Edmund se levantó de la cama, sacó todo lo que tenía en los bolsillos, incluyendo el teléfono, que estaba totalmente descargado, y lo lanzó sobre el colchón. De camino al baño, fue desvistiéndose, dejando las prendas regadas en el suelo. Se metió en el jacuzzi y lo puso a llenar, ahí se quedó tratando de dejar su mente en blanco, de mandar a la mierda esos recuerdos tan dolorosos, que revivía constantemente para endurecer su corazón.
Después de mucho tiempo y de casi quedarse dormido, salió desnudo y mojado, regresó a la habitación y se dejó caer en la cama, donde quedó totalmente rendido.
El insistente sonido del teléfono volvió a despertarlo, sentía que no había dormido ni cinco minutos y un terrible dolor de cabeza lo torturaba. Estiró la mano y descolgó.
—Buenas —no sabía qué más decir, porque no recordaba dónde estaba, mucho menos sabía qué hora sería.
—Buenos días señor Worsley, le llamamos para despertarlo, como lo había solicitado —dijo al otro lado una voz femenina.
Inevitablemente se le aclaró la mente y recordó que estaba en Panamá y que tenía una última e importante reunión.
—Gracias. —contestó.
—¿Podemos ayudarlo en algo más, señor Worsley? —preguntó amablemente.
—Sí, podrían por favor, subirme un par de calmantes.
—Enseguida se lo enviamos.
—Gracias —dijo y colgó.
Se quedó en la cama con la mirada fija al techo, esperando a que la cabeza dejara de parecer que le pesaba toneladas, hasta que escuchó que tocaban a la puerta.
Se levantó y caminó a abrir, estaba a punto de hacerlo cuando se percató en el espejo de la salida, que estaba desnudo.
—Mierda —se fue al baño, se puso una toalla alrededor de las caderas y con los dedos se peinó el cabello hacia atrás.
Regresó y abrió, esperaba con bandeja en mano, una mujer morena, que rondaba los treinta años, ofreciendo una amable sonrisa, que vaciló un poco y se sonrojó cuando lo vio solo con la toalla. Él hizo de cuenta que no se percató de que la mirada de la mujer no se paseó por su cuerpo.
—Buenos días.
—Buenos días señor, aquí tiene lo que solicitó —le ofreció la pequeña bandeja de plata.
—Gracias —agarró la bandeja—. Es muy amable.
—¿Se le ofrece algo más? —preguntó la mujer de baja estatura, si se comparaba con la de él.
—Eh... Sí, en unos minutos tengo que salir para una reunión y no me dará tiempo de organizar el equipaje, ¿podría hacerlo alguien?
—Sí, claro señor, yo misma lo haré.
—Gracias.
—Para servirle, puede cambiarse tranquilo, regreso en unos minutos para no incomodarlo.
Edmund volvió a agradecer, la mujer se marchó y él cerró la puerta, después buscó en la nevera, algo que no fuera agua, para tomarse el par de calmantes.
Solo esperaba que le hiciera efecto en pocos minutos, se duchó y se vistió, antes de salir, se dio cuenta de que había olvidado totalmente poner a cargar el teléfono, por lo que lo dejó cargando y se marchó.
En el vestíbulo del hotel ya lo esperaba su equipo de trabajo, incluyendo Natalia a la que prefirió ignorar para no odiarla todavía más.
Partieron a la reunión y una vez más Walter iba en medio de los dos, el silencio dentro del auto era incomodo, pero ninguno tenía nada que decir.
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LEY DE TALIÓN
General FictionLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...