CAPÍTULO 55

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Las horas pasaban y Edmund seguía sumergido en un pasado, que al parecer, no solo lo había lastimado a él, sino que también destruyó a Natalia. Le dolía enterarse de esa manera y después de tanto tiempo, de todo lo que había pasado.

Ella había ido a visitarlo a prisión y no le permitieron verlo, era lo que decía en varios pasajes de ese diario, ahí estaba la carta que tampoco logró conseguir que le entregaran.

La abrió, estaba deteriorada por el tiempo, pero podía leerla con total claridad. En ella Natalia le pedía perdón, le suplicaba que se liberara de ahí y fuera a buscarla, que la rescatara como tantas veces se lo había prometido, porque en ese momento estaba viviendo un infierno, que el mundo se había puesto en su contra y la única persona que podía comprenderla era él.

Leer eso solo aumentaba la impotencia en Edmund, tanto, que hasta le dolía el pecho. Las lágrimas empezaron a nublarle la vista y dejó de lado la carta.

Era duro enterarse precisamente en ese momento de todo lo que le había pasado Natalia, pero hubiese sido mucho más difícil si lo hubiese sabido trece años atrás. Posiblemente habría cometido más de una locura, tratando de escapar de prisión por ir a rescatarla.

No sabía qué hacer con tanta información, ni con los sentimientos que le generaban. Necesitaba tiempo para calmarse y analizar con claridad sobre todo eso.

Quería saber quiénes habían sido los malditos que intentaron violarla, quiénes la humillaron de una manera tan cruel, usando su nombre como excusa.

Después de varios cigarros y un trago de whisky, logró canalizar las emociones; se permitió pensar con calma y darse el beneficio de la duda. No sabía si todo eso era totalmente cierto o si solo era una trampa muy bien elaborada por parte de Natalia, para tratar de lastimarlo. No sabía por qué precisamente ahora.

Sabía que la única manera de aclarar todo era enfrentarla, que le dijera si todo eso era cierto, pero temía que todo fuese una emboscada, y que precisamente quería que él fuera a buscarla para exponerlo con la policía.

Otro trago de whisky le dio el valor para arriesgarse, agarró una bocanada de aire, sintiendo el aliento caliente por el alcohol. Guardó la carta de renuncia en uno de los cajones del mueble que tenía al lado del escritorio, y salió con todo lo demás.

La jornada laboral casi terminaba, se despidió de Judith, y se dio prisa para ir al Departamento de Recursos Humanos, donde le solicitó a Katrina López la dirección de Mirgaeva. Tenía como excusa perfecta ir a darle el pésame por la muerte de su madre.

Le dijo a Pedro la dirección y se pusieron en marcha, al llegar al edificio, se encontró con el mayor obstáculo, porque no podía entrar sin anunciarse; necesitaba que ella le diera el acceso.

Caminó de un lado a otro justo en la entrada, como si fuese un perro perdido; como un acto reflejo, se acercó al hombre de seguridad.

—Buenas noches, con la señorita Natalia Mirgaeva.

—Buenas noches, ¿quién desea verla?

—Erich Worsley.

El hombre asintió y levantó el teléfono, después de casi un minuto, colgó.

—Lo siento, al parecer no está.

—Debe estar, por favor, inténtelo de nuevo —pidió, porque no pretendía darse por vencido tan pronto.

Levka se levantó de la mesa, dejando de lado su cena, y atendió el intercomunicador.

—Buenas noches.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora