CAPÍTULO 22

5.3K 399 105
                                    

Natalia abrió la puerta de su habitación, encendió la luz y caminó hasta la nevera, sacó una botella de agua y mientras la destapa se fue a la cama, apenas le daba un trago cuando vio sobre el colchón dos cajas rectangulares negras.

Dejó la botella sobre el escritorio y con la curiosidad en el punto más alto y el corazón latiéndole a mil se acercó a la cama y le quitó la tapa a la caja más grande, se encontró con una prenda negra, al sacarlo se dio cuenta de que era una gabardina, no supo por qué su primera reacción fue medírsela por encima y le quedaba justo a los tobillos.

Mientras se preguntaba que hacía eso ahí, dejó la gabardina sobre la caja y se aventuró a destapar la otra.

Al hacerlo en la parte interna de la tapa estaba el logo INTIMISSIMI ribeteado en plateado, por lo que antes de quitar el papel seda en color negro, que cubría lo que había dentro, ya ella lo había adivinado; aun así, hizo a un lado el papel, encontrándose tela de encaje, era un conjunto de lencería perfectamente doblado, sacó el brassier que era de encaje transparente, del que colgaban algunas cadenas doradas.

Revisó el resto, que no era mucho, unas medias, ligueros y una tanga.

Entre las prendas encontró una tarjeta, que llevaba una nota escrita a mano.

Solo toque dos veces seguidas.

Hab. 603

Estaba segura de que en esa habitación se estaba quedando su jefe; el corazón quería salírsele del pecho y sentía una mezcla de indignación y fascinación.

Se dejó caer sentada en la cama con la mente totalmente nublada, tal vez debía recoger toda esa mierda e ir a lanzársela en la cara, pero ciertamente desde que lo sintió contra su cuerpo, imaginaba lo que sería poder tener un encuentro sexual con ese hombre.

Ella llevaba más de un año sin tener sexo y no por falta de propuestas sino porque ninguno de los hombres que la había invitado no le atraían sexualmente en lo más mínimo, también porque desde que su mamá enfermó no tenía cabeza ni siquiera para pensar en cuanto podía necesitar de que un hombre que provocara un orgasmo, porque orgasmos tenía cada vez que recurría a amarse ella misma; sin embargo, tenía la certeza de que no era lo mismo.

Se levantó de la cama y agarró una vez más la botella de agua, la que se bebió casi de un trago, después resopló para erradicar las ardientes ideas que pretendían imponerse.

Después de más de dos minutos, decidió que no le daría a Erich Worsley, más poder sobre ella, ni siquiera iba a regresarle el regalo, se lo quedaría y cuando tuviera la oportunidad, lo usaría para estar con otro hombre, en honor a su arrogante jefe, que si tanto deseaba meter su pene en algún lugar, que se buscara un panal de abejas.

*******

Edmund estaba en la terraza de la suite que ocupaba, tenía una mano apoyada en le media pared de cristal, mientras bebía de un vaso corto de cristal tallado un poco de whisky y observaba el paisaje nocturno panameño y todas las luces que alumbraban los rascacielos.

Ya habían pasado más de dos horas desde que habían regresado de cenar; estaba seguro que Natalia ya había encontrado el regalo con su invitación, pero al parecer, no lo había aceptado. Solo esperaría por media hora más, sino buscaría la manera de no quedarse con las ganas.

Miró su reloj de pulsera para calcular el tiempo exacto, caminó de regreso a la habitación y se sirvió otro trago, para después regresar a la terraza donde mirar a lo lejos lo relajaba.

Después de media hora estaba seguro de que Natalia no aceptaría, así que regresó a la habitación, dejó sobre la mesa de noche el vaso vacío y agarró la llave de la habitación.

LEY DE TALIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora