Edmund vio cómo April se marchaba y como un estúpido se quedó observando el taxi, mientras luchaba con las emociones que hacían estragos en su interior.
Se tragó muchas lágrimas de impotencia y rabia, porque lo último que pretendía era llorar como un imbécil en plena calle. Se dio media vuelta y regresó a la estación, Walter lo estaba esperando justo en la entrada.
—¿Qué sucedió? —preguntó el abogado totalmente desconcertado.
—Nada, regresa el maldito auto —ordenó con voz áspera, echándole un último vistazo al Zenvo ST1 gris que había comprado para April, sin detenerse en su caminar seguro y un tanto apresurado.
Al llegar al estacionamiento subió a su auto y le pidió a Pedro que lo llevara de regreso a la compañía, durante todo el trayecto se mantuvo en silencio, obligándose a no sentir eso que lo torturaba, asesinaba una a una sus emociones como lo había hecho tantas veces, hasta sentir que por dentro estaba vacío, sin sensaciones que lo hicieran vulnerable.
Esa había sido su despedida definitiva de April, no volvería a buscarla y si llegaba a aparecer una vez más, la echaría a patadas, porque lo que menos esperaba era que ella hiciera juicio y lo condenara, volvía a reforzar su decisión de no confiar en ninguna mujer.
Todas eran tan putamente volubles que solo servían para brindar instantes de placer y nada más, solo para asegurarse de que ninguna otra se sintiera con derecho a joderle la vida, prefería seguir pagando por sexo, que era exclusivamente lo que necesitaba de ellas.
Al llegar, se dedicó intensamente a sus labores en Worsley Homes, intentando distraerse y aminorar la rabia que lo consumía, hasta que la secretaria le anunció que todo estaba preparado para la reunión pautada.
Se levantó de su silla, se abotonó la chaqueta y agarró la carpeta que estaba sobre el escritorio, salió de la oficina seguido de Judith.
En la sala de reuniones lo esperaban doce personas, entre hombres y mujeres, pilares fundamentales que mantenían en pie y totalmente activa a Worsley Homes.
—Buenas tardes —saludó.
—Buenas tardes señor Worsley —todos se pusieron de pie y no volvieron a sentarse hasta que el dueño de la inmobiliaria lo hizo.
Aunque era el dueño, quienes dirigían la reunión eran los ingenieros, que mostraban a través de pantallas led y maquetas tridimensionales el proyecto que se pondría en marcha la próxima semana en la Ciudad de Panamá.
Presentaron planos, presupuestos y la mano de obra que requería para que pudiera estar listo en el menor tiempo posible.
Natalia Mirgaeva, mostró un balance general de la inversión que se solventaría en el nuevo y prometedor proyecto de Worsley Homes.
Edmund eligió la comisión que lo acompañaría a Panamá, quería estar presente para cuando se iniciara la construcción y lograr algunas reuniones con posibles inversionistas.
—Señorita Mirgaeva, usted también nos acompañará —dijo captando la atención de la rubia que miraba en la pantalla el video del proyecto.
—Señor, no estoy segura de poder viajar —comentó un poco nerviosa por atreverse a contradecirlo delante de los altos directivos.
—Eso lo hablaremos después —se levantó de la silla y todos los demás lo hicieron—. Eso fue todo, pueden volver a sus labores —finalizó la reunión y todos los asistentes empezaron a salir de la sala—. Señorita Mirgaeva, espere en mi oficina —le ordenó antes de que saliera.
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LEY DE TALIÓN
Ficção GeralLEY DE TALIÓN. Edmund Broderick entregó su corazón a la chica menos indicada, por lo que le tocó asumir las consecuencias, y con tan solo diecinueve años fue condenado a estar quince años en prisión, donde tuvo que decir adiós a sus sueños, para vi...