A Edmund le extrañó llegar al hospital y no encontrase a April, en su lugar estaba Abigail, consintiendo desmedidamente a Santiago. Supuso que estaría en el baño y su madre se había quedado unos minutos más.
—Buenas noches —saludó sonriente, captando inmediatamente la atención de Santiago.
—Papi, papi —dijo emocionado, queriendo ponerse de pie sobre la cama, pero para eso todavía necesitaba la ayuda de alguien, y su abuela lo auxilió rápidamente.
—¡Hola Santi! Ven aquí, te extrañé. —Lo cargó y le dio un beso—. ¿Dónde está April? —preguntó feliz de tener a su hijo en los brazos, últimamente, cuando estaba en el trabajo, se pasaba el tiempo anhelando ese momento en que Santiago le ofrecía sus bracitos para que lo cargara.
—Salió, supongo que no debe tardar en llegar —respondió Abigail, levantándose del sillón—. Te traje comida, sé que la de aquí ya te debe tener cansado.
—Muchas gracias, de verdad lo agradezco, porque no solo me tiene cansado, sino que también es malísima —confesó.
—Lo bueno es que ya queda poco tiempo.
—Es lo que me mantiene positivo... ¿No sabes a dónde fue? —preguntó retomando el tema, sintiéndose extrañado y preocupado.
—No lo sé, pero hace un momento me envió un mensaje diciendo que estaba bien y que ya iba a salir para acá.
—Voy a llamarla. —Buscó su teléfono en el bolsillo del pantalón y le marcó. Justo escuchó el repique de la llamada, en el momento que April entró a la habitación.
—Parece que alguien intenta controlarme. —Sonrió, segura de que quien la estaba llamando en ese momento era Edmund.
—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien.
—Bueno, aquí estoy, en perfectas condiciones —dijo abriéndose de brazos, esforzándose por sonreír. Caminó hasta Edmund y atendió la petición silenciosa que su hijo le estaba haciendo al ofrecerle los brazos.
—¿Segura de que estás bien? —preguntó, advirtiendo que había estado llorando. Los párpados hinchados y la nariz sonrojada, ella no podía ocultarlo con una sonrisa.
—Muy segura —confirmó, pidiéndole con un gesto un beso y él atendió a la solicitud.
—Mentirosa, no sé por qué te empeñas en mentirme si sabes que te descubro.
Ella frunció la nariz en un gesto divertido y le dio otro toque de labios.
—Solo necesitaba tiempo a solas, algunas veces lo necesito para desahogarme; de lo contrario explotaría, pero no te preocupes por eso... —susurró para no preocupar a su madre.
—Lo entiendo. —Le besó la frente, mientras se tragaba sus miedos.
April caminó hasta donde estaba su madre y allí se quedaron conversando un rato. Edmund las admiraba, seguro de que Abigail sí sabía muy bien a dónde había ido April. Algunas veces envidiaba la complicidad que existía entre ellas.
Abigail se despidió para ir a descansar, había pasado toda la mañana en el hospital, después se fue a casa, pero regresó pocas horas después con comida, y se quedó con Santiago, en lo que su hija salía a hacer algo muy importante.
Edmund y April aprovecharon para cenar junto a Santiago, quien poco a poco empezaba a comer alimentos sólidos.
—¿Te gusta? —Le preguntó Edmund, dándole de comer. El niño asintió y abrió la boca—. ¿Está bueno?
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LEY DE TALIÓN
General FictionLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...