Después de pasar casi toda la noche pensando, llegó a la conclusión de que tal vez la agencia de Bienes Raíces donde trabajaba April, quedaba relativamente cerca de Truluck's, y no se limitó en investigar cuáles quedaban en la zona.
A primera hora la mañana salió de su casa, completamente resuelto a llegar a todos esos lugares y preguntar por alguna agente de ventas llamada April, pero en un segundo de autocontrol y raciocinio desistió de la absurda y desesperada idea.
Ni siquiera había salido de la propiedad cuando decidió regresar y pensar en otros métodos de búsqueda, estaba seguro de que un poco de ejercicio le ayudaría a pensar con mayor lucidez, por lo que dejó el auto frente a la mansión y entró por la puerta principal.
—¿Ha olvidado algo señor Worsley? —le preguntó extrañada una de las mujeres que se encargaban de limpiar y organizar la casa. Aunque realmente él no era un hombre desordenado, ya habían pasado tres años desde que había salido de prisión, aun así los hábitos aprendidos tras las rejas no los había abandonado, por lo que el orden y la prudencia gobernaban su vida.
—No, he cambiado de planes —respondió, pero realmente sentía que estaba olvidando el orgullo.
Decidió subir por las escaleras y no hacerlo por el ascensor; entró al vestidor de su habitación y reemplazó el traje que llevaba puesto por un chándal completamente negro y los zapatos de vestir por unas cómodas zapatillas deportivas.
La amenaza de huracán no había pasado, según las noticias, Kate, podría llegar a la ciudad ese fin de semana; sin embargo, los vientos eran menos fuertes y apenas una suave llovizna caía sobre la ciudad, era como un momento de calma después de que la noche anterior una tormenta eléctrica provocara alarma en algunas zonas.
Al salir de la casa se levantó la capucha del chándal, se puso los audífonos y salió a correr, lo haría por lo menos una hora, para ver si con eso se despejaba la mente, suponía que no debía darle tanta importancia a la situación con April, que no debía angustiarse por las acciones cometidas. Sí, él había sido impulsivo, pero ella tampoco hizo nada para aclarar la situación.
Inevitablemente empezaba a desesperarse porque sentía que le estaba dando a una mujer esa importancia que se juró nunca darle, no podía permitir que April siguiera presente en sus pensamientos, ya le había dado más de la cuenta al permitirle ser su amiga, cuando sabía que en el género femenino no podía confiar, porque siempre terminaban manipulando todo a su favor.
La constante llovizna empezaba a empaparlo y el viento le refrescaba la cara, aun así, la espalda le sudaba profundamente, pero no dejaba de correr por esas calles que le daban la sensación de ser el único habitante en el planeta, mientras en su cabeza se mezclaba música y estúpidos pensamientos.
Casi dos horas después regresaba a su casa, con el buzo abierto para refrescar su torso sudado y mojado por la llovizna que empezaba a intensificar, caminó hasta la cocina y agarró del refrigerador una botella con agua, la que bebió casi de un trago y subió a su habitación.
A las nueve de la mañana llegó a Worsley Homes, para empezar con sus labores diarias, las que no se hacían esperar. Pasó sumido toda la mañana en importantes negociaciones.
Sin embargo, por primera vez en dos años, desde que había iniciado el negocio que lo había catapultado al éxito, le solicitó a su secretaria que cancelara todos los pendientes para esa tarde, porque necesitaba salir un poco más temprano.
Llegó a Truluck's y se sentó en una mesa junto al ventanal, pidió un café para esperar a que April pasara, confiando en que ella hacía el mismo recorrido todos los días.
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LEY DE TALIÓN
Fiction généraleLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...