Le había prometido a Walter que encontraría un trabajo, que daría todo por volver a retomar su vida; sin embargo, llevaba dos meses inútilmente buscando un espacio en la sociedad en la que debía integrarse, pero sencillamente siempre terminaban rechazándolo, alegaban que no aceptaban a empleados sin estudios universitarios culminados, pero quién necesitaba un maldito título de ingeniero o abogado para servir tragos en algún bar o repartir pizzas.
Estaba seguro de que no lo aceptaban porque era un ex presidiario, tenía tatuado en la frente que era un delincuente en el que no debían confiar, porque no importaba que hubiese pagado diez años de castigo, la gente pensaba que nunca cambiaría y, por el contrario, había salido peor que como entró.
La primera semana consiguió limpiar un par de piscinas, pero al parecer ya nadie en la isla necesitó de sus servicios, se ofreció para pasear las mascotas, y nadie quiso poner a su cuidado a los indefensos animalitos que eran parte de la familia.
—No sé qué hacer Walter, lo he intentado todo... Lo que he conseguido reunir ni siquiera alcanza para pagar el condominio, mucho menos los servicios públicos —confesó sintiendo que la impotencia lo gobernaba.
Le había costado mucho llamar a Walter para que le prestara su ayuda, lo hizo cuando se dio cuenta de que definitivamente no iba a salir de eso solo.
—Quisiera ayudarte —dijo con pesar palmeándole un hombro—. No hay puestos vacantes en la firma, todos los días pregunto en recursos humanos —le dejó saber que por su parte también estaba intentando encontrarle un trabajo en el bufete de abogados donde laboraba.
Edmund se llevó las manos al rostro y resopló, de repente le parecía que estar en libertad era más difícil que estar encerrado en una celda, que la vida lo tenía acorralado contra el filo de un cuchillo del que no quería dejarlo salir ileso.
—Venderé la casa —le dolió en el alma tener que tomar esa decisión, pero era la única solución, porque ya no tenía para seguir manteniéndola—. Ayúdame a venderla.
—Edmund... No te deshagas de la casa, es lo único que tienes... lo único que te queda de tus padres —le dijo Walter mostrándose realmente preocupado, aunque sabía que el joven no tenía más opciones, porque el mantenimiento del lugar era costoso.
—Lo sé, sé que es lo único que me queda, pero... Walter, no puedo pagar... no encuentro un maldito trabajo, sé que es porque soy un ex convicto y eso es algo que no puedo cambiar, no puedo cambiar mi pasado y el presente no me lo perdona, no me da tregua.
—Estoy al tanto del problema que representa la inserción en la sociedad, sé que es un camino de espinas, es por eso que la mayoría vuelve a cometer los mismos errores y no por decisión propia. —Walter contaba con los años de experiencia como para hablar con propiedad—. ¿No has considerado cambiarte el nombre? Eso ayudará de mucho.
—Si eso verdaderamente va a ayudar no tendría problema en hacerlo, solo dime qué tengo que hacer y cuánto tiempo se lleva.
—Los tramites son un poco molestos y aunque el proceso no es costoso, se lleva unos seis meses obtener la resolución —explicó totalmente esperanzado.
—A pesar de todo no es mucho tiempo, igualmente venderé la casa porque no tendré para el mantenimiento... Quizás invierta parte del dinero en algo que me ayude a obtener más ganancias y así dedicarme a estudiar.
—Si esa es tu decisión la respeto, prometí que te ayudaría y eso haré, solo espero que el dinero que piensas invertir sea en algo legal.
—Gracias Walter, prometo que será legal, no tengo la más remota idea de lo que será, pero esta noche lo pensaré. Solo quiero encontrarle algún sentido a mi vida, porque desde el día en que murió mi madre lo perdí, no sé realmente si vale la pena luchar, porque no tengo algo que me incentive a hacerlo.
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LEY DE TALIÓN
General FictionLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...