme que estaba enamorada del mayordomo, James, a veces veía como lo observaba a escondidas y este a veces hacia lo mismo. Suerte que al final acabaron juntos, se lo merecían.

- James, gracias por cuidar todo estos años de mi familia y Lupita, gracias por enseñarme a hornear galletas... Dejasteis todo, vuestra familia y a vuestros país, fuisteis un gran ejemplo de perseverancia para mi...

Un par de metros después estaba la tumba de mis padres, había un ramo de flores frescas. Me acerqué lentamente, me arrodillé y con delicadeza dejé las dos rosas en el suelo. Acaricié los dos nombres y vi las fotos allí impresas, mis ojos ya no podían resistir las lágrimas.

- Lamento todo padre, lo lamento,... Te hice sufrir, hice que por mi culpa murieras, no era mi intención, yo no quería eso, yo no escogí esto... Espero que puedas perdonarme, y que sepas que te amo, nunca te lo había dicho y fue lo peor, me torturo día y noche al saber que no puedo decírtelo...
Mamá, he encontrado a alguien, ese alguien es muy importante ahora en mi vida, se llama Steve, sé que te gustaría. Papa y mamá, lo conocí y me enamoré. Cupido acertó al lanzar la flecha, pues estoy enamorada de un gran hombre al que no me arrepiento de tener al lado. Tengo a alguien que me cuida y que me ama, cómo yo a él... Me hubiera encantado traerlo a casa y presentarlo ante ti padre,... Pero no a sido así...

- ¿Quién eres? -preguntó una voz detrás de mi.

Me levanté de golpe y al darme la vuelta había un anciano, con un bastón y vestía un perfecto traje oscuro y de los bolsillos de su americana colgaban un par de medallas, méritos de guerra supongo. Su cabello era plateado y tenía una barba del mismo color y sus ojos oscuros, me resultaban familiares...

- ¿Que haces en la tumba de la familia Hamilton?

- Soy de la familia, he venido a visitarlos...

- ¿Porque lloras niña? No los conocías.

- No tiene ni idea... -susurré mosqueada.

- ¿Como te llamas niña? -preguntó acercándose y acariciando la piedra.

- Me llamo Allie... Allie Hamilton -dije carraspeando.

Sus ojos se abrieron enormemente y las pupilas se dilataron. Me veía fijamente, sus ojos parecían incrédulos. Se quitó el sombrero lentamente y lo abrazó contra su pecho, doblándolo hasta casi romperlo. Dio un paso hacia adelante y tomó aire para hablar.

- ¿Allie? -asentí y una lágrima resbaló por su mejilla- Soy Daniel Walker...

La rosa cayó al suelo, los pétalos se separaron de esta y empezaron a volar en el aire para después perderse en el horizonte. Mis manos cubrieron mis labios, de mi garganta salió un sollozo...

- ¿Estoy muerto? -preguntó.

- Lamento decirte que no, Danny...

Never Let Me Go (Steve Rogers/Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora